Si me hubieran preguntado hace diez años qué era el amor, hubiera respondido que el amor siempre ha sido querer a quemarropa, con los dientes apretados hasta que un día te das cuentas de que ya no te encuentras por más que intentes buscarte.

Si me preguntas hoy te diré que para mí el amor es verte dormir enredado entre las sábanas de nuestra habitación, con los párpados cerrados y murmurando palabras que sólo para ti tienen sentido, mientras te pierdes en sueños. Para mí el amor es pasarnos dos horas haciendo pizzas caseras para que en el último momento se me caigan al suelo y tú me mires y no puedas evitar reírte a carcajadas.

Los besos que me das en la frente cuando te abrazo. El olor de tu colonia incluso en la ropa que nunca te pones. Las noches que salimos de fiesta y me cuidas cuando he bebido tantos chupitos que apenas puedo caminar.

Los domingos. Benditos domingos y bendita rutina si es contigo. Los pijamas con calcetines gordos, el sofá  en una noche lluviosa y un tazón caliente de Cola Cao entre las manos mientras dejamos que Netflix inunde la habitación.

Nuestras palabras secretas, esas que forman un código que sólo tú y yo sabemos descifrar.

Para mí el amor es besarte sin necesidad de desnudarnos, sólo porque nos gusta perdernos en la piel del otro. Tocarnos sólo para sentir. Conocer cada milésima de tu cuerpo y aún así sentir que cada día es nuestra primera vez.

Las risas. Saber que puedo ser yo, sin complejos, sin miedos, sin peinar, con legañas y mal aliento y que aún así me vas a ver guapa. Nuestras pequeñas rutinas que nos hacen ser tan grandes, las  sonrisas furtivas.

Y yo que siempre soñé con descubrir el mundo, he plantado mi bandera en tu pecho y he construido un campamento base en tu brazos porque no hay mejor lugar que tu piel para refugiarme de la tormenta.

dejar marchar