Hace unas semanas vinieron unos amigos a casa a cenar. Cuando los niños ya se habían acostado, sacamos uno de nuestros juegos de mesa favoritos y lo montamos con la ilusión de un niño pequeño. Últimamente no encontramos nunca momentos para recrearnos en nuestras fricadas antes habituales ni coincidimos con personas con nuestros gustos. Pero ese día ocurrió. Mi marido montaba el tablero mientras su amigo colocaba unos marcadores. Pero su novia era nueva en este mundo y no había jugado nunca, así que mi marido la tranquilizó diciendo que él le explicaría. Poniendo un lápiz sobre su oreja, cruzó las manos sobre la mesa y, echándose hacia adelante le empezó a explