LA VEZ QUE ME PARTÍ EL CULO Y NO DE RISA

 

“¡Vayamos al karting! ¿Qué puede salir mal?…” 

Esa es la frase que me retumba en la cabeza del día que me partí el culo. 

– Pero… a ver… A mí me da miedo. Dime qué me puede pasar.

– ¡Nada joder! 

– Nada no… Dime qué me puede pasar en plan “si se alinean los astros y Júpiter entra en órbita con Saturno igual el coche sale ardiendo”.

– Estás loca tía…. ¡como mucho que te des contra las ruedas que delimitan el circuito!…

Pobre… Yo era joven e inocente. Crédula e inconsciente. Y me subí al puto kart. ¡A Dios pongo por testigo que jamás volveré a creer a alguien que me llame loca! Porque igual un poco exagerada sí soy. Pero loca está la gente que se monta en un puto coche que va a toda hostia sin que te hayan pedido ni carnet de conducir, ni te hayan dado más protección que un casco que apesta a sudor revenido y que la mayor indicación que te den sea:

“CHAVALAA!! DOS PEDALEES!! ESTE ACELERAA Y ESTE FRENAA!!”

“Gracias majo (no soy gilipollas, solo torpe)”. 

Así que allí me planté. Casco apestoso en lo alto… ruido de motor… Pisar a fondo y salir como un misil fue todo uno. Una vuelta y media de pura adrenalina duré. En la segunda el coche que iba delante (probablemente sin carnet y más torpe aún que yo) giró 180º para quedarse parado justo delante de mí y sin tiempo de reacción. Accidente en la M30. Recuento de daños: un tobillo dolorido fruto de pisar el freno como si quisiera atravesarlo, moratones varios y dolor agudo en la zona más baja de la espalda (o lo que ya no es la espalda) que disimularía muy dignamente mientras abandonaba el circuito (solo me faltaba ir diciendo “no puedooorrr!!). Y lo más grave… orgullo herido. Pasé lo que en ese momento pensaba que era el momento más humillante que podía existir. Pobre… no sabía las sorpresas que me deparaba el futuro en las horas venideras.

Lo primero: paso por el ambulatorio. Médico en prácticas. Joven. Guapo. Mierda. Tras explicar el suceso y mostrar mis doloridas posaderas, no sin vergüenza, se confirma el diagnóstico. Coxis roto. Estupendo.

Os cuento (que se me había pasado) que yo tenía 18 añitos de juventud y estaba de vacaciones por primera vez con mis futuros suegros. Yupi. Si les contaba que me había roto el culo sufría el riesgo de morir de vergüenza, así que decidí que era mejor idea disimular mis dolencias.

Imaginaros el cuadro…. sentarse dolía, levantarse dolía, agacharse dolía, andar dolía, tumbarse dolía, cagar es que ya… ni os lo cuento. ¡De verdad que no sabía hasta qué punto está implicada esa zona en todos los putos movimientos del cuerpo! 

¡Pero las vacaciones seguían! Íbamos a la playa, de terraceo, de comida… No sé qué era peor, si intentar tumbarse en la arena con dignidad (imposible) o sentarme a comer a la mesa con mis suegros mirándome fijamente (porque para esas alturas ya pensaban que: o estaba loca, o era gilipollas) mientras yo me iba sentando muuuuyy dessspaaciiiooooo y soltando esa risita de cuando te das una hostia en el codo, con cara de sufrir pero que no se note y lo único que consigues es que los demás piensen que tienes algún trastorno mental. 

Pues bien, lo peor no era ninguna de esas dos opciones. Porque… ¡Oh sorpresa! ¡Vamos al parque acuático! Estupendo. Tirarse por un tobogán e ir rebotando hasta llegar abajo era justo lo que mejor me venía. Os lo resumo, dolor mortal hasta descubrir la atracción en la que bajas boca abajo sobre una colchoneta y la de los flotadores gigantes. No me llevé uno para casa porque no me dejaron…

Pero sin duda lo mejor de todo estaba por llegar. 

Dormir era un suplicio. Estar boca abajo era incómodo, pero boca arriba era la muerte. Y cada vez que intentaba girarme (las que lo hayáis pasado lo sabéis) el dolor sumado al cansancio era tal, que no podía hacer otra cosa que soltar quejidos y gemidos. Era como mi momento de liberación. Pues bien… al otro lado de la habitación esos quejidos se interpretaban de otro modo. Al otro lado de la habitación estaban mis suegros escuchando lo que a ellos les parecía una futura nuera fogosa y ardiente dándole a la mandanga toda la noche sin parar. 

Así fue pasando la semana hasta que un día en el desayuno nos dicen: “chicos… que no pasa nada… pero que sepáis que aquí se escucha todo”.

Tardé unos segundos en entender la situación. También entendí que cuando crees que estás viviendo la mayor vergüenza de tu vida no es cierto, siempre puede ir a peor. Y sobro todo de esta experiencia lo que aprendí es de dónde viene la expresión “partirse el culo” porque cada vez que cuento esta historia mis amigas se parten el culo, pero no como yo, ellas de risa. 

 

Marta Toledo