Me encanta contar esta historia sobre todo porque cuando lo hago la peña tiende a creer que les estoy tomando el pelo pero es lo más real y surrealista que me ha pasado en la vida. Lo puedo prometer por la gloria de mi madre que diría Chiquito de la Calzada. Fue verdad, punto por punto, y aunque ahora me río y lloro a mares, aquellos días fueron de lo más insólito.

La empresa en la que trabajaba mi pareja (aka mi señor marido) decidió que ya era hora de que abandonase el núcleo familiar. No les bastó con mandarlo a otra provincia, no, así que le dijeron que se fuera una temporadilla al sur que en Galicia llueve mucho y no está de más que a los humanos nos de un poco el sol de vez en cuando. Yo misma, que en aquel momento no tenía trabajo, me vine arriba ante tal aventura andaluza y me dije ‘pues si tú te vas a la feria, cariño, yo también‘.

Claro que como en muchas empresas magníficas, en la suya decidieron que tan solo nos daban dos días para encontrar alojamiento. Viajábamos un viernes y a muy tardar el martes se nos terminaba el hotel que ellos pagaban. Yo como trabajo de lujo bajo presión en seguida le dije a mi pareja que él se centrase en lo suyo, que de la vivienda ya me encargaba yo.

Y vamos si me encargué… Descolgué un teléfono y rápidamente tenía al otro lado del auricular a un primo de mi padre, residente en Sevilla, que me dijo que no era necesario buscar nada porque él tenía un piso vacío en la ciudad y que nos lo prestaba el tiempo que hiciera falta. En serio, no lo besé porque nos separaban muchos kilómetros, pero es que era una zafada en toda regla.

Insistí varias veces en pagarle un alquiler y él me dejó clarinete que nada de eso, que al piso le vendría genial que le dieran uso. Quedamos en vernos cuando llegásemos a la ciudad, y yo respiré tranquila el resto de la semana. Como para no hacerlo.

Ahora mismo, tras haber vivido lo que viví en aquella vivienda, entiendo por qué otro de los primos de mi padre, también sevillano, se puso en contacto conmigo para recomendarme alquileres. No entendía nada, si su hermano me dejaba un piso de gratis a ver por qué iba a querer yo buscar una alternativa. Él no daba más explicaciones, solo me invitaba a quedar algún día para tomarnos unas cervecitas y ya de paso mirar carteles de ‘se alquila’. Un plan curioso, todo sea dicho.

A ver, que Sevilla lo mola todo, ¿eh?

El caso es que en la fecha prevista, a la hora indicada, llegó a nuestro hotel el primo de mi padre. El de las cervezas no, el otro, aquel hombre altruista que nos había salvado de dormir bajo el puente de Triana. No contento con eso, también se ofreció para ayudarme con la mudanza, y mientras mi pareja se iba a la oficina yo le seguí en mi coche hasta el barrio que sería nuestro hogar.

Ya cuando llegamos todo me pareció un poco raro. Con todo me refiero a que la casa estaba hecha un cristo. Cristales de las puertas rotos, la cocina como si hubiera pasado un huracán, un grafitti en el pasillo… Yo lo único que pensaba era que con un buen lavado todo se puede, y que mi cabeza se acostumbraría a aquel grafitti tarde o temprano. Lo volvía a mirar, ¿pero a quién se le ocurre?

Al rato me quedé sola en casa, le di mil veces las gracias a mi familiar y sin perder el tiempo me dispuse a hacer un control de daños. A ver, que quizás el haber encontrado un sujetador encima de uno de los sofás del salón tuvo que haberme dicho algo. Pero yo estaba tan ensimismada con el objetivo, con deshacerme de toda la mierda de aquel piso, que me puse en modo autómata.

Cogí una bolsa, abrí todas las ventanas de la casa, y empecé a meter en el saco todo lo que encontraba. Cuando me di cuenta llevaba tres bolsas hasta arriba. Ropa, peluches, calcetines, zapatos, zapatillas… A mí aquello ya me empezó a oler a chamusquina, así que como yo no soy nadie para tirar cosas que no son mías, abrí una de las habitaciones que yo no iba a usar y metí allí todo. Volví a cerrar y prometí no abrir aquel cuarto never again.

Bajé al supermercado y compré productos de limpieza a saco. Creo que nunca he limpiado tanto y con tantas ganas. La cocina era la puñetera zona cero. Real si os digo que allí había tazas por fregar cuya roña me dio los buenos días. Seré sincera, un par de ellas las tiré porque era imposible hacer nada con ellas, ‘gurbay‘ cerdadas.

Para cuando marido llegó del curro yo era un guiñapo sobre el sofá harta de limpiar pero orgullosa con el resultado. Aquella casa había dejado de apestar a cerrado y sustancias raras para oler a hogar. Además, ahora los baños podían utilizarse sin riesgo de enfermedades, y ya era un punto.

