A menudo solemos decir que los tíos piensan más con la polla que con la cabeza. Incluso ironizamos con que, de hecho, el cerebro lo tienen en los huevos. Pero un momento mis monadas… porque si somos críticas con nosotras mismas y pensamos en alguno de nuestros actos y actitudes… ¿no creéis que nosotras, a veces, también pensamos más con el toto que con la cabeza?

Hay quien dice que en algunos momentos es difícil tomar una decisión: “¿le hago caso a mi cabeza o a mi corazón?” en mi caso, (casi el 90% de las veces) es algo así como: “¿le hago caso a mi cabeza o a mi chichi? Sí chicas, siendo honesta, no es que me putopille de todo aquel que me guiñe un ojo cuando se cruza conmigo. Pese a que mis amigas crean que ya me veo en el altar con el primero que me dice “hola”, creo que por fin he aprendido a diferenciar un enchochamiento del tipo mariposas en el estómago, todo bonito, todo recíproco; a un enchochamiento calenturiento.

Sí, lo sé, es difícil llegar a ver la fina línea que separa uno de otro, pero con el enchochamiento calenturiento me refiero a esos calores tontos que te entran con solo oler al susodicho en concreto, con la tartamudez que te da de repente cuando te dice algo y no das pie con bola para decir más de dos palabras seguidas sin ponerte nerviosa, roja y mantener la compostura a la vez para no tirarte encima de él y… (ya sabes). Chica, yo es que me siento como una adolescente en plena edad del pavo.

Justo en ese momento en el que me planteo si hacerle caso a mi cabeza o a mi chichi, indirectamente ya sé que acabaré haciéndole caso al segundo. No me culpéis, con las bragas calientes es complicado atender a esa molesta voz de tu cerebro que (muy sabiamente) te advierte: “No lo hagas, es otro chulo como los otros 20 anteriores que luego te han jodido viva (y no en el buen sentido)”. Tú ya sabes que tu cerebro tiene razón. Sabes que lo mejor es pasar del tema, y más aún cuando, efectivamente, ese maromo no es que tenga todos sus sentidos puestos en ti.

Lo que pasa, amiga, es que como tenemos la discreción en el culo, nos ha notado que chorreamos fluidos varios por él, y sin más, le encanta gustar y gustarte. Sorry por el spoiler. A todo esto, tus bragas están como si no hubieran centrifugado y te empujan a seguir con tu más fulgurante pavo mientras, tu dignidad por otro lado ya se replantea hacer las maletas para irse durante un tiempo de vacaciones. Más de una vez la he podido escuchar decirme eso de: “venga guapa, cuando quieras que vuelva, me das un toquecito. Chao ¡y suerte con tu próxima hostia!”

Mi digidad enfadada apunto de hacer sus maletas

Os aseguro que por más voces interiores (tan sabias, honestas y sinceras) que oiga en mi interior, el calor de mi entre pierna me nubla hasta que, oh, ¡sorpresa! He conseguido al crush. Mis bragas contentas, mi chichi feliz como una perdiz y… ¿hola? ¿¡Dónde está el crush del que os estaba hablando!? Vaya… ghosting otra vez… En este momento triste (tengo que decirlo, porque, aunque sepa que me va a pasar 30 veces más, el disgusto del momento hay que vivirlo con dramatismo), oigo la voz de mi amor propio que me dice: “Cari, quiérete más, tú vales mucho más que ese bobo. No te merece. Venga, levanta esa cabecita y arriba. Que no se vuelva a repetir”. Yo, haciendo pucheritos, se lo prometo con los dedos cruzados y mi dignidad llama a la puerta para entrar de nuevo en acción.

Me empodero, soy la puta ama, le lloro un día al, antes crush, ahora fantasma, y al segundo día… ¡ya estoy preparada para volver a cagarla! ¿Alguna vez os habéis visto en una de estas? ¿le hacéis caso a vuestras voces interiores antes de cagarla estrepitosamente?

En fin amigas, esa es la dura, pero sincera historia detrás de una difícil decisión entre hacerle caso a nuestra cabeza o a nuestro santo coño. Porque sí, chicas… a nosotras, también nos pasa.

@merchehache