Hace poco me pasó algo que jamás pensé que me ocurriría, algo que cambió por completo mi vida.  Suelo leer historias locas, situaciones extraordinarias que le suceden a otras personas, pero esas cosas nunca me pasan a mí.  

Nada hacía presagiar que el destino me tenía preparada una sorpresa que se presentaría de la manera más insospechada; Salía del gimnasio, espeluznada y sudando a mares después de una intensa clase de spinning, cuando un hombre, que suelo ver en la sala de musculación y que en ocasiones he pillado mirándome, se me acerca y me dice en voz baja. “No te asustes, pero escucha lo que tengo que decir hasta el final. Quiero proponerte un trato.

A decir verdad, el hombre tenía buena pinta. Se había duchado en los vestuarios, vestía de traje y era bastante guapo. Maduro, sí, pero muy atractivo. 

“¿Ahora?” Pregunté un poco conmocionada por su forma de abordarme. Yo estaba hecha unos zorros y me hubiese gustado arreglarme un poco antes de hablar con él, pero se mostraba decidido y no me daba opción a aplazar la conversación para otro momento.

En mi mente burbujeaban mil ideas, a cuál más calenturienta, pero nada de lo que me hubiese podido imaginar se parecía a lo que aquel hombre estaba a punto de proponerme.

“Tiene que ser ahora. Perdona si te parezco atrevido, pero llevo un tiempo observándote y ya no puedo aguantarme más”

La situación se estaba poniendo muy extraña. Él me miraba fijamente, con la respiración acelerada, mientras se acercaba cada vez más a mí.

  • Quiero proponerte un negocio- dijo susurrándome al oído. Podía oler su perfume, sentir el calor de su cuerpo. Me parecía incluso notar como se le aceleraba el corazón con cada palabra. – Soy un hombre serio, pero con gustos extraños. No quiero que te asustes, no te estoy proponiendo nada físico…pero hay algo de ti que deseo, que necesito desesperadamente. Te pagaré bien. Ni siquiera tenemos por qué hablar. 

Sus palabras dispararon todas mis alarmas. Aquel hombre me ponía, me ponía muchísimo, pero lo que me estaba proponiendo iba mucho mas allá de mis límites y de mi moral.

  • No sé qué impresión tendrás de mí, pero yo no me dedico a eso – le dije algo azorada por el magnetismo que desprendía y a la vez molesta por su insinuación.
  • Creo que no me has entendido. No quiero tener sexo contigo. Lo que quiero es comprar tu ropa interior.

En ese momento lo miré perpleja. En su rostro se podía ver el deseo y la urgencia. 

  • ¿Mi ropa interior? – Repetí sin comprender. 
  • Quiero comprar tus braguitas. Las que llevas puestas ahora mismo. Pon un precio. Te pagaré lo que me pidas. 

Aquella petición me pilló desprevenida. Me parecía algo entre sensual y sucio. Una petición que escondía los instintos más oscuros de aquel hombre, pero que de alguna manera me hacía sentirme deseada de una forma en la que nunca me había sentido.

  • Te doy quinientos euros por las que llevas puestas ahora mismo. 

No pude resistirme. Fui al cuarto de baño y me quité el tanga.  Todo mi cuerpo se estremeció cuando puse el trozo de tela entre las manos de aquel hombre.  Me dio el dinero y se marchó tras despedirse con un movimiento de cabeza, apretando el puño donde llevaba mi ropa interior como si portase un tesoro.

De camino a casa estaba como mareada. Aquella situación había sido algo excitante, pero de alguna manera pensaba que había hecho algo malo. Me sentía culpable, como si hubiese participado en un acto aberrante. Pero llevaba mucho tiempo sin trabajo y el dinero me venía bien, así que intenté pensar en otras cosas para consolarme.  

 Pero seguía sintiéndome sucia y esa sensación me oprimía el pecho. Tenía que separarme de esos pensamientos, porque razonándolo, aquella angustia no tenía sentido. Recapacite. Desde mi filtro moral valoré que nadie me había tocado, mi integridad estaba intacta y el hombre se había marchado feliz. 

Investigué un poco por internet sobre el tema. Para mi sorpresa encontré varias páginas donde se ofrecía ropa interior usada. Tras revisar varias de ellas me di cuenta de que había muchos hombres con ese fetiche. El morbo de poseer la ropa interior de una mujer hacía que pagasen cuantiosas cantidades de dinero.  Entrar en el negocio no era algo complicado, solo había que hacerse un perfil, poner alguna foto y ofrecer el producto. Visto desde fuera era solo una transacción comercial más, la única diferencia es que el producto a la venta iba a tener un poco de mí.

¿Acaso eso está mal?

Decidí dejar atrás mis prejuicios. Olvidarme de los dictámenes de una moral que dibujaba límites difusos en esos momentos y me abrí el perfil.

Hoy por hoy, tengo un fructífero negocio de venta de ropa interior. Contacté con otras chicas en mi situación y hemos creado una página web. Quizás no era la profesión que había soñado ni lo pondría en mi currículo, pero es un negocio honrado. 

¿Me debería de avergonzar? 

¿Me tendría que arrepentir?

Sinceramente aquel día en el gimnasio cambio mi vida. Ahora soy feliz y hago feliz a mis clientes. 

Tengo buenos ingresos, un horario flexible y miro la vida con otros ojos. Creo que a un buen trabajo no se le puede pedir más… 

 

 

Lulú Gala