La vida pese a todo, no deja de ser preciosa.

A veces creo que Romeo y Julieta existieron, que fueron dos pobres desgraciados reales que se les negó poder estar juntos en vida y que murieron para no separarse nunca más.

Mi historia es esta, tal y como pasó, sin más ni menos. Pretendo haceros ver que se puede querer hasta que duela y aún y así, sentirse la persona más feliz del planeta. Y sabes que una vez has experimentado eso, eres capaz de sentirlo todo.

Le conocí por Internet a mis 23 años, de eso hace ya mucho, ha llovido bastante y esa misma lluvia ha conseguido llevarse todo lo malo y dejar solo lo bueno.

Tras unas semanas hablando en un chat, quedamos en vernos, aún recuerdo el sitio donde le vi por primera vez, y no puedo evitar que se me escape una sonrisa cuando paso por delante.

Me gustó nada más verle, y supe que sería alguien especial en mi vida, pero ni en mil años hubiera podido imaginar que lo sería tanto. Paseamos, reímos, fuimos a cenar, de marcha. Y poco antes del amanecer, sentados en su coche, me besó, nos besamos, nos comimos a besos. Al rato me fui a casa, tenía que cambiarme de ropa, y por lo menos aparecer. Me cambié y me volví a ir con él. Sin dormir, nos fuimos a un parque de atracciones, y nos pasamos todo el día de arriba para abajo, sin ser capaces de despegar nuestras bocas. Al final, como siempre, el lugar es lo de menos, si la persona es la adecuada, y él para mí lo era.

La despedida fue dura, él tenía compromisos familiares y yo también. Me costó dejarle marchar mucho.

Reconozco abiertamente que aquel mismo día me había enamorado de Jorge, sin dudarlo. Lo sabía. A la semana siguiente, tras hablar cientos de horas por teléfono, me desplacé yo a buscarle a su casa. Dejé el coche y nos fuimos a una casita en medio de la montaña que tenían sus padres. 5 días maravillosos, en los que vimos muchas cosas e hicimos el amor muchísimas veces, ambos nos ansiábamos y nos buscábamos constantemente. Digo hacer el amor, porque habían mil sentimientos en cada caricia, en cada beso, en cada embestida.

Al mes y medio, él empezaba a trabajar en Barcelona y  no lo dudé ni un momento, me fui con él. Mi vida era esperar a que él volviera de trabajar para estar juntos. Tenía un trabajo de muchas horas, muy absorbente, que le dejaba poco tiempo libre y yo me desesperaba viendo pasar las horas sin él. Pero cuando él llegaba, todo era maravilloso, todo era increíble.

Pero como todo cuento de hadas, tras unos meses, la cosa empezó a ir mal. Yo vivía por y para él, si él no estaba, yo me ponía mala, vómitos, desmayos, ataques de nervios. Era una dependiente, y él, solo pensaba en trabajar. Trabajaba en un restaurante y como más fiesta era, más trabajaba él. No podíamos ir juntos a ningún lado y vernos, siempre era en la media hora que le dejaban libre por la tarde, entre el servicio de la comida y el de la cena.

Un día perdí la cabeza y los vecinos del bloque acabaron llamando a una ambulancia, mi necesidad de él era tan grande que a punto me quedé de cometer una locura. Eso fue el detonante y tras intentar arreglarlo, pocas semanas después, me dijo que lo dejaba, que no podía más.

Yo creí morir, literalmente, supliqué, rogué, me humillé hasta límites insospechados, pidiéndole que no me dejara, que sin él no era nada. Pero no lo conseguí, evidentemente. Yo de haber sido él, tampoco lo hubiera hecho.

Poco tiempo después de la ruptura, fue mi cumpleaños y le dije que no quería pasarlo sola, que por favor, como regalo, quedáramos esa noche, que iba a ser mi mejor regalo. Tras mucho insistir accedió. Fuimos a tomar unas copas y al final conseguí convencerle para acostarnos. La mala pata quiso que me quedara embarazada. Cuando me enteré se lo dije, y él negó que fuera suyo, que yo me podía haber follado a mil tíos en aquellos días y que él no iba a cargar con el muerto.  Me desesperé, como tantas otras veces con él, pero hice lo mejor que podía hacer, busqué una clínica y aborté. El pasado abril, mi hijo hubiera cumplido 12 años.

