Durante la pandemia nos hemos visto obligadas a cambiar muchos de nuestros hábitos, y la forma de ligar no iba a ser menos. El mecanismo es casi el mismo, te descargas una o varias apps de citas (que nunca se sabe) y empiezas a hablar con la gente.

Entre tanta fauna virtual parece que hubo una conexión especial con uno de ellos. Estuvimos hablando varios días por el chat de la aplicación, vivíamos más o menos cerca, me parecía una persona divertida y teníamos bastantes cosas en común. En un intento de hacer de eso algo más personal decidimos darnos los número de teléfono y cuál es mi sorpresa que nada más empezar a hablar por ahí me manda un audio y a mí se me pone algo en el estómago. Tiene una voz de seductor a las que pocas podrían resistirse. En un intento fallido por ser original le digo “tienes una voz perfecta para ser locutor de radio” a lo que él responde que ya se lo habían dicho antes.

Hablamos durante horas los primeros días y el chico cada vez me va gustando más, es súper interesante, tiene más de dos neuronas que ya es mucho pedir y sobre todo me hace reír hasta que me duele la tripa.  En una de las conversaciones descubro que le gusta el mismo programa de corazón que a mí y que le encantan los realities de la misma cadena. En ese momento yo ya le empiezo a poner nombre a nuestros tres hijos.

Tras varios días hablando encontramos un hueco para vernos ya que él tiene un trabajo bastante absorbente. Buscamos un sitio intermedio para vernos y empieza el juego. Ya llevábamos un tiempo hablando y sabíamos bastante el uno del otro pero como era bastante payaso tenía la intuición, y no me equivocaba, de que alguna iba a liarme. Le espero en una parada de autobús y según se baja y me ve hace al amago de irse, puede parecer chocante pero era algo que podía esperarme.

Decidimos ir a una de las cafeterías más cutres que debe haber por el barrio y como hacia un poco de frío decimos pasar dentro. Cuando el camarero va a tomarnos nota el muchacho en cuestión le dice “es nuestra primera cita y quiero impresionarla, ponme un chocolate con churros por favor”. Desde ese momento no dejo de reír y de aplaudir como una foca con epilepsia. La cita va bastante bien y como somos dos personas adultas y solteras. Nos damos el lote en el bar, esta vez sin dar el espectáculo.

Pasan unas horas y cada mochuelo debe de ir a su olivo. Pedimos la cuenta y como remate final y para sorpresa del camarero el chico le deja ¡5 euros de propina!. El camarero se extraña y mi cita le responde “no he podido resistirme a esta chica y entre unas cosas y otras hemos estado toda la tarde aquí casi sin consumir nada, quédatelo de propina”. En ese momento no sabía dónde meterme, pero una vez que entras en su espiral de locura es difícil salir.

Seguimos hablando y a los pocos días le invito a que venga a mi casa a ver uno de los programas que tanto nos gustan, y os juro que durante unos minutos ese fue el plan real. Cuando estamos durante un tiempo viendo la tele caigo en que ha traído una mochila y no me cuadra porque viene de su casa, así que le pregunto que qué lleva. Agarraos que vienen curvas.

De la bolsa y en honor a la gran Mary Poppins saca unas gafas de buceo y un tubo de snorkel, si no viviésemos en Madrid sería hasta medio normal. Con cara de sorpresa le pregunto qué hace con eso y para no perder la costumbre de sorprenderme me dice muy serio que es “para bucearte mejor”. Y en este momento amigas, no sabes si tomarlo por un loco peligroso o si partirte de la risa. Obviamente opté por la segunda.

El muchacho dejó el listón tan alto que en las siguientes citas fue difícil de mantener el nivel. Si queréis que os haga spoiler nos dimos cuenta de que tenías ritmos de vida muy distintos y a día de hoy somos grandes amigos.

 

Lara Cuéllar