Mi chico miró varias veces el grafitti y me preguntó de qué iba aquello, yo solo le dije que ahora somos modernos en Sevilla y nos mola el rollo. Fin.

Así nuestro pasillo, real

Tuvimos tantísima suerte que aquel día era el encendido de la Feria de Abril, es que ni que lo hubiésemos planeado. Así que pasé de mi cansancio post-limpieza y allí que nos fuimos a tomar un par de rebujitos.

Toda la maravilla de esta historia llega ahora, amigas. Agarraos a los asientos porque lo que os voy a contar no tiene parangón.

Al día siguiente tras marcharse mi pareja al chollo, yo me levanté, me preparé el desayuno y me dispuse a terminar unas tareas pendientes en mi ordenador. El piso tenía un despacho muy cuco así que allí que me fui con mi taza de café y mi portátil. Todavía no me había duchado pero quería leer unos mails cuanto antes. Estaba sentada junto a la puerta de la habitación cuando, de repente, veo pasar junto a mí a una persona.

A ver, que jamás me he cagado tanto del miedo en mi puñetera vida. Creo que hasta dejé de respirar por unos segundos. Pensé que quizás había sido mi imaginación pero entonces escuché la cisterna del baño del fondo del pasillo. Allí había alguien y yo quería llamar a mister policeman. Es que me lo imaginé todo, mejor no os lo digo porque no es el momento.

Asomé la cabeza por la puerta del despacho. Repito, estaba en pijama, despeinada, con los ojos a tope de legañas y flipando lo más grande. Siento que alguien abre la puerta y vuelvo a agazaparme dentro del cuarto. Oigo pasos, se acercan, joder voy a morir, me van a matar… Los pasos se aproximan más… Estoy paralizada en la silla delante del ordenador, ¿por qué coño no cerré la puerta?

Entonces veo a un tío joven en gayumbos que pasa por mi lado y sin sorprenderse ni un poco me da los buenos días. Como a educada no me gana nadie le devuelvo el saludo con los ojos como platos. El tipo continuó su camino y se metió en aquella habitación en la que yo había guardado toda la mierda que había encontrado por la casa el día anterior.

Estoy segura de que tardé en reaccionar. A ver, que había un tío semidesnudo paseando por la que se suponía que ahora era mi casa. Y aunque había sido muy educado aquello no podía ser. ¿De dónde mierdas había salido?

Llamé a mi chico y lo primero que pude decirle fue ‘hay un hombre en calzoncillos en casa‘. Cuando pude explicárselo me pidió que me vistiera corriendo y me fuese a la calle. Yo seguía sentada sin poder moverme, pero él tenía razón ¿qué carajo hacía perdiendo el tiempo allí parada? Me levanté, y cuando iba hacia mi habitación vi salir por la otra puerta a una chica.

¡Pero vamos a ver…! La mujer iba en sujetador y pantalón de pijama. ¿Pero qué fiesta es esta? Visto lo visto le di los buenos días también a ella y me envalentoné para preguntarle muy educada quién era y por qué estaba allí.

Lo mejor de todo es que ella hizo lo mismo, sin asustarse claro, como si verme a mí allí fuera lo más normal. Se identificó como la sobrina de la sobrina de… y solo me dijo que la semana de feria iría todos los días allí a dormir con su novio. Pude sobreentender que su novio era el tío en gayumbos, claro.

Como le debí caer en gracia tampoco se cortó para preguntarme dónde le había puesto el sujetador que había en el salón, que era de ella. No me lo podía creer, aquello no me lo podía creer, ¿pero por qué no me puede pasar nunca nada normal?

Al menos di por hecho que mi vida no corría peligro pero como yo allí no estaba cómoda en absoluto, me vestí y me eché a las calles de Sevilla pensando en qué hacer o cómo gestionar eso de vivir en un puto picadero.

Para cuando regresé a mi casa (y cada día la de más gente, por lo visto) ellos ya se habían ido. No sin antes, por supuesto, desayunar y volverme a dejar el fregadero a tope de mierda. Y, ¡vaya! Se ve que venían a pensión completa puesto que no se cortaron un pelo a la hora de comerse mi pan de molde y beberse mi leche. De repente regentaba una pensión, le llamaré Villa Pringada, muy acorde.

Yo a veces soy muy hija de puta, ya os lo digo. Soy buena gente con quien se porta bien conmigo, pero si vienes al piso a follar y encima vuelves a dejar el salón como si fuera una leonera y te comes mis enseres sin permiso… así no vamos bien. Sí, lo digo, aquella noche metí la llave por dentro de la cerradura y a follar a Pensión Loli. Ni me enteré de que aquella muchacha y su novio el de los gayumbos se habían dejado el dedo timbrando de madrugada. ¿Me pasé? Pues quizás. Sorry not sorry.

