La Madre Naturaleza conspira contra mí

Hoy vengo a contaros la historia de cuando hui de la ciudad para buscar la paz en mitad del monte. En uno de los últimos puentes, mi chico y yo que somos muy campestres, cogimos a nuestro perro, la tienda de campaña y unas cuantas cosas más y nos fuimos a un camping de montaña. Mi único propósito en ese viaje era relajarme, pero lo que conseguí fue despertar mis instintos más homicidas.

El viaje ya empezó regulinchi. Salimos tarde de casa y calculamos que cuando llegásemos, ya sería de noche. A pocos minutos de llegar, al perrete le dio por vomitar dentro del coche. Después de parar a limpiarlo y asegurarnos de que estuviese bien, conseguimos llegar a nuestro destino. Sí, ya era casi de noche y aún nos quedaba montar la tienda.

 

Pero eso era lo de menos, lo peor estaba por llegar y yo aún no sospechaba que mis ganas de hacerme el harakiri aún podían crecer mucho más. Conseguimos montarla rápido y de aquella manera, justo antes de que empezase a llover.

naturaleza

 

“¡Bien, mini punto para nosotros!”, pensé yo.

Cuando ya estábamos acostados, los pájaros noctámbulos empezaron a cantar y me di cuenta de que las campanas de la iglesia del pueblo sonaban cada media hora. Iba a ser una noche dura…

Conseguí dormirme cuando la Madre Naturaleza, en un claro alarde de sus habilidades, decidió descargar su furia contra nuestra tienda de campaña anclada al suelo de manera cuestionable. Ese minipunto y todos los demás se los llevó ella. Empezó a llover a cántaros, habían rayos y truenos, hacía un aire sobrenatural… Todo a la vez.

Yo solo quería que llegase el día y descubrir si sobrevivíamos o qué. Claro, al día siguiente clavamos la tienda al suelo que se tendría que haber partido por la mitad para volarse, pero nada parecía ser suficiente para frenar a la Madre Naturaleza.

 

Amaneció y salimos de la tienda. En ese camping había más gente, pero iban en furgonetas y caravanas. Viéndolo con perspectiva, deberíamos haber seguido los pasos de la única otra parejita que iba con tienda de campaña y que, esa mañana, se disponía a recogerlo todo y salir pitando de allí ante la previsión de que el tiempo siguiese empeorando. Mientras tanto, un hombre se mofaba diciéndoles que habían ido a ver la lluvia de estrellas y solo habían visto la lluvia, muy majo él.

Ese mismo hombre tenía dos hijos, que se hicieron amiguitos de los tropocientos niños de varias familias que habían ido juntas a disfrutar del monte con sus furgonetas. Yo, de verdad, a los niños los adoro, a quienes no soporto es a algunos padres. Que yo sé que los peques tienen que jugar, gritar, liarla y divertirse, pero chato, que lo hagan en tu parcela y alrededores, no en la de otra gente a la otra punta del camping.

Además, eran de esas familias en las que los padres se pegaron sus fiestacas entre los 90’s y los 2000’s, que han sentado la cabeza y formado una familia. Ese viaje al campo debió hacerles rememorar viejos tiempos, porque también teníamos como banda sonora del camping las típicas cantaditas noventeras rollo “Fly on the wings of love”. Que oye, un ratito te lo compro y me echo unas risas, pero todo el jodido día no. ¿Qué habré hecho yo para buscar paz y encontrarme con este panorama?

Parecía que el tiempo nos daba algo de tregua, pero no cariño, la naturaleza aún tenía mucho por demostrarnos y desató su ira de nuevo, así que nos pasamos el día encerrados en la tienda viendo por una mini ventanita un árbol. Ya te digo yo que desde la ventana de mi casa veo más verde del que vi allí.

Joder, que yo iba a disfrutar del aire puro, los pajaritos cantando DE DÍA, a relajarme tirándome en el césped… Yo que sé, a disfrutar de la naturaleza, pero la muy perra se empeñó en clavármela doblada.

 

Volvió a anochecer y parecía que había parado de llover. Pero el aire volvió a golpeárnos de nuevo, agitando la tienda de una manera que parecía que íbamos a salir volando con ella, rollo Aladín y su alfombra mágica pero versión AliExpress. Esa noche pasé miedo de verdad. Cuando por fin cogí el sueño, se empezaron a oír unos ruidos que, para mi fino oído, podrían ser de humano o de jabalí. Quienes hayáis leído mis anécdotas de una despistada, entenderéis por qué al despertar a mi chico para decirle que ahí fuera había algo o alguien, me contestó con un “tranquila cariño, que aquí tampoco hay alces”.