Me puse mala, caí en una anorexia nerviosa, no engordaba, perdía peso aun comiendo y bajé hasta unos más que peligrosos 39 kgs, que me hicieron perder hasta la regla. No paraba de hacer animaladas, de espiarle, de llamar desde número oculto para ver si contestaba otra mujer a su teléfono. Hasta que desapareció. Sin más, de un día para otro su teléfono dejó de sonar, su e-mail ya no me confirmaba las entregas y yo me volví loca, literalmente. Pedí ayuda psiquiátrica y durante unos meses estuve controlada por médicos. Temieron seriamente por mi vida.

Tras varios años de lucha, conseguí superar aquello, o por lo menos aprender a vivir con su ausencia. Pero la tecnología, que a veces juega a nuestro favor y otras veces en nuestra contra, hace 6 años quiso ponerme a prueba con él de nuevo. Aún recordaba su número de teléfono, así que lo guardé en la memoria de mi móvil y busqué a ver si aún existía y si por un casual tenia Whatsapp, y tenía. Sentí como si de golpe y porrazo no hubiera pasado el tiempo, como si mis relaciones sentimentales tras él, todas sonoros fiascos, no hubieran significado nada. Y le mandé un “¡Hola!”, así sin más. No pasaron 2 minutos que me contestó. Me reconoció por la foto, supo que era yo y mi corazón empezó a latir como no lo había hecho durante años. Hablamos por whats durante horas, días, no se. Me dijo las frases que habían estado en mi mente todos esos años que habíamos estado separados. En concreto, me quedo con una “-Ahora que te he encontrado, no quiero perderte otra vez ¡Te quiero tanto!” Mi respuesta fue “-No tienes que  encontrarme de nuevo, nunca me habías perdido!”

Quedamos para vernos al cabo de unos días, y fue como si no hubiera pasado el tiempo, espectacular, sin más. Verle y darle un beso, me pareció de lo más natural. Habían pasado 5 años. Nos abrazamos, nos  besamos, nos acariciamos… Y en un momento dado, me dijo que tenía que hablar conmigo de algo importante y que no podía esperar más. Me asusté y con razón. Me explicó que tenía un tumor en la cabeza, que en un par de semanas lo operaban a vida o muerte y que si salía vivo, quería que pasáramos juntos el resto de nuestras vidas. No pude evitar llorar, me parecía injusto pasar por esto, ahora que había vuelto a encontrarle, la vida me volvía a poner a prueba, me lo quería quitar de nuevo.

Le dije que estaría ahí, que sí, que si salía de la operación no lo iba a dudar ni un segundo y me iría con él al fin del mundo. La mala suerte quiso que falleciera al día siguiente de la operación.  Y yo me quedé como vacía, como si de golpe y porrazo todo se hubiera acabado y a mí no se me hubiera dado la oportunidad de poder decir nada. Otra vez la vida lo apartaba de mí y esta vez era para siempre.

No pude ir a su entierro, ni siquiera tras tanto tiempo, soy capaz de recordarle y que los ojos no se me empañen. Cuando empecé con él y me enamoré, le pregunté a mi madre, como sabía que mi padre era el amor de su vida, y ella, que es muy sabia, me dijo que de la misma forma que sabía que el resto de hombres no lo eran. Yo estoy segura de que Jorge, fue, es y será el gran amor de mi vida. Y agradezco enormemente haber sentido algo tan inmenso por alguien, porque he podido querer con todo el alma, aunque al final casi me destruyera.

 Jorge, falleció en febrero del 2012 y yo aún le recuerdo a diario. Tras eso, he sido esposa, madre y ahora estoy separada, pero con mis ilusiones. A veces miro al cielo y me pregunto si él desde allí me cuida y me mima. Siempre seré un poquito suya y él, siempre un poquito mío.

 

Berta Torres