Voy a abrir un melón que posiblemente me suponga un linchamiento general, pero confío en que, al menos, leáis mis argumentos antes de empezar a lapidarme.

Creo que la terapia se está convirtiendo en una moda más, como ser runner, comer semillas de chía, ligar a través de aplicaciones del móvil o tomar el gin-tonic con aderezos y florituras. Pensaréis que estoy frivolizando, pero justamente eso es lo que pienso yo, que se está frivolizando con un tema delicado como es la salud mental.

Lo cierto es que considero que hemos pasado de un extremo a otro, de tratar la salud mental como un tema tabú y pensar que la persona que acudía al psicólogo o psiquiatra estaba loca de atar a considerar que todo aquel que tenga un sueldo digno (porque no olvidemos que la terapia es cara, muy cara) puede y debe hacer terapia.

Aunque se encuentre sereno y tranquilo con sus condiciones de vida, aunque no haya nada que le inquiete/atormente/perturbe. Simplemente porque todos somos imperfectos y tenemos aspectos que mejorar en nuestra personalidad. Solo porque “trabajar en uno mismo” y “conocerse bien” es tendencia.

Diría que incluso cuando llevamos a cabo el intercambio habitual de preguntas para el mutuo conocimiento que solemos formular durante los rituales actuales de apareamiento y ligoteo, el hecho de que una de las dos partes reconozca hacer terapia supone un plus para la parte contraria. Un chico deportista, con un curro estable y además va a terapia… partidazo, se nos caen las bragas.

Y yo no puedo evitar reflexionar…. ¿es realmente necesario esto? ¿La terapia está pensada para tales fines? ¿No la estaremos convirtiendo en una fórmula a través de la cual los niños ricos encuentran un espacio en el que vomitar sus dramas del primer mundo, aunque no adolezcan de ninguna dificultad a nivel de salud mental?

No puedo evitar pensar que estamos convirtiendo la terapia en un caprichito más, como quien tiene un bolso de marca o unas deportivas de caras. Básicamente, quien lo puede pagar, lo paga y lo obtiene, independientemente de que sea algo que necesiten o que les aporte alguna utilidad.

Conste que no le resto importancia a cuidar nuestra salud mental, nada más lejos de mi intención. Igual que nos cuidamos por fuera, debemos hacerlo por dentro y abogo firmemente porque nuestro sistema sanitario comience, de una vez por todas, a  multiplicar por mil los recursos que destina a la  salud mental. Es justo y necesario.

Eso sí, para quien realmente lo necesite. Para ir a un sitio a charlar y a contar nuestros problemas cotidianos están los ratitos de cañas con los amigos. La terapia es, o debería ser, otra cosa.

Resulta que no vamos al digestivo para que nos eche un vistacito una vez al mes, si no nos duele el estómago. Tampoco vamos al cardiólogo cada quince días para que revise el bombeo de nuestro corazón o para ver si nuestras arterias siguen funcionando como Dios manda. En este mismo sentido, nada me hace pensar que, en ausencia de algún  malestar severo que no seamos capaces de resolver por nosotros mismos o que se cronifique en el tiempo, tenga razón de ser acudir a un profesional de la salud mental.

Al final, estamos perdiendo por completo la capacidad de autogestionarnos y de resolver por nosotros mismos nuestros conflictos personales. Ya no somos capaces de autoregularnos, de soportar el más mínimo grado de disconfort.

Debemos entender que a veces nos sentiremos mal, a veces bien y  a veces regular.

Que la vida no es una línea recta, sino que está llena de picos, de altos y bajos.  No podemos pretender sentirnos siempre felices, vivir en un perpetuo estado de flowerpower. En ocasiones estaremos tristes, ansiosos, apáticos, apesadumbrados o irritables. Somos seres humanos, nuestra gama de emociones es amplia y todas tienen su función y su finalidad.

Sin embargo, según mi parecer, a día de hoy no toleramos la más mínima sensación de malestar o incomodidad y acudimos corriendo al psicólogo, o, lo que es peor, lo solucionamos a golpe de pastillita, sin darnos la oportunidad de sentir lo que estamos sintiendo y de entender que es normal que ocurra así, y que, como casi todo, acabará pasando.

Sentirse mal a veces no significa que tengamos un problema. Que existan aspectos de nuestra personalidad susceptibles de ser mejorados, no quiere decir que tengamos que acudir a un profesional. En resumidas cuentas, pienso que estamos perdiendo la perspectiva, sobre todo de cara a ser capaces de distinguir cuando llegue el día en que verdaderamente tengamos un problema y necesitemos ayuda.