Las miopes siempre tenemos dos versiones para una misma historia; la que se cuenta con las gafas puestas y la que se recuerda sin ellas.

El mejor polvo que recuerdo, hasta el momento, vino a mí de una manera mágica. Hace ya unos meses de ellos y todo empezó de una manera normal: viernes, salimos a tomar algo y conocí a alguien.

Se trataba de un hombre mayor que yo, algo tímido, pero con una mirada bonita. Le fui sincera al decir que no era mi tipo, pero sí que es cierto que tenía conversación, sentido común y mucha educación; dotes que no todo el mundo valora.

Si te digo la verdad, no sé en qué momento le invité a que viniera a mi casa. Le dije de tomar la última y nos pusimos a charlar en el sofá. Al cabo de un rato, me pidió si podía besarme y yo le contesté como una chula: ‘debes hacerlo’.

A partir de ese momento, mi percepción sobre él cambió. Sus besos eran increíbles, sus manos disfrutaban del roce de mi piel y me decía unas cosas apoteósicas al oído.

Como íbamos al lío, me quité las gafas y ahí fue cuando lo vi todo claro sin poder ver una mierda. Cuando estaba tumbada vi a lo lejos que ese hombre calvo con ojos penetrantes era la viva imagen de Lord Voldemort.

¡Eureka! ¡Todo cobraba sentido! ¡Sabía que soy fans y él llegó hasta mí!

No voy a ser yo la que le quite tirón erótico a este malvado de la saga del mago más famoso del mundo. Tanto tiempo oculto y con tanto odio, da lugar a que tenga ganas de follar como un loco.

Me conquistó hablando pársel, sus labios estaban impregnados de poción multijugos, me comió la parrusa como un dementor le chupa el alma a un inocente y culminó clavándome su varita de saúco.

Esa sensación de mirar hacia arriba y medio vislumbrar a ese malo entre los malos empotrándote sin piedad, es un sentimiento morboso y que da repeluco al mismo tiempo. Sin embargo, sentirme como Bellatrix Lestrange y desmelenarme como una bruja loca de atar no tiene nombre.

 

Anónimo

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