La insistente proposición de trío

Hace años, con veintipocos, tuve un novio que estaba obsesionado con la idea de montarnos un trío. Al principio, me lo tomé más a coña que otra cosa, la verdad, porque sé que es una fantasía recurrente en muchos tíos y el tema solía surgir después de que yo piropeara a alguna amiga o conocida. Digamos que se aferraba a “es que has dicho que es muy guapa” como argumento y, claro, no me parecía nada serio.

En esa primera etapa me lo soltaba muy de vez en cuando, como decía, pero poco a poco se vino arriba y empecé a observar que también lo mencionaba cuando estábamos en la cama. Aquello me empezó a sentar regular, porque de la manera en la que lo hacía sonaba a que no le parecía suficiente conmigo. Los comentarios del tipo “Imagínate esto, pero con otra tía más” o “Tengo energías para ti y para la que se ponga por delante” me sobraban totalmente. 

En esos casos, le ponía mala cara o le contestaba para hacerle ver que esa actitud me molestaba y que se cortara un poco. Que hasta cierto punto yo era comprensiva y entendía que cada uno podía tener sus fantasías, pero no era plan de hacerme sentir de menos. Sobre todo, porque esa obsesión por el trío solo contemplaba la posibilidad de incluir a otra chica, sin tener en cuenta lo incómoda que yo me pudiera sentir o si yo compartía esa fantasía. 

Hubo momentos en los que, por devolvérsela un poco, le decía que sí, que me molaba la idea del trío, pero con otro tío y se ponía de una mala leche… que al final era contraproducente, porque no solo lo tenía de morros para todo el día, sino que encima me caía bronca. Porque al parecer, él tenía derecho a fantasear todo lo que quisiera con otras mujeres y hacérmelo saber con todo lujo de detalles, pero yo no. Yo no tenía derecho a tener deseos propios, solo el deber de satisfacer los suyos. 

Menos mal que no tardé mucho en recapacitar que eso era una machistada como un castillo, porque como era de esperar, no tardó demasiado en desenmascararse y enseñarme su verdadera identidad de novio posesivo y celoso. Y es que cuando salía con mis amigas le entraban las dudas o yo qué sé y yo, que era de dejar el bolso abandonado por ahí, me encontraba al cabo de las horas 16 llamadas perdidas suyas. Todo esto sin haber discutido previamente, sin haberle dado motivos de nada, tan solo porque estaba en una noche de chicas y “a saber qué estábamos haciendo por ahí”.

Yo me cabreaba, como es lógico, y le intentaba hacer entrar en razón, que se sintiera tranquilo de que yo era fiel siempre y que si salía con mis amigas era por el gusto de estar con ellas, no como excusa para hacer cosas a sus espaldas. En cuanto nos reconciliábamos, aprovechaba para volver a hacer bromitas con el tema del trío, que en realidad, no eran bromas, a esas alturas era un mecanismo para hacerme sentir mal y ponerme por exagerada si yo mostraba el más mínimo disgusto. Vamos, que me hacía luz de gas.

La insistente proposición de trío

Por suerte acabé recapacitando y lo dejé, y justo en el momento de cortar constaté lo inseguro que era y lo baja que tenía la autoestima. Y no, eso no lo excusaba, para nada, pero sí me sirvió para terminar de encajar las piezas del puzle. Porque tan solo hubo una vez, en la que una amiga mía que sabía la matraca que me daba con el trío, se compinchó conmigo para ver cómo reaccionaría si se lo proponíamos de verdad y la reacción del tío fue para verla. No solo le daba un corte que se moría, sino que se notaba a la legua que no se veía capaz, que le incomodaba. En definitiva, que tanto por saco que dio con el trío y era todo fruto del síndrome del machirulo gañán.

Ele Mandarina