Esta es la historia de una de mis primeras amistades, concretamente la historia de una de las amistades más tóxicas que he tenido en mi vida.

Lo mejor de todo es que estuvo llena de red flags desde el principio, pero qué le vamos a hacer: yo acababa de llegar de un colegio pequeño y familiar a un instituto enorme en el que no conocía a nadie y estaba más perdida que una mula en un garaje. Por eso, cuando el día de la presentación de bachillerato aquella chica tan maja que llegaba un poco tarde se acercó a mi mesa y me preguntó si podía sentarse a mi lado, crucé los dedos porque se quedase conmigo durante el curso y acabásemos siendo buenas amigas. Y vaya si fue así.

Ella no sólo venía de un colegio pequeño como el mío, sino que además vivía en un pueblo y no conocía a nadie en mi ciudad, con lo cual estaba aún más perdida en el instituto que yo, que al fin y al cabo sí que conocía a gente aunque fueran a otras clases. Así que empezamos a sentarnos juntas en las asignaturas en las que coincidíamos, que eran la mayoría, pasábamos juntas los recreos y con el tiempo nos fuimos haciendo amigas.

Poco a poco fuimos conociendo a más gente y a veces nos juntábamos en grupos, cosa que a mí me encantaba porque me hacía ver, después de años de bullying y de ser la chica rara y solitaria que se quedaba leyendo en un rincón porque no tenía con quien juntarse, que después de todo la culpa no había sido mía; sin embargo a ella (a quien llamaremos Nora para preservar su identidad) parecía molestarle que nos juntásemos con más gente, sobretodo con las chicas, a las que siempre criticaba o ponía alguna pega cuando no estaban cerca.

Por ejemplo, cuando llegamos a segundo de bachillerato intentó por todos los medios que desconfiase de una compañera que empezó a venirse con nosotras en los recreos tras haberse ido todas sus amigas a la universidad y haberse quedado sola. A mí esta actitud por su parte me molestaba bastante, pero trataba de quitarle importancia pensando que tal vez se sentía insegura y tenía miedo de que nuestro vínculo se deteriorase, así que intentaba hacerle ver que el hecho de que tuviese más amigas no tenía por qué deteriorar nuestra amistad para nada.

Ambas soñábamos con irnos a estudiar a Madrid, y por supuesto nuestra idea era irnos a vivir juntas, ya fuera a un piso o a una residencia de estudiantes; sin embargo, conforme iba avanzando el curso yo iba siendo consciente de que no iba a poder permitirme estudiar fuera, no tenía ni para sobrevivir los primeros meses.

No me quedó otra que resignarme, renunciar al doble grado que quería cursar y matricularme de una carrera a distancia. Así, mientras ella se matriculaba desde el ordenador de mi casa (ya que se había quedado sin internet) en el doble grado que yo siempre había soñado con cursar, buscaba piso e iniciaba la mudanza, yo veía cómo mis sueños se esfumaban delante de mis ojos, consolándome con la idea de que tal vez más adelante pudiera ahorrar e irme.

Poco antes de que empezase el verano yo había empezado a salir con un chico, y por supuesto a Nora le pareció fatal.

Cada dos por tres me echaba en cara que ese chico no me convenía, que estaba dejando de lado los estudios por salir con él y la última y más grave fue acusarme de quedarme en mi ciudad por él; sin embargo y pese a que todo esto me sentó fatal porque ella sabía de sobra que era mentira, intenté pasar del tema para evitar disgustarme más aún.

Al final ella se fue y yo me quedé, y el primer fin de semana que pasó allí me escribió para ‘’invitarme’’ a una fiesta de bienvenida que organizaban para los novatos, y sí, ‘’invitarme’’ porque tendría que pagarme viaje, comida y alojamiento ya que parece ser que su piso estaba completamente lleno y no había sitio para mí; por eso, sintiéndolo mucho, tuve que declinar su invitación. 

Tras aquello no volvió a escribirme, yo la escribía de vez en cuando para ver qué tal le iba y ella me daba largas diciéndome que estaba muy ocupada y que ya me diría algo cuando viniese a mi ciudad, cosa que nunca hizo.

Seguí con mi vida, con mis estudios, mi novio y mis amigas mientras la que había considerado mi mejor amiga y yo nos distanciábamos cada vez más, hasta que quiso la casualidad que un día de verano, al poco de terminar el curso, volviéramos a coincidir.

Resulta que había quedado con otra de las chicas con las que había trabado amistad en el instituto, una de las que más criticadas había sido por ella precisamente, y ¡adivinad quién estaba allí cuando llegué a casa de esta otra chica! Así es, Nora, que al verme se quedó más blanca que el sobaco de Casper, no sólo llevaba días en mi ciudad, sino que se estaba dedicando a quedar con todo el grupo menos conmigo.

¿Me sorprendió? Mucho. ¿Le di importancia en ese momento? La verdad es que no, porque estaba deseando salir a tomar algo con ellas, ponernos al día y poner a caer de un burro a mi recién estrenado ex.

Aquella tarde todo pareció haber vuelto a la normalidad: charlamos, reímos y cotilleamos como en los viejos tiempos, y si bien me había mosqueado un poco al principio, no tardé en olvidarlo y disfrutar de aquel breve regreso a los viejos tiempos. Por eso, cuando llegué a mi casa por la noche y vi que Nora me había escrito, di por hecho que sería para volver a quedar alguno de esos días.

Pues no, amigas, me equivocaba por completo. En lugar de eso, me encontré con un larguísimo testamento en el que me echaba en cara que pretendiera que todo volviese a ser como antes después de haberla dejado sola en Madrid, me acusaba de haberla abandonado por las amigas que se habían quedado y me conminaba a largarme ‘’con tu novio, el que no te quiere’’, utilizando mi reciente ruptura para tratar de hacerme daño.

¿Qué respondí a esto? Pues os vais a reír, porque resulta que un par de años antes me había pedido que la acompañase a comprar condones a pesar de que ni tenía pareja ni salía los fines de semana: su hermana le había insistido mucho en que se hiciera con ellos ‘’por si acaso’’, y a mí me constaba que no había tenido ocasión de utilizarlos. Así que yo, que ya le había pasado demasiadas y que llegadas a este punto había perdido la paciencia por completo, tiré también de mala baba y le contesté: ‘’bueno, al menos yo he gastado unas cuantas cajas de condones, a ti no te quiere nadie ni para echar un triste polvo’’.

Y me bloqueó. Por lo que sea.

Supongo que en otras circunstancias habría tratado de hacer las paces con ella, pero sinceramente, el hecho de que utilizase algo que creía que podía herirme fue lo que me hizo darme cuenta de una vez por todas de lo tóxica, narcisista y manipuladora que era, así que me alegré de que hubiera salido de mi vida y esperé de corazón que hubiera cerrado al salir y hubiese tirado la llave.

A lo largo de los años ha habido otras muchas amistades en mi vida con las que he discutido, de las que me he alejado o que he perdido y al final de todas me he llevado algo bueno; a algunas de esas personas incluso las añoro a veces aunque hayamos acabado a malas.

Sin embargo, puedo decir muy alto que a Nora no la he echado de menos lo más mínimo en los cerca de 10 años que hace que esto ocurrió, porque a enemiga que huye, puente de plata.

Con1Eme