Que existen cosas que ni la medicina es capaz de curar, lo sabemos todos. Se acercan fechas señaladas, y eso se traduce en reencuentros con gente que no solemos ver a menudo. Es el momento de las benditas reuniones de amigos. Esas improvisadas “comidas de empresa” que se convierten en una tradición tan sagrada como Nochevieja, el día de Reyes o el Jueves Santo. Que no, que no hace falta que sea la noche de San Juan para dejar ir lo malo, que solo basta con sentarte a charlar con tus amigos, con los de siempre.

Las personas que vivimos en ciudades pequeñitas entendemos lo que significa que pocos amigos se queden a vivir en ella. Las oportunidades de trabajo no son las mejores, y marcharse a otro lugar es algo prácticamente inevitable. Debido a esto, se convierte en un evento tan importante estar todos en el mismo sitio y al mismo tiempo.

Lo que significa este reencuentro.

El nerviosismo y la emoción hacen acto de presencia en nuestra barriga, en ese sitio que nos avisa de que algo importante está a puntito de ocurrir. Por este motivo, las emociones se traducen en alguna lagrimita por aquí, abrazos por allá, un ¡cuánto te he echado de menos!, las risas, las confidencias, las novedades en el trabajo y en la vida sentimental. El chico que conociste en esa reunión de trabajo, tu vecino el que no para de molestar y el coche nuevo que te has comprado. Las responsabilidades que se hacen insignificantes cuando lo importante son las personas que tienes a tu alrededor.

cenas navidad amigos

Y, un año más, la mesa está llena de gente, el bullicio es cada vez más fuerte y las comidas se alargan hasta horas inesperadas. La capacidad sanadora de sentirte en casa, con los tuyos. Con los de siempre y con los nuevos que ya forman parte de esa familia. El vino sagrado, el tapeo y la buena conversación. Las tradiciones que deberían ser eternas. El tiempo que ojalá se parase en ese preciso instante.

¿No estás deseando que llegue el momento?