Tenía apenas veintisiete años y hacía unos meses que había terminado con la única relación que había tenido en mi vida. Había pasado más de diez años con mi novio de siempre y parecía que mi recién estrenada independencia económica no casaba con los planes del que era mi chico.

Así que allí estaba yo, estrenando trabajo, piso y libertad, todo en uno. La suerte me había acompañado y gracias a mis estudios había conseguido un puesto en una gran empresa financiera. Estaba ansiosa por empezar a currar y hacer valer todo lo que había aprendido durante tantos años de universidad. Me iba a comer el mundo a mordiscos bien gordos, vamos.

El primer día en la oficina prometía muchísimo. Me enfundé un traje de chaqueta que me sentaba de infarto conjuntado con unos tacones de aguja muy a lo ‘Armas de mujer’. Colgué de mi hombro mi portafolios de piel (vacío) y emprendí rumbo a mi futuro con aire seguro y decidido.

Esa mañana fue un compendio de reuniones y explicaciones sobre el proyecto en el que trabajaría. Tomé notas, sonreí a mis compañeros, pregunté mis dudas… y cuando tuve al fin un respiro volví a mi mesa para tomar aire y ordenar un poco mis ideas. Entonces mi teléfono sonó una vez más:

Señorita Gómez, soy Rafael Sánchez, jefe del proyecto en el que trabaja actualmente. Cuando pueda acérquese a mi despacho para solucionar un par de dudas‘.

Efectivamente, aquella voz masculina y potente era la de mi superior. Había leído su nombre en un sinfín de documentos así que ya era hora de ponerle cara al famoso Rafael.

Para mi sorpresa, detrás de ese tono serio y formal se encontraba un chico no mucho más mayor que yo e increíblemente atractivo. Presté atención a sus instrucciones y una vez terminadas sus anotaciones me dirigí de nuevo hacia mi puesto. En el preciso momento en el que iba a abrir la puerta del despacho escuché de nuevo su voz:

Me alegro de que haya caras nuevas por la oficina, últimamente este lugar parecía el Imserso‘.

Su cambio de tono y su sonrisa me volvieron loca, pero rápidamente eliminé de mi cabeza cualquier idea de flirteo que se me pudiese ocurrir. Yo estaba allí para trabajar, era una profesional y punto.

Los días pasaban y poco a poco mi contacto con Rafa (sí, él ya era Rafa) era cada vez más cercano. Cada día a la misma hora nos reuníamos ante su mesa para repasar el trabajo de la próxima jornada, y no había meeting que no terminase con un par de bromas o tonteos por parte de los dos.

No lo negaré, tuve algunas ensoñaciones muy calientes con el que entonces era mi jefe. Pero siempre me terminaba repitiendo la misma oración: ‘En el curro se trabaja, no se trisca‘.

Y con el paso de los meses llegamos a la esperada cena de Navidad. Tal y como Rafa había subrayado en su día, nuestra oficina tenía una media de edad de sesenta años. Este dato no les restaba diversión y simpatía, pero sí que fue verdad que tras una copiosa cena y unos chupitos no hubo manera de convencer a nadie para ir a una discoteca.

Así que allí nos vimos mi querido y apuesto jefe y yo más abandonados que Marco por su madre. Con una borrachera muy interesante y unas ganas tremendas de pegarnos unos bailes. Juntos y enganchados por el brazo pusimos rumbo a la primera discoteca que viéramos abierta.

Sí, Rafa me llevó al local más pijo en el que había estado en mi vida. Yo que era la reina de los polígonos, de pronto rodeada de gente VIP súper ideal. Mi idea inicial fue invitarle a un copazo, pero tras observar cómo la gente se sacaba de Visa para pagar, me eché atrás aterrada por lo que pudiera costar un Gin Tonic en aquel lugar.

