Lee aquí la primera parte de esta historia

 

Elo siempre nos decía que aquella mañana de sábado había marcado por completo su vida. Ya no solo por el hecho de haber conocido al que desde entonces fue su verdadero amor sino también porque gracias a todo lo que ocurrió en aquella época, supo lo que realmente era madurar. Pero regresemos a la historia, a aquel Boston del año 1965, delante de una pequeña tienda de discos.

Por supuesto mi querida abuela supo esconder aquel disco de Jimmy Hendrix de los ojos desconfiados de Nana. En aquella coqueta casa la economía la administraba mi bisabuela y de todos los gastos superfluos que podrían permitirse, un LP de ese tipo de música no se contemplaba en absoluto. Mi abuela Elo tenía que conformarse en muchas ocasiones con observar el disco que permanecía a buen recaudo en el fondo de su armario. Pero hacerlo siempre le recordaba a Thomas, a su mirada, a su sonrisa sincera.

Pasaron más de dos semanas hasta que el destino quiso que Elo, esta vez acompañada de Nana, y mi abuelo volviesen a encontrarse. El destino no les iba a poner las cosas lo que se dice sencillas, porque aun queriendo pasar desapercibido, el bueno de Thomas entró por la peor de las puertas con mi bisabuela Nana.

Habían abierto un nuevo supermercado en el barrio y Nana por supuesto llevaba algo así como 10 días repitiendo una y otra vez que quería acercarse cuanto antes. Acostumbradas a las pequeñas tiendas que solían visitar, acercarse a una gran superficie era para ella como el mejor de los regalos. Era domingo, día libre para Papá Raúl, así que los tres se subieron al coche con toda la intención de gastar esa mañana paseando por los pasillos de aquella inmensa tienda.

Era cierto que aquel lugar cumplía todas las expectativas de Nana y Papá Raúl, que pronto llenaron un carro con una gran cantidad de productos de todo tipo. Elo los seguía ensimismada por toda la gente que había optado, como ellos, por desechar un magnífico domingo dentro de aquella terrorífica tienda. Deseando estaba de llegar cuanto antes a la calle para respirar un poco de aire fresco. Fue empujando sutilmente el carro hasta la línea de cajas y ella misma colocó la interminable compra para agilizar el fin de aquel plan horroroso.

1965

Se acercaban a la salida con un carro rebosante de un millón de productos mientras Nana revisaba feliz las cuentas. Según ella, todo baratísimo y de la máxima calidad. De pronto, al abrir las puertas para alcanzar el aparcamiento, un golpe seco hizo girar el carro, que arrasó con Nana atropellándola a ella y a sus preciosos zapatitos de domingo. Al instante dejó a un lado la felicidad que la embriagaba para centrarse en qué era lo que había ocurrido. Frente a ellos una familia, y sobre todo una mirada más que conocida que empujaba un carro todavía vacío. Eran Thomas y sus padres.

¡Era lo que me faltaba, que una familia de negros me estropee el día! ¿A vosotros nadie os ha enseñado a circular con respeto?‘ Nana pegaba gritos en español olvidando totalmente que allí pocos la entendían.

Excuse me, I’m so sorry…‘ repetían Thomas y su madre con una evidente cara de preocupación.

Nana continuaba inmóvil en la puerta, bloqueando la entrada o salida de cualquier persona. Vociferando en castellano y exagerando de una manera muy poco elegante como si le acabasen de amputar los dos pies sin anestesia. Papá Raúl, al observar que no tenía absolutamente nada, le pidió que continuasen su camino disculpándose ante la familia de Thomas por aquel numerito.

¡Que no, que no! Mirad mis zapatos carísimos, están ya para ir directos a la basura. Esto no se puede quedar así, llamad al encargado porque quiero que me expliquen desde cuando los negros pueden venir a comprar en el mismo horario que nosotros. Estas modernidades, este país de pacotilla…

La pequeña Elo se fue encendiendo como una cerilla, o más bien como una buena partida de dinamita a punto de explotar. La familia de Thomas, que bien podría haber continuado con sus planes pasando de aquella energúmena que era mi bisabuela, se mantenía en medio de aquel teatro en silencio, como esperando órdenes que acatar. Elo le propuso un par de veces a Nana que lo olvidase, pero era evidente que su madre tenía otros planes.

Eres insufrible, madre. Hemos chocado los carros, él y yo, ya te han pedido disculpas. ¿Has visto todo lo que se ha formado alrededor porque tú crees que te deben algo por una mierda de zapatos? Deberías pedirles perdón tú a ellos, por maleducada y racista.

Nana levantó lentamente la mirada, que apuntaba entonces a sus pies, para fijarla de lleno sobre su hija Elo. Enfurecida no respondió con palabras ni gritos de ningún tipo, en su lugar una bofetada con la mano bien abierta cruzó la cara de mi abuela ante la atenta mirada de todos los espectadores que ya se agolpaban alrededor de aquella horrible escena. Acto seguido Nana agarró a Papá Raúl y le pidió que la acompañara hasta el coche.

