Siempre he admirado muchísimo a mi abuela materna. No sé si sería porque es de la generación que creció entre la guerra y la posguerra, pero sabía darle mil usos a todo lo que había por casa. Tú ibas a ella con algún dolor o problema y te hacía un remedio DIY a lo McGuiver en un segundo. Tal fuente de conocimiento digna del libro gordo de Petete no podía desaprovecharse, así que, como dicen que compartir es vivir, os dejo algunos de sus aliados, que pueden convertirse en los vuestros en más de una ocasión.

Hierbas.

Como buena chamana, sabía para qué servían todas las hierbas mejor que el del herbolario. La infusión de tomillo te puede aliviar el dolor de garganta, que claramente ella diagnosticaba como una falta de haberte tapado la boca un día de frío. La infusión de manzanilla, además de usarla cuando nos veía echar hasta el alma abrazadas a la taza del váter, también se puede usar para aliviar el escozor de ojos, sobre todo el de la alergia. Eso sí, no seas brutica y no te eches un cazo encima, moja dos algodones y póntelos en los ojos como si fueran dos rodajas de pepino, como la Preysler. Si eres alérgica hardcore (hablo por experiencia) y te salen hasta rojeces en la cara, puedes darte toquecitos con la infusión, rebaja y alivia bastante.

Arroz.

No sé si sería por eso de que era valenciana, pero el arroz era su arma secreta. Lo mismo te cocinaba una paella orgásmica que un arroz blanco milagroso. Cuando nos entraba una diarrea mortal, hervía un puñado de arroz (que quede el arroz bien hecho y te sobre bastante agua) y nos hacía beber un vasito del agua donde se había cocinado. Te ayudaba bastante con la diarrea, pero, si te pasabas, no ibas al baño en cuatro días (en la vida todo es cuestión de delicados equilibrios). Igual que dicen eso de que “del cerdo, hasta los andares”, mi abuela lo aplicaba al arroz, que lo usaba hasta crudo; combinado con una destreza en la costura (que ni mi madre ni yo hemos heredado), hacía unos saquitos de arroz y lavanda que se pueden calentar al microondas y usar para dolores musculares o los dolores de la regla.

Bicarbonato.

Con esto hacía alquimia la buena mujer. ¿Tienes una digestión pesada? Un vasito de agua, zumo de medio limón, una cucharadita de bicarbonato y azúcar. ¿Te has quedado ronca “nivel Joaquín Sabina” dándolo todo en el karaoke? Gárgaras de agua y bicarbonato (alerta spoiler: eso es solo para espartanos, porque escuece lo más grande). ¿Te huelen los pies? Mételos en un recipiente con agua templada y un poquito de bicarbonato, no salen oliendo a rosas, pero al menos no olerán como el camión de la basura.

Vinagre.

Este ingrediente generó rencillas entre mi abuela y yo, porque no soporto el olor y ella lo usaba para todo. Desde usarlo para fregar el suelo (es un gran desinfectante y abrillantador) o desatascar cañerías (en este caso hacía una fórmula magistral usando bicarbonato también, combo-breaker) hasta ponérnoslo en el pelo para darle brillo y evitar los piojos, pasando por usarlo con agua templada (más bien fría) en paños para bajarnos la fiebre “de cuando dábamos el estirón”. Espero que, al menos, a la buena mujer no le diera por reciclar el cubo de agua de la fregona para todo lo demás.

En esto de los remedios cada maestrillo tiene su librillo. Ella conocía muchísimos, me enseñó muchos más que utilizo a día de hoy y sé que alguno se quedó en el camino y solo se lo contó a mi madre. Espero que pronto me llegue el turno y me los transmita, y que no sea de esas de “cuando seas madre comerás huevos”.

Ana Castillo