Solemos asociar el terror nocturno a los niños y, si bien es un trastorno del sueño más común en la infancia, se puede desarrollar a cualquier edad. Incluidos en el grupo de las parasomnias, puede afectarte en la edad adulta. Cuando conocí a mi pareja, intentó ocultarme su condición durante meses, avergonzado de su realidad. Nunca quería pasar noches juntos, ya fuese en su casa o en la mía. De esta manera, quedaban fuera de nuestros planes las citas “demasiado largas” -que implicaran la posibilidad de dormir- o las escapadas románticas.
Llegué a considerar la idea de que me estaba engañando: quizá tenía otra novia con la que debía compartir cama o usaba una máquina de apnea. ¡Yo qué sé! Se me pasaron mil respuestas a interrogantes que él se negaba a esclarecer. Aunque traté de respetar su decisión, algo en mí rechazaba una imposición de la que desconocía el origen. Al final, cedió y me lo contó.
La “pesadilla” de los terrores nocturnos
Cometí la equivocación de creerme que sufría “pesadillas”, pero no. Son más que una pesadilla: en una pesadilla la persona se despierta y recuerda lo sucedido; en cambio, los terrores nocturnos ocurren en la fase de sueño profundo donde la persona está fuera de control y, después de unos minutos, se calma y regresa al sueño sin recordar el episodio. La pesadilla, emocional y psicológica, es para quien acompaña en este proceso.
Mi pareja no es “consciente” de su dolencia. Él ha recibido la información a través de familiares y amigos con los que ha compartido el sueño y, de esta manera, ha asociado una serie de síntomas a los terrores nocturnos. Por ejemplo, se despierta sudoroso o ansioso sin motivo aparente. A medida que ha adquirido una conciencia gradual, a veces, también es capaz de recordar fragmentos del episodio.
Mi toma de contacto con los terrores nocturnos de mi pareja
La primera vez que mi novio sufrió un episodio delante de mí, no coincidió con nuestra primera noche juntos. Es más, llegué a considerar que “se había curado”, ya que pasó bastante tiempo hasta que fui testigo de uno. Al menos en su caso, los terrores nocturnos se presentan por épocas y los relacionamos con situaciones de estrés y falta de sueño.
A día de hoy, varios años después -ya estamos casados y tenemos hijos-, he creado un vínculo con la fiebre alta y como reacción a la ingesta de algunos medicamentos. Él pasa de un estadio de intermitente, con un par de crisis al mes, a frecuente si se dan los factores que lo alteran; es decir, varias veces a la semana e incluso cada noche.
Al principio, vivía el momento de irme a la cama con angustia. Cuando buscas el refugio del descanso, el silencio de la noche se rompe abruptamente por sus gritos. Sientes que tu corazón se detiene, atrapado entre el miedo y la incertidumbre de los chillidos ensordecedores. Te despiertas sobresaltada, confusa, sin saber si estás soñando o si el horror es real. Es en este punto cuando debes luchar contra el pánico, respirar hondo y colaborar en calmarle: le cojo la mano, le hablo suavemente, le dijo que todo saldrá bien. Sé que no es suficiente y, a menudo, me frustro. Esa mirada perdida, su respiración agitada, el sudor frío que recorre su frente…, todo me recuerda que está atrapado en una pesadilla de la que no puede escapar, y yo, impotente, solo puedo ser una espectadora de su tormento.
Al cabo de los minutos, él se relaja y se duerme; sin embargo, a mí me cuesta conciliar el sueño. Le doy muchas vueltas a la cabeza, repaso todos los consejos que nos han dado estos años que, según el episodio, se convierten en pura palabrería porque los terrores nocturnos no siguen un patrón predecible. Colocamos una luz tenue y aseguramos la habitación para que sea lo más confortable posible para él.
He de reconocer que hay noches en las que necesito dormir sin interrupciones: me quedo en el sofá o aprovecho para descansar en casa de mis padres. Hay épocas en las que la falta de sueño afecta a mi estado de ánimo, a mi trabajo. Él lo sabe y se culpabiliza muchísimo. Es una batalla silenciosa y agotadora para los dos, pero que con comprensión y amor la ganamos cada noche.
Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.