Como petrificada se quedó Elo en aquel instante. Thomas se acercó para preguntarle si estaba bien, las ganas de llorar de pura rabia se aglutinaban en los ojos de mi abuela. En medio del silencio escuchó como Nana, con malísimas formas, le exigía que se montase en el coche. Elo la miró desde la entrada del supermercado y decidió obviarla, aun sabiendo lo que le esperaría después.

Pídele disculpas a tus padres de mi parte, por favor.‘ Thomas y Elo estaban de nuevo dentro de la tienda. Mi abuela utilizaba su mejor inglés sin dejar de mirar los preciosos ojos de aquel chico altísimo. La multitud se había dispersado y en aquel momento tan solo ellos permanecían en la escena.

No te preocupes, estamos acostumbrados a estas cosas, pero se lo diré de tu parte. Me alegro de volver a verte.‘ Esa sonrisa tan de verdad se dibujó en la cara de Thomas.

El pitido continuo del coche de Papá Raúl empezaba a crispar de nuevo los nervios de la pequeña Elo. A ella lo único que le apetecía era quedarse allí, o en cualquier otra parte donde poder charlar tranquila con aquel chico que empezaba a volverla loca. Apenas pudieron cruzar aquella mañana un par de frases pero, al menos, tuvieron tiempo para prometer verse en la tienda discos un día de la próxima semana.

La bronca de Nana fue apoteósica. Aunque nada comparado con la rabia que le producía reñirle a su pequeña para recibir a cambio una media sonrisa como si aquello no fuera en absoluto con ella. Tenía una especie de cita secreta con Thomas y ni los arrebatos racistas de su madre podrían estropear el momento.

Elo solía contarnos que la tarde de miércoles en la que había quedado con Thomas fue la más divertida y sorprendente de su corta existencia. Engañó a Nana, que continuaba enfada a más no poder, inventándose una milonga sobre unos recados pendientes para Papá Raúl. Pensó que ya se las apañaría a la vuelta para no quedar como una mentirosa, lo importante entonces era salir de aquella casa. Antes de hacerlo miró una vez más el disco de Jimmy Hendrix y con la mayor de las sonrisas salió corriendo hacia la tienda.

Allí estaba Thomas, él y otro buen elenco de clientes que muy probablemente llevarían sus largos minutos escuchando y revisando disco a disco.

Has venido pequeña Elo. ¿Todo bien?‘ En el estómago de Elo se posaron un millón de mariposas hasta entonces desconocidas para ella.

Sí claro, ¿tú qué tal? ¿Me enseñas lo que estás escuchando?

Fueron casi dos horas de música, de sonrisas, de ponerse al día sobre sus vidas. La historia de Thomas, de su familia, de cómo habían tenido prácticamente que huir de Phoenix por culpa del racismo continuado en sus calles. Cómo su padre había removido casi el mundo para encontrar un trabajo que les diera para vivir en aquella nueva ciudad. Pero sobre todo las ganas de estudiar y de labrarse un gran futuro que él tenía. Quería estudiar ingeniería, convertirse en el primer graduado universitario de la familia.

 

Tras la tienda de discos Thomas propuso un batido en uno de sus lugares preferidos. Juntos caminaron durante más de media hora sin dejar de hablar ni un segundo. Elo adoraba escuchar todas las historias que Thomas tenía por contarle. Ella, que se había pasado toda la vida viviendo en una completa ignorancia de lo que era realmente el mundo. Escucharlo, por duras que fueran sus historias, era para ella como una puerta inmensa que se abría para aclarárselo todo.

Se sentaron junto a la ventana de la pequeña cafetería y Thomas le propuso un malteado de vainilla que la dejaría alucinada. Y no le mentía, Elo siempre decía que el sabor de aquel batido fue el más dulce y maravilloso de todos los que pudo tomarse en su vida.

Aunque quizás también tuvieron algo que ver las mariposillas de mi estómago, ¿para qué os voy a mentir?‘ Añadía siempre que llegaba a esta parte del relato.

Lo último que se esperaba mi abuela en aquella tarde casi de cuento era que por delante de la cristalera del local se pasease Papá Raúl junto a uno de sus jefes. Al verlo acercarse intentó esconderse tras uno de los menús de la cafetería pero su padre había sido mucho más rápido. Ante la atónita mirada de un Thomas de nuevo preocupado, salió de la cafetería intentando dar una explicación a todo aquello.

Papá, por favor, es mi amigo. Nos conocimos en la tienda de discos, por favor papá, no le digas nada a Nana, por favor…

Papá Raúl observaba a Elo pensativo. Su jefe, un americano de pura cepa, no entendía ni un poco de lo que estaba pasando allí. Se giró y observó a Thomas, que continuaba sentado dentro de la cafetería.

¿Tu hija es amiguita de un negro? Mucho cuidado amigo, los negros nunca traen nada bueno…‘ Escupió en inglés aquel señor en tono jocoso.

La rabia volvió a recorrer el cuerpo de Elo, quería empujar a aquel señor y escupirle en la cara. Apretó los puños intentando dominar sus impulsos y esperando que Papá Raúl aceptase el trato para regresar junto a Thomas.

