Pues sí. Me fastidia muchísimo, pero he de reconocer que yo he sido una amiga tóxica. Reconocerlo no me hace cambiar el pasado ni recuperar nada de lo perdido, pero ayuda a liberar un poco todo lo que llevo dentro. 

En el cole, por circunstancias de la vida (estas sí externas a mí), no pude hacer realmente amigas. No pude establecer una amistad desde peque, no pude ver crecer a un grupo de personas y ver cómo iban madurando y evolucionando, y eso me puso muy difícil socializar cuando llegué al instituto. 

Tenía un par de conocidas en el cole, eso es verdad. Pero nunca pude hacer una vida social como la que tenían las niñas de mi clase. No es que fuera una vida social exagerada, me refiero a ir a cumples, actividades extraescolares o, simplemente, ir a casa de otras compañeras de clase o que vinieran a casa otras niñas. Porque a casa nunca podía venir nadie. 

No quiero culpar a mi entorno, pero esto como os digo arriba me afectó mucho. 

Cuando llegué al instituto, estaba desesperada por tener amigas. ¿Resultado? Iba arrastrándome detrás de cualquiera que me hiciera un poquito de caso. Prefería esconder mi propia personalidad y amoldarme a la de mis recién estrenadas amigas. De todos modos, yo no sabía quién era (tengo más de treinta años y aún no lo sé). Eso me hizo ganar fama de aprovechada, porque mi forma de ser cambiaba según la gente que me rodease. Aún no sé qué provecho saqué supuestamente de aquello, pero lo entiendo.  

Mis amistades del instituto acabaron catastróficamente, pues al no tener personalidad propia, me dejaba manejar por quién tuviera el poder en el grupo. Y hubo una lucha de poder entre dos integrantes y yo caí. Por falta de personalidad y por gilipollas. Porque pensé que había llegado el momento de hacerme valer y solo supe faltar el respeto a quien tenía delante. 

Llegué a mi primer trabajo e hice una amiga nueva. Una sola, aunque fuéramos más de 200 personas trabajando en la misma oficina. Redflag de manual. Yo no sabía socializar, ya os lo digo. Y siempre estaba detrás de mi amiga. Me molestaba –me daba muchísima envidia- que ella tuviera otras amigas. Y ella no me invitaba nunca con sus otras amigas, normal, yo era una persona amargada, quejica, borracha, llorica… ¿quién iba a querer presentar a alguien así a sus amigas? Igual que me obsesionaba con mi pareja, me obsesionaba con mi amiga. No lo podía evitar, más que nada porque yo no era consciente de nada de eso. 

Llegué a meterme en cuestiones de familia de mi amiga que yo no me tenía que meter. Yo quería darle consejos sobre algo que pensaba que estaba haciendo mal, por aquel entonces pensaba que lo hacía por preocupación. Pero en realidad creo que solo quería controlar todo lo que ella hacía. Pero ella era fuerte y me mandó a tomar viento, con razón. 

Estuvimos unos meses sin hablar. Yo la echaba mogollón de menos y al final hicimos las paces. Pobre, ella. Volví a liarla, de una forma feísima. Ahora estaba muchísimo más dolida porque ella salía con unos y con otros porque tenía mogollón de grupos de amigos y yo me moría de envidia, porque yo me iba a casar y no tenía a nadie a quién invitar. En lugar de buscar los problemas en mí, simplemente los ignoraba y decía que mi vida había sido muy dura (que lo había sido) pero el problema estaba en mí y era incapaz de verlo. 

Unos meses antes de mi boda, tuvieron que operar a mi amiga de un asunto menor, pero que aun así era una operación. No hice ni caso de lo que le pasaba, escribiendo esto de verdad que me siento horrible, aunque hayan pasado mogollón de años. Y ella, no se enfadó conmigo. Pero, ¿sabéis lo que pasó? Que yo le monté el pollo por no venir a mi despedida de soltera. Con dos narices… De verdad, qué vergüenza y qué dolor. Vergüenza y dolor ahora, porque yo estuve muchos años cargada de razón tras eso. Y como no tenía ninguna amiga de verdad, no tenía a nadie que me dijera que me estaba equivocando, pero a lo grande. A aquello que le dije a mi amiga, por whatsapp nada menos, ella ni me contestó. Y hoy día, me parece muy bien. Porque ella sí tenía amor propio y era lo que debía hacer. Yo no me merecía nada. 

¿Y fue entonces cuando me di cuenta de que era una amiga tóxica? No, qué va. Muchos años habrían de pasar para eso. 

Ya casada, separada (obviamente) y siendo madre, en la más profunda depresión empecé a pensar en todo lo que me había pasado en la vida. Y ello llevó a la decisión de acabar con todo. Y aquello llevó a la decisión de buscar ayuda psicológica, afortunadamente. 

En una de las sesiones con aquel maravilloso hombre que me salvó la vida, tuve que hacer un ejercicio, tenía que decir una persona de mi entorno y escribir lo que esa persona pensaba de mí. Pensé en ella, en mi amiga, pero no en lo que pensaría a día de hoy de mí, pensé en ella en el momento que mejor estábamos. Y me di cuenta de lo mucho que me quería. Salí de la sesión destrozada porque, aunque a mi psicólogo le había contado TODO, no había sido capaz de contarle que no tenía a nadie en la vida. Llegué a casa y me puse a pensar en todo lo que había pasado. Pero todavía estaba en plan víctima y no podía ver la realidad. 

Unos meses después, con la terapia finalizada y siendo una persona nueva, sin obsesiones de ningún tipo, me puse a hacer limpia en el móvil y me dio por mirar la conversación que habíamos tenido en whatsapp. Qué horror, qué impotencia. Habían pasado unos siete años y ya no podía hacer nada. Me sentía fatal y empecé a revivir todo. Ahí me di cuenta de todo lo que os cuento aquí. 

No me di cuenta de que era una amiga tóxica, hasta que dejé de serlo. Para entonces tampoco me quedaban amigas.

 

La de siempre