Viajar con bebés no es tarea fácil. En el aeropuerto te ponen todas las dificultades del mundo para que no se ocurra repetir.

Además, al principio te engañan, te dicen cosas como: si quieres llevar el carrito al avión puedes hacerlo (ah, que bien) pero después te sueltan algo así como que por motivos de seguridad no podemos sentarnos juntos porque no hay suficientes mascarillas para dos bebés. Ah, vale. Muy bien. Yo soy muy comprensiva y lo entiendo, pero mi problema inmediato es como le doy de comer a uno si el otro está en el otro extremo, solo tengo una mochila de mano con la comida dentro y que además la azafata ha escondido porque no se les ha ocurrido otra cosa que ponernos en la primera fila “para que estemos más anchos” pero que no se pueden poner objetos en los pies.

Ciao me piro

En medio de la facturación y el embarque está el temido control de seguridad. Si normalmente es un rollazo con bebés es una completa aventura. Porque te hacen plegar el carrito aunque tengas un niño dentro y esté dormido. Yo cagándome en tó lo que se menea lo cojo y resulta que el tío no lo sabe plegar. Sosténgame al niño que se lo pliego. Pero primero tuve que vaciarlo entero y creo que llevo media casa en ese carrito. Echando pestes pa todos laos ves que el papá tiene lo suyo pitando sin parar, con niño y sin niño y que han decidido escanearlos a los dos. Pobrecito mi niño viendo como le pasan la máquina esa por el pañal.

Superado el trance llegas al avión. Te sientas y te preparas para pasar dos horas y media sentada con un bebé encima. Una azafata, muy “amable” y que no sabe una palabra de español me da el cinturón de seguridad y me pregunta si se cómo se pone. Sí, saberlo lo sé, pero no me vendría mal un poco de ayuda para ponerlo pues el bebé es muy pequeño (tres mesecillos de nada), mi marido está en la otra punta y solo me queda útil una mano, pero…la azafata se ha largado.  Lo pongo como puedo, y diez minutos después de que se me salga el cinturón de su sitio varias veces y que esté a punto de echarme a llorar, lo consigo. 

Empieza el vídeo ese de la seguridad en el avión. Es curioso, antes de tener hijos o si viajo sin ellos nunca le hago el menor caso. Pero es tener a un niño al lado y empiezo a buscar en los panfletos como se pone la mascarilla esa o de donde tengo que tirar si le pongo el paracaídas. 

Llegan los bocadillos, no me da el sitio para abrir la bandeja, la colega de al lado, compasiva, me dice con gestos primitivos que puedo usar la suya. Media hora después estoy tan desesperada que intento hacer el sudoku que viene impreso en la servilleta del bocadillo (qué triste).

Los niños, afortunadamente, se portaron muy bien y durmieron casi todo el rato. El avión aterriza y esperas a que todos los alemanes bajen para poder encontrar la bolsa dichosa que te ha escondido la azafata y una mochila con jueguecitos para entretenerlos que no he podido emplear.

Así que agarras niño, bolsa y mochila y sales al suelo de Berlín, por fin. Lo lógico sería pensar que si subes el carrito en la puerta del avión lo encuentres cuando bajes, pero no. Te lo llevan a la cinta y tienes que llegar hasta ella. Y hay aeropuertos en los que has de recorrer varios kilómetros hasta llegar a la cinta, y después ¿cómo lo cojo cuando pase si solo tengo una mano?. En fin, lo solucionaremos luego.

Llega el problema del carro portaequipajes. ¿Dónde está el problema? Coges uno y lo llenas de maletas ¿no? Pues no, porque va con monedas y ¿Qué pasa? Que solo va con monedas de un euro y ¿adivináis? No tenemos.

El niño que sabe andar huye despavorido después de dos horas en un avión mientras papá intenta pagar tres euros en una máquina por una Coca-cola con dos monedas de dos para conseguir el dichoso euro pero que fracasa porque le da dos monedas de 50 (de risa).

El niño que protesta cuando mamá lo pilla al vuelo cuando iba directo a las cintas haciendo equilibrios con el chiquitín en brazos que no se descoyunta de milagro.

Papá que se gasta la cara y pide a los que encuentra cambio para poder coger el dichoso carrito portaequipajes.

Carrito conseguido.

Papá se sienta con el bebé enloquecido, el bebé contorsionista y hambriento, la bolsa, la mochila y el carro portaequipajes.

Yo me abro paso a la cinta a codazos.

La veo, la veo, esa es mía,…no llego a tiempo.

Me hago más espacio, pongo postura de sumo y resoplo varias veces. Veo pasar otra, la cojo y….¿dónde la pongo?, los alemanes se me amontonan, hay que pensar rápido…a la mierda. La tiro detrás de mí y sigo. Cojo otra y la tiro, un carrito y lo tiro, la mochila porta bebés, que no llegamos a emplear pero se dio un paseo hasta Berlín (y volvió) y la tiro. Por fin el último carrito.

Ya estaría.

Empujo toda mi montaña a un espacio sin tumulto de alemanes y abro uno de los carritos. Pongo al bebé nº 2, y al bebé nº 1 en el cesto del portaequipajes (que está prohibido, pero es una urgencia), papá sube las maletas y el otro carrito y nos vamos.

Salimos a la calle. Siguiente paso, encontrar un taxi donde quepamos todos y todo.

No encontramos ninguno con dos sillas de bebé así que piden uno por radio Esperamos un infierno a que llegue. Lo conseguimos. Coloco al bebé nº 2 en la maxi cosi alemana, papá sube una maleta, otra, ¿Dónde está bebé nº 1? Corre despavorido hacia la carretera, lo pilla el taxista, susto del copón, uf, uf, uf. Infartito de los chulos.

Llegamos al hotel. Nos dan habitación. La buscamos, ya no llevamos carrito porta equipajes, que se ha quedado (con el euro dichoso dentro) en la puerta del aeropuerto y tenemos que arrastrar una maleta, dos, un carrito plegado, otro abierto, un bebé que sale corriendo y una mochila portabebés (¿no había unos botones que te llevaban el equipaje en estos casos? No, no hay).

Hacemos turnos en el ascensor porque no cabemos con todas las cosas. Llegamos a la 5 planta, aquí no es. Es otra ala, volvemos a bajar, volvemos a hacer turnos en el ascensor. ¡¡Lo conseguimos!!

Llegamos a la habitación y caemos muertos en la cama… Hasta mañana.

 

Burotachos