Rafa se bebió un par de whiskys y tras presentarme a un grupo de gente bastante estirada, nos lanzamos a bailar muy desenfadados. Recuerdo que sonaba un temazo de David Guetta cuando muy despacio nos acercamos y, ¡zas! Dejé de cumplir mi premisa y me empecé a morrear a lo loco con mi jefe.

¡Y cómo besaba el bueno de Rafa! Que nos pusimos como motos en cuestión de segundos. Cogimos las chaquetas y rápidamente nos montamos en un taxi camino de su casa.

Estábamos ya en las afueras de la ciudad, amanecía y a nuestro alrededor solo había casoplones de esos que salen en el Hola y el Lecturas. El taxi paró delante de una de esas preciosas casas con jardín.

¿Vives aquí? Caray para el jefecillo…‘ dije mientras nos volvíamos a besar en la tremenda entrada de aquel lugar.

Subimos las escaleras y como el rayo nos empezamos a meter mano tumbándonos en la cama. Apenas me había fijado en la habitación, estaba demasiado caliente como para centrarme en algo más que no fuera comerme el rabo de Rafa, ¡y qué rabo, amigas!

Después fue mi turno, mi compañero agarró mis glúteos y me hizo ver las estrellas con su lengua juguetona. El sol empezaba a entrar por la ventana, ¡cómo lo estaba disfrutando! Rafa no paraba de introducir su lengua en mi cuerpo y yo estaba a punto de correrme.

Entonces escuché un ruido y el momentazo se rompió. Pregunté extrañada qué había ocurrido pero él restó importancia a lo que yo decía y me pidió que me relajara. Yo que soy muy obediente volví a tumbarme en la cama y tuve un orgasmo brutal. Grité, mucho, gemí, más.

Tras los preliminares Rafa se propuso dármelo todo. A cuatro patas, después yo como una amazona sexy, ahora él encima… Aquel hombre era incansable. Estábamos en pleno misionero, yo con las piernas más abiertas que un túnel de viento y pidiéndole a Rafa que ‘me lo diera todo papi, ¡oh, cómo me pones!‘ cuando veo entrar por la puerta a una mujer cargada con una aspiradora.

¡Eyyyy! Para para, ¡qué hay una señora aspirando la habitación!

No pasa nada, ella a lo suyo y nosotros a lo nuestro‘, soltó Rafa sin perder el ritmo del polvo.

Abrí los ojos lo más grande y, de nuevo, intenté hacerle caso. No sé si por culpa de la borrachera o de qué, no paré. Pretendí seguirle el juego a Rafa y retomar la pasión. Allí estaba yo, follando como hacía tiempo, mientras una mujer con mandil pasaba la aspiradora a unos metros de nosotros.

Buenos días‘.

De pronto fui consciente de que estaba mirando fijamente a la buena señora y se ve que ella era educada por encima de todo. Mi compañero seguía erre que erre en follarme, pero aquello ya era demasiado para mi body. Le pedí a Rafa que lo dejase e intenté taparme con lo primero que encontré sobre la cama. Él me preguntó extrañado si sucedía algo, y para mi sorpresa la empleada continuaba a lo suyo por completo: venga limpiar las lámparas, doblándome las bragas, colocando mis medias sobre una silla…

Yo solo quería largarme de allí a lo Espidi Gonsáles. Me levanté de la cama y agradecí a la buena mujer su empeño porque mi ropa no se arrugase (más). Me encerré en el baño y me vestí rezando porque la despedida fuese corta y silenciosa.

Pedí un taxi y me largué a medio polvo con la sensación de desconcierto más brutal de toda mi existencia. Rafa continuó siendo mi jefe durante varios meses, y jamás hablamos sobre su peculiar relación con su personal de limpieza. Yo no he sido capaz de borrar de mi cabeza el gesto amable de aquella señora dándome los buenos días… ¿Qué narices le pasa a la gente por la sesera? El concepto de intimidad total pa’ qué.

Fotografía de portada

 

Anónimo

 

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