Yo no sé qué me está pasando, pero la convivencia lo está cambiando todo.

No puedo ser la primera ni la última que ha pasado por esto. Tengo la sensación de que desde que nos fuimos a vivir juntos, nuestra vida y nuestra relación han cambiado por completo.

La convivencia ha cambiado hasta la forma en la que nos dirigimos el uno al otro. Antes éramos puro amor, siempre nos llamábamos cariño, amor, cielo o cosas tiernas y ahora nos pasamos el día a gritos. Incluso a veces, le llamo por su nombre compuesto y apellido de lo cabreada que estoy.

He de puntualizar que yo soy tan ordenada que rozo el TOC y mi chico es como Tarzán, iría en taparrabos con tal de no poner lavadoras.

Está claro que en tema de orden y limpieza chocamos mucho. Pero joder, es que hemos pasado de estar todo el día encima el uno del otro a discutir hasta por una taza ¡Es muy desesperante!

¿Por qué nadie habla de lo jodida que puede ser la adaptación a la convivencia con la pareja? No se habla sobre las parejas que no superan la convivencia. Parece que lo habitual es que la convivencia sea sencilla, liviana y romántica, pero yo no puedo ser la única mona del zoo que considere que el principio de la convivencia es muy dura.

Parece que estamos acostumbradas a ver pelis en las que los personajes viven juntos y tienen una relación perfectamente normal como la que tenía yo antes de convivir con mi novio.

Pero nadie habla de la mala hostia que te entra cuando tu novio te deja el derrape en el váter. Nadie habla de la cantidad de horas que supone llevar una casa si no tienes ayuda ninguna.

Nadie habla de la frustración sexual.

Porque déjame que te diga una cosa, por más que deseara a mi pareja, a día de hoy no me apetece una mierda ponerme a follar con un tío con el que discuto una vez a la semana. Y eso, afecta a la pareja, claro que afecta.

Me jode mucho, porque teníamos un sexo genial, conectábamos mucho y follábamos todos los días. Pero es que cada vez que quiere follar, pienso en las gotas de pis en la taza, en los pelos en el lavabo, en las tazas con restos secos de cereales, en los calzoncillos con canela y otras mil cosas. Y chica, no me apetece nada.

La convivencia me ha hecho pasar de amar incondicionalmente a mi chico a vivir momentos en los que pienso «La leche… le metía un sartenazo bien dado» Porque son muy huevones y en muchos casos, aunque ayuden en casa, la responsabilidad o la iniciativa no recae jamás sobre ellos.

El esfuerzo que hay que invertir para relativizar y para que su desorden no suponga una ofensa personal, es titánico.

Es un esfuerzo diario de empatía y mano izquierda que a veces me deja agotada. Porque, claro, el objetivo último no es discutir con él. Es dialogar y que los dos nos expresemos y poder llegar a puntos en común. Pero joder, a veces cuesta más que mover montañas.

En mi caso, todos los conflictos que tenemos, vienen a raíz de la diferencia entre lo que yo  considero orden y limpieza, con lo su percepción de orden y limpieza.

Desde que nos hemos metido en este aventura de la convivencia, a diario, tengo que hacer el proceso mental de pensar: que él ha sido educado así, que él no puede hacerlo como yo y es posible que nunca lo haga como yo.

Lo que tengo claro es que no puedo juzgarle o enfadarme con él cuando él lo hace lo mejor que puede. Él se esfuerza e intenta apoyar y hacerlo bien, pero es que realmente no sabe, jamás nadie la ha enseñado y nunca ha tenido que hacerlo. Y no quiero ni puedo enfadarme con él por intentarlo.

Pero ostras, para no cabrearse a veces hace falta una capacidad asertiva inhumana.