Ahora que lo pienso creo que fue el karma el que me trajo los consiguientes acontecimientos. Yo me porté mal con la sobrina de la sobrina de, y el destino decidió que mi aventura sevillana no se quedaría ahí. ¿No quieres inquilinos? ¡Pues toma dos tazas!

Pasamos dos semanas de tranquilidad y calma chicha en aquel piso del grafitti terrible en el pasillo. Parecía que habíamos conseguido hacernos al lugar y a la nueva rutina andaluza así que me puse a buscar curro. Empezaron a salirme entrevistas por lo que pasaba muchas mañanas fuera de casa recorriendo la ciudad de una esquina a otra.

En uno de esos días en los que el calor empieza a apretar que da gusto, llegué a casa deseando pegarme una ducha. Encima me estaba meando desde hacía milenios y creía que no iba a llegar nunca. Me pongo delante de la puerta de casa, meto la llave y… ¡¿qué cojones?! La llave no entraba.

Blanco y en botella, me estaba imaginando a aquella chica pierde-sostenes, amotinándose en mi casa para devolvérmela. Me pensé muy mucho si timbrar o no, pero me meaba. Si quería guerra la tendríamos pero antes una meadita por favor. Me pasé un rato dándole a aquel botón, incluso fijé mi cara en la mirilla y rogué que me abrieran, pedí perdón por todos mis pecados, pero por favor un retrete, solo pedía eso…

Un rato después escuché unos pasos acercándose y vi a una chica completamente desconocida al otro lado de la puerta. Era como de mi edad, muy morena y me miraba muy seria.

Hola, ¿qué quieres?‘ me preguntó mientras me miraba extrañada mientras yo hacía el baile del pis.

¿Perdona? Quiero entrar en mi casa…

Ella abrió mucho, muchísimo, los ojos y yo le rogué que lo hablaríamos en un segundo. Cuando conseguí desaguar me centré e intenté entender qué estaba pasando. Es que aquella chica tenía toda la pinta de querer llamar a la policía y lo mismo entrábamos en un conflicto importante.

Cuando salí del baño allí seguía junto a la puerta, que por cierto, no había cerrado. No era más que una señal de que me invitaba a volver al otro lado, pero no amiga no. Soy un ser conciliador y no vi malas intenciones en su mirada así que me dispuse a presentarme esperando ser escuchada. Ella asentía y yo ya tenía en pantalla el número del primo de mi padre para dar la voz de alarma cuando me dijo…

¿Entonces has sido tú la que has limpiado toda la casa?

Me sentí como Blancanieves, ¿debía pedirle perdón por haberle robado su roña? Le expliqué que la casa estaba bastante asquerosa pero dejé claro que no había tirado nada, ¡y menos mal! Le dije que lo había metido todo en una habitación que no había vuelto a abrir…

Sí, en la mía…‘ dijo mirándome ahora con cara de pocos amigos.

Bueno, en resumidas cuentas, que aquella chica seria era la verdadera habitante inicial de aquel piso. Prima de, y que se había pasado muchos meses fuera por estudios y cosas varias. Resultó que nadie sabía de su vuelta a Sevilla por lo que todos allí se esperaban que el piso estuviese vacío. Vamos, yo me vi aquella misma tarde haciendo maletas para abandonar Villa Grafitti para siempre. Pero se ve que pasé el filtro necesario porque aquella chica me propuso que nos quedáramos el tiempo que hiciera falta.

A partir de ahí comprendimos de qué iba la vida en aquel piso aparentemente abandonado. Los fines de semana era el epicentro de fiestas y despiporres de los amigos. Era un punto de encuentro de colegas de todo tipo, y aquella chica formal que me había abierto la puerta intentaba controlar todo lo que ocurría allí dentro mientras estudiaba una de las oposiciones más jodidas del mundo.

Dos meses aguantamos aquella locura de no saber qué pasaba, quién podía entrar y salir o si esos filetes que tenía para la cena estarían todavía en la nevera. En aquel piso nunca se sabía, no por los que éramos habituales, sino por los colegas que podían venir sin previo aviso y defendían aquello de ‘lo que hay en este piso es de los españoles’. Y sí, muy guay su ideario, pero no mola tanto cuando los que hacemos la compra somos los tontos de turno.

Pasado ese tiempo, mi marido y yo dimos las gracias de nuevo y nos mudamos a un lugar para nosotros solos. Sin sustos ni visitas desconocidas. Sin tíos en gayumbos, sin mujeres pierde sujetadores y, sobre todo, sin sentirme como una okupa en mi propia casa.

Mi Instagram: @albadelimon

Fotografía de portada