Hay muchos motivos por los que puede acabarse una relación que parecía hecha a prueba de bombas. Pero creo que uno de los más penosos es que tu pareja acabe provocándote repulsión, rechazo… asco a veces, incluso.

La mía terminó provocándome todo eso a la vez, porque la droga lo había cambiado tanto que yo ya no sabía si estaba con mi novio o con una bestia que actuaba sólo por impulsos, de manera errática y sin ningún tipo de racionalidad.

En los últimos meses hacía cosas loquísimas que, animada por mi psicóloga, estoy registrando en una especie de memoria de idas de olla de mi ex para que, cuando me dé un arrebato de amor y quiera volver con él, la mire y deseche por completo mi idea.

Estas son algunas de las entradas que ya he escrito en esa memoria:

  • Dejarse comida tirada en la cama durante días. La adicción lo llevaba a pasar días fuera de casa y, por tanto, a pasar muchos otros dentro de su cama. Los períodos de efusividad daban paso a períodos depresivos que pasaba en su habitación, sin ir a trabajar y pidiendo comida a domicilio. El suelo de su cuarto era como un campo de minas con cajas de hamburguesas, restos de patatas fritas, recipientes con salsa derramados, colillas, calcetines… Y no sólo el suelo. También se dejaba los bordes de las pizzas en la propia cama, donde se pudrían durante días.

idas de olla ex

  • Romper cristales con la cabeza. Una vez a la semana aparecía con nuevos rasguños en la frente. Yo me imaginaba que era por algo que habría ocurrido en sus fiestas locas, pero él siempre me lo negaba: “Ha sido el gato”, “Me habré raspado rascándome”, “Ni idea, ¿yo qué sé?” Me mentía en mi puñetera cara y, a los días, borracho y avergonzado por haberme mentido, me decía la verdad. Alguien lo había agraviado de tal manera que, para evitar darse de hostias con el agravador en cuestión, se había golpeado la cabeza contra un espejo/cristal/pared/puerta. Autolesionarse, la receta que todo terapeuta prescribe para mejorar el autocontrol.
  • Tener espasmos y no articular palabra. El día en que decidí que todo se terminaba, él iba tan drogado que no podía ni pronunciar mi nombre. Se movía de un lado a otro del local en el que estábamos, giraba la cabeza a un lado y otro compulsivamente, le daban espasmos repentinos… Lo más triste y lamentable que he vivido nunca.

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  • Oír cosas que nadie decía. En ocasiones, me espetaba haberle insultado. Me gritaba y me acusaba de joderle el día. Puede que yo le hubiera dicho “¿Me das un vaso de agua, por favor?” y, con las mismas, esa frase se convertía en su cabeza en un “Eres un puto desgraciado”. Lo normal.
  • Meterse rayas el día en que nuestros padres se conocieron. Poco más que añadir.

A todo esto se une que se inventó que nos íbamos a casar en unos meses y se lo fue contando a todo el barrio: vecinos, gerentes de locales, gente que se cruzaba por la calle… Consejo: evitad salir con un adicto.