 

Mira, yo no sabía si reírme o matarle, opté por decirle que igual sí que habían jabalíes o alguien robándonos. Aunque yo hablaba él ya estaba roncando otra vez, así que intenté dormir de nuevo. Para colmo, las campanas de la iglesia que sonaban dos veces por hora, empezaron a sonar por duplicado. Por ejemplo, a las 4:00 sonaron 4 campanadas, que volvieron a repetirse a las 4:02. A las 4:30 sonaba una campanada y a las 4:32 lo volvía a hacer. Y así, cada hora de la noche.

 

No me había dormido aún cuando empecé a oír ruido de nuevo, esta vez dentro de la tienda. Me incorporé y vi a mi perro inquieto, supliqué que solo tuviera frío, pero no… El universo o la naturaleza me decía que saliese de ese camping a cada minuto y yo no le quise escuchar, así que hizo que mi perro se cagase, en modo diarrea explosiva, dentro de la tienda y en mitad de la noche.

Nuestra tienda es una de esas que se divide en dos espacios, una especie de entrada en la que solemos dejar trastos y maletas, separada de la “habitación” con una especie de puerta de tela con cremallera. En fin, esa especie de habitación no es fácil de limpiar y fue allí donde mi perrete se cagó. Es que no me dio tiempo ni a abrirle la cremallera. Y pensaréis “bueno, no es para tanto, ¡se limpia y ya está!”.

perro camping

Eso mismo hubiese pensado yo unos meses atrás. Pero esa noche, mientras limpiaba mierda líquida de todos lados, no podía evitar llorar al verme reviviendo mi Vietnam. En una acampada anterior (la del presunto alce), una noche cenamos bocatas de choricillos a la sidra acompañados de una botella de sidra natural, cenita ligera donde las haya. Cuando nos fuimos a dormir yo noté que dentro de mi barriga se cocía el mal, pero me convencí de que durmiendo se me pasaría y que a la mañana siguiente ya lo hablaría con el señor Roca.

A estas alturas, ya sabréis que no iba a ser así. Me desperté en mitad de la noche sabiendo que iba a potar. Me levanté rápidamente e intenté abrir la dichosa cremallera para vomitar fuera de la tienda. Pero no, eso tampoco iba a pasar, no me dio tiempo a salir y poté la cena y hasta mi primera papilla dentro de ese mini habitáculo difícil de limpiar. Os juro que no exagero al deciros que me pasé casi dos horas limpiando y que gasté 2 rollos de papel de cocina, uno de papel higiénico y medio paquete de toallitas húmedas para ello.

Recuerdo limpiar aún medio dormida, con el estómago revuelto y con las gafas empañadas porque, después de los 20 primeros minutos limpiando y viendo que la cosa no mejoraba, empecé a llorar y seguí haciéndolo mientras duró la limpieza. Fue una noche dura, queridas. La cagada de mi perro me hizo revivir todo eso y antes de empezar a limpiar, yo ya estaba llorando.

Después de esto y por algunas otras razones, hemos pensado en cambiar nuestro coche por una furgoneta con la que irnos al monte.

Si alguna quiere una tienda de campaña amplia, en perfecto estado y limpiada con lágrimas a la perfección, ¡ya sabéis donde encontrarme!

 

La noche transcurrió sin mayores altercados, salvo el mal tiempo y algún ataque imaginario más de animales terroríficos, quizás eran gamusinos. Al fin amaneció para dar lugar a nuestro último día allí, nuestro plan era pasar la mañana, comer algo pronto y ponernos a recoger para volver a casa. Pues va la naturaleza, la muy jodida, y decide que cuando solo nos quedan unas horas para disfrutar de ella, salga el sol. Ya podría haber salido antes, pero al menos disfrutamos de unas horas de solecito y nos comimos una sopa calentita al aire libre.

 

Cuando por fin volvíamos a casa, entendí el significado de “hogar, dulce hogar” y agradecí infinitamente que aún nos quedase un día libre para descansar de esas mini vacaciones en las que, por alguna razón, la madre naturaleza y el universo se habían aliado para conspirar contra nosotrxs. Vete al campo a desconectar, decían…

Desdudándonos