Ansiedad: la emoción “madre” 

Madre: dícese de esa mujer que te repite hasta la saciedad que comas bien, que te vayas pronto a la cama o que te pongas una rebequita porque ha refrescado, no sea que te enfríes. Y lo hará tengas la edad que tengas, porque su rol la ha convertido en una personificación de la alarma del móvil, que te avisa de todo, que te hace estar pendiente de todo, no olvidarte de nada, permanecer alerta. Es esa mujer que te provoca dolores de cabeza de tanto repetirte que debes estar al loro de esto y de aquello, que te encantaría no escuchar alguna que otra vez. Pero sabes que lo hace por tu bien, por tu protección, para mantenerte a salvo y fuera de peligro. 

La ansiedad es una emoción de la que cada día sabemos más, seguramente porque, por desgracia, esta vida que nos ha tocado vivir ha hecho que se nos vaya de las manos y hayamos acabado con un aumento de casos de trastorno de ansiedad generalizada. 

La ansiedad es un fastidio, una jodienda, una pesadilla. Es así, no lo vamos a negar. Es un auténtico coñazo que hoy te duelan todos los músculos y mañana tengas náuseas y las tripas del revés. Es insoportable tener que estar lidiando un día tras otro con una cabeza que no para de hablar. Y que encima nada de lo que dice es bueno. Al contrario, lo suyo es el catastrofismo. Si puede salir peor que peor, pues saldrá. Ley de Murphy a lo bestia. 

Por eso, cuando vas a terapia, te cuesta mucho entender que esa pequeña cabrona no es tu enemiga, ni mucho menos. Es solamente esa parte de ti que se encarga de mantenerte con vida y alejada de cualquier amenaza. Ni más ni menos. 

La ansiedad no es mala chica, es que se ha quedado, digamos, obsoleta. Entendamos que viene de aquellos tiempos en los que salir de la cueva implicaba tener que luchar contra cualquier bestia enorme. Y ella se ha quedado con esa copla. Sigue pensando que te puede pasar de todo conforme cruces el umbral de la puerta. 

Del mismo modo que le dices a tu madre “Mamá, tranquila, voy a estar bien”, a la ansiedad hay que hablarle así, haciendo que entienda que eso que tiene pinta de amenaza no es tal. La ansiedad necesita entender que necesitas hacer aquello de lo que huirías a la de ya, pues es la única vía para que deje de darte miedo. Para hacerla desaparecer hay que enfrentarla, igual que se relaja una madre al ver que su prole adquiere la capacidad de enfrentarse al mundo. 

Es un camino muy empedrado y que te deja los pies hechos puré, lo sé. Pero con ayuda, se puede conseguir que la ansiedad comience a ser nuestra amiga. Apóyate, si puedes, en un terapeuta que te guíe (aunque sea a través de la Seguridad Social, que ya sabemos que podría mejorar, pero algo es algo). Busca grupos de personas que hayas vivido lo que estás viviendo tú. 

La ansiedad es una emoción como cualquier otra. No necesitas que desaparezca de tu vida. Tan sólo necesitas entender cómo funciona. No huyas de ella, no te va a hacer daño. Trátala como la “madre” emocional que es: muy cansina en ocasiones, pero que siempre actúa por tu bien. 

Mia Shekmet