Está bien Elo, ya hablaremos. Pero vuelve ahora mismo a casa.

Nunca hablaron, jamás lo hicieron. Papá Raúl fue el único confidente leal de toda la historia de Thomas y Elo. Tragó hasta el fin de sus días con lo que había ocurrido aquella tarde, soportó las mentiras piadosas de mi abuela y las desconfianzas de Nana. Se portó como el buen padre que siempre había sido.

Esto va a ser muy difícil…‘ Apuntó Thomas cuando la pequeña Elo volvió a sentarse junto a él.

¿Esto? ¿Y qué es esto?‘ Respondió mi abuela retomando el tono burlón y divertido que había tenido toda la tarde. Pudo observar cómo en la cara de Thomas se dibujaba una especie de risa tímida.

Nuestra amistad, somos amigos, ¿verdad?‘ Él colocó su mano sobre la mesa, como tendiéndola y esperando que ella respondiese.

Claro que sí…‘ Elo posó la suya encima, con delicadeza.

Lo que vino después fue casi lo más difícil. Cuando una pareja comienza a conocerse eso de escuchar música juntos y pasear aunque sea manteniendo las distancias está muy bien. Pero una vez los cuerpos quieren ir más allá… ahí es cuando las cosas se ponen realmente complicadas.

Thomas y Elo quedaban siempre que ella podía escabullirse. Él pasaba cada tarde por la tienda de discos y esperaba allí ansioso y observando la puerta cada vez que alguien la empujaba para entrar. Su corazón casi se detenía cuando veía allí a la pequeña Elo, que siempre le regalaba la mejor de las sonrisas. Mike, el dueño de aquel local, era casi un cómplice más de su reciente historia de amor. No era un hombre de muchas palabras, pero día a día se iba abriendo sobre todo a Elo, que era la verdadera desconocida.

 

 

Ni que decir tiene que mi abuela hasta entonces no sabía qué era eso del amor. Se había pasado toda su vida pendiente del taller de Papá Raúl mientras huía de cualquier mínima propuesta que tuviera que ver con novios o bodas. Este fue uno de los motivos por los que su primer beso con Thomas fue casi como un regalo caído del cielo. Llovía en Boston. Ambos se habían acostumbrado a huir de la gente escapándose juntos a una zona boscosa del barrio. Se perdían y mientras estaban allí la gente de su alrededor dejaba de juzgarles. Ya no había miradas de sorpresa al verlos pasear juntos, nadie ponía el grito en el cielo cuando compartían un helado o cuando se morían de risa por alguna tontería.

1965

Llevaban poco tiempo sentados en un viejo tronco caído cuando empezaron a caer las primeras gotas. Thomas rápidamente se levantó.

Vámonos, se va a poner a llover.‘ Tendió la mano a Elo para ayudarla.

No, quédate un rato más conmigo, no quiero volver todavía…‘ Ella llevaba todo el día seria, tenía sus momentos buenos y los no tan buenos, estaba muy cansada de soportar a la sociedad que les rodeaba.

Thomas volvió a sentarse junto a Elo cubriéndola con su inmensa chaqueta.

Me quedaría aquí contigo toda la vida, ¿sabes?‘ Dijo Thomas mientras los dos observaban la lluvia, que ya caía con más fuerza.

En aquel momento, Elo giró para mirar a ese chico que sin duda había conseguido enamorarla. Él respondió con un silencio que solo la lluvia podía romper. Ninguno de los dos supo nunca quién dio el paso, pero en aquel instante, bajo la chaqueta de Thomas, se dieron su primer beso.

Creo que las mariposas se volvieron un poco locas aquella tarde…‘ Decía siempre la pequeña Elo al contar su historia.

Claro que un primer beso llevó a dos, a tres, a cuatro y a un ciento. Todos completamente clandestinos. Todos lejos de las miradas inquisidoras de toda persona ajena a aquel amor que en cuestión de semanas había nacido entre ellos. Para cuando ya había pasado algo más de un mes desde su primera cita, no podían vivir el uno sin el otro. Nana veía a su hija diferente, cambiada, y aplaudía su nueva disposición para hacer las tareas sin rechistar. Por supuesto ella vivía completamente ajena a que aquella felicidad de su hija tenía nombre y apellido.

La vida en Boston pintaba de otro color gracias al amor, aunque fuera secreto. Pero hay veces en las que hay que ser valiente y, por supuesto, la relación de mis abuelos no fue una excepción. Todo fue gracias a una cena, la que Isi, la mamá de Thomas, había preparado como una bienvenida a la familia para Elo. En aquella casa habían aceptado con toda normalidad el amor de su hijo por aquella chica blanca del supermercado y creían una descortesía no preparar un banquete.

La pequeña Elo se vio entonces en una encrucijada. Deseando ir a toda costa pero viéndose obligada a contarle una parte de su historia a Nana. Omitiría por el momento todo aquello que tuviera que ver con el amor (mejor ir poco a poco), pero estaba dispuesta a poner ya sobre la mesa su gran amistad con aquel chico negro al que ella había increpado hacía unos meses.