Esto pasó este verano, cuando por fin pudimos encontrarnos todos los amigos, vigilando restricciones, teniendo que dejar varios planes atrás, pero al menos pudiendo vernos todos en un piso en la playa. 

El primer día quedamos en que serían unas vacaciones tranquilitas por la situación, que evitaríamos los sitios cerrados o con mucha aglomeración de gente, en definitiva que íbamos a ser muy responsables. Y joder, nos portamos bastante bien. Comíamos o en el apartamento o en terrazas, las copas nos las tomábamos en su mayor parte en el piso y hacíamos planes muy tranquilitos. 

Al menos tengo que decir que aguantamos hasta la mitad de las vacaciones. La noche empezó normal, habíamos estado en la piscina toda la tarde, y estábamos muy destrozados para salir a cenar, por lo que pedimos unas pizzas y yo me encargué de hacer una olla de sangría bien cargada. 

Cuando acabamos con la olla, nos habíamos animado lo suficiente para decidir salir un rato, por lo que nos vestimos rápido y salimos en busca de algunos de los pubs al aire libre que había. Nos afincamos en una terraza y comenzamos con las copas. Para cuando comenzaron a cerrar, ya íbamos bien tibios todos, pero decidimos seguir el pedo en la tranquilidad del apartamento. Mientras íbamos por la calle, pareciendo más zombies de The Walking Dead que otra cosa, pasamos por la playa. 

Estaba preciosa, oscura, con la luna en alto, y a uno se le ocurrió decir: “ Hoy es día de enseñarle el culo a la luna”. Todos nos quedamos flipados, pero nos explicó que su madre hacía eso, enseñar el culo, bien claro, a la luna cuando está llena, porque piensa que eso da buena suerte y dinero. 

Con el pedal que llevábamos, a todos nos pareció una explicación sin fisuras, por lo que antes de darnos cuenta, nos vimos pasando del paseo marítimo a la playa, y corriendo como gilipollas por la pasarela de madera para llegar casi a la orilla. Y allí nos pusimos los cinco, de espaldas al mar, en fila, muy ordenados como playmobils para subirnos vestidos, bajar pantalones y acabar enseñando el culo felizmente. 

Mientras nos descojonábamos escuchamos a alguien que venía gritando. Más allá del paseo vimos un coche de policía parado, y ahí se nos pasó casi la borrachera de golpe. Rápidamente nos tapamos el ojete, y viendo que no podíamos huir, nos preparamos. 

Finalmente nos cayó sólo una pequeña regañina, porque estábamos en la playa más allá del horario que habían impuesto como toque de queda, cosa de la que encima nos enteramos allí mismo. Sin embargo, viendo que no llevábamos bolsas ni nada que hiciese sospechar de un botellón, nos dejaron ir con un aviso. 

En cuanto al efecto de la luna…yo no digo nada, pero me encontré un billete de veinte al otro día en una terraza.

M. Lancaster