He tardado muchos años en ser capaz de sentarme y escribir mi historia. Es curioso cuando es un relato que se repite en mi cabeza día tras día. Quizás por miedo, puede que un poco temiendo ser rechazada o simplemente juzgada. Yo qué sé, la vida, ya sabéis.

Para entenderme del todo debemos viajar atrás en el tiempo, creo que era el año 2005. Yo tenía entonces veintitrés años y me encontraba en un momento pletórico de mi existencia. Estudiaba lo que me gustaba, tenía amigas y amigos para parar un tren y muchos planes de futuro. Sobre todo eso, planes y proyectos.

Era verano, de esto estoy segura porque hacía un calor casi tropical y aquel fin de semana habíamos decidido unirnos a una fiesta en la playa. La música se podía escuchar desde el otro lado de la ciudad y sin necesidad de llegar al arenal ya se sentía la cantidad de gente que se había unido al evento. Sin duda fue la noche que marcó mi vida, ¡cuántas veces he regresado a aquella playa ahora desierta simplemente por recordar!

Y fue en medio de todo aquel gentío donde conocí a Juan. Recuerdo que le tiré casi medio litro de ron con naranja por la camiseta y él no hizo más que gritar un ‘¡ostias, qué frío!‘ y sonreírme. Le pedí perdón en un millón de idiomas y en seguida, como pudimos, nos pusimos a hablar. Mis amigas, sus amigos… antes de que nos diéramos cuenta todos formamos un único grupo y juntos pasamos una de las noches más divertidas de nuestras vidas.

 

En ningún momento hubo ni un ápice de interés de que nada podría pasar entre nosotros. Todos habíamos bebido (algunos más que otros) y únicamente disfrutamos de un buen rollo brutal. Bailamos, cantamos a pleno pulmón, y cuando terminó la noche algunos compartimos nuestros números de teléfono por si el futuro volvía a unirnos.

Al día siguiente amanecí rememorando una y otra vez la sonrisa de Juan y los mucho que me había contado de su vida. Él y sus amigos vivían a casi 250 kilómetros de mi ciudad. Acababan de terminar la carrera y ese era SU VERANO (sí, con mayúsculas). Mis amigas me dejaron claro que aquel chico me había prendado de alguna manera, pero intentaba continuar con mis vacaciones como si Juan realmente no hubiera sido importante.

Y todos mis planes habrían ido como la seda de no haber sido por aquel dichoso sms. Habían pasado apenas un par de semanas desde la fiesta de la playa cuando Juan decidió escribirme un tímido mensaje:

‘Hola guapetona. Q tal va el verano? Había pensado hacerte una visita antes d terminar las vacaciones. Te apetece?’

¿Qué si me apetecía verle? ¿Hacerme a mí una visita? Como una niña emocionada le respondí que sería un placer recibirlo de nuevo. Y así comenzó nuestra andadura, la que hasta hoy ha sido mi historia con Juan.

Aquel fin de semana vino solo y solos nos conocimos un poco más. Hubo cervezas y pizzas, cafés interminables y también besos clandestinos en su coche. Y nuestras ganas de querernos fueron a más semana a semana. Juan retomaba su rutina entre clases de un máster y su trabajo, y yo regresaba a la universidad sin separarme un segundo de mi teléfono móvil.

Mis amigas no me podían creer, llevaba una relación a distancia con un chico al que todavía estaba conociendo. Entregaba mi tiempo libre a llamadas de horas y a planear nuestras próximas citas, cuando Juan cogía su coche y regresaba para abrazarme fuerte y llamarme ‘chiquitina‘.

Tomamos por rutina el vernos al menos dos veces al mes. ¡Y cómo me cambiaba la cara cuando lo veía bajar del coche frente a mi casa! Aquella sonrisa era eterna y preciosa. Juan siempre tenía historias que contarme, a pesar de su aburrido trabajo en una oficina también era monitor infantil en un club de natación y a mí me encantaba su implicación con los críos. No existían los silencios entre nosotros, y de haberlos los borrábamos con caricias y besos que sabían a gloria.

Y los meses pasaron, y la distancia que nos separaba parecía unirnos mucho más. En mi familia todos sabían de la existencia de Juan y de todo el bien que me había traído. Yo había dejado a un lado mis locuras de chica inmadura y me planteaba ya un futuro junto a mi novio. Quedaba con mis amigos y también aplaudían mi felicidad.

Con miedo por lo que me pudiera encontrar, el día del cumpleaños de Juan tomé un tren y me planté frente a su casa con la única intención de darle una enorme sorpresa. Para mi alivio y alegría, en su círculo familiar también sabían que yo existía y en varias ocasiones me preguntaron qué le había hecho al bueno de su hijo para enamorarlo de aquella manera.

Éramos felices, con nuestras típicas discusiones de pareja, con algunas dudas pero con tanto por delante… Pasaron las Navidades, llegó la primavera, y parecía que con el final del curso Juan y yo al fin podríamos plantearnos un día a día solo para nosotros. Empecé a buscar trabajo en su ciudad y muchas de nuestras llamadas fueron entonces para recorrer webs de alquiler de pisos en búsqueda de nuestro primer hogar compartido.

Lo que jamás imaginaríamos ninguno de los dos era que toda esa magia se desquebrajaría de la noche a la mañana. Y es ahora cuando la crudeza de la realidad me devuelve al miedo, porque la vida es preciosa pero también muy injusta.

Acaba de terminar el último de mis exámenes. Salí de la facultad y respiré hondo deseando hacer mi primera llamada como licenciada. El verano acababa de empezar y Juan tenía unos días de vacaciones, así que me había prometido venir temprano a verme para así escaparnos juntos unos días a alguna playa desierta.

Agarré el teléfono con ganas de gritar por mi libertad y mi felicidad y marqué el número de Juan. ‘Teléfono apagado o fuera de cobertura‘, me resultó raro pero dejé pasar unos minutos hasta volver a intentarlo. No hubo manera, la mañana se nos fue y no conseguía localizar a mi novio. Me empecé a preocupar y unas horas después me puse en contacto con su familia. Juan había salido temprano y no sabían nada más.

A pesar del sol que lucía aquel día, no recuerdo una oscuridad tan densa. Ya por la tarde los sollozos de la madre de Juan al otro lado de la línea me hicieron morir por dentro.

Fue el coche que iba en dirección contraria, todo culpa de un desgraciado borracho…

Juan se fue aquella mañana en la carretera. Y una inmensa parte de mi se marchó con él y con su sonrisa preciosa. De repente mi vida y mi futuro se partieron en mil pedazos, me culpaba una y otra vez por todos esos kilómetros que mi chico recorría solo por estar a mi lado. Mi Juan, el de los abrazos fuertes, el que cada día me ponía un apodo diferente.

Millones de veces me imagino junto a él y cómo sería nuestra vida si aquel conductor no hubiera decidido coger el coche en plena borrachera. Me evado pensando en nuestra casa, en si tendríamos hijos, en su olor…

He necesitado terapia, soledad y muchas lágrimas para lograr ponerme en pie y comprender que la verdad es esta, que los accidentes mortales ocurren y que nos tocó a nosotros. Le tocó a Juan y a su juventud. Le tocó a un chico con mil planes por hacer. A una persona que solo disfrutaba de lo que la vida le regalaba cada día.

Dicen que la gente no se va de este mundo mientras los recordemos, y estoy segura de que Juan continuará siempre conmigo. Aunque yo rehaga mi vida, aunque encuentre a otra persona que me acompañe de por vida, aunque sea feliz sin tenerlo a él a mi lado. Porque las grandes personas son eternas, y Juan tenía todo lo bueno en su interior.

Tu Chiquitina

 

 

Envíanos tus relatos e historias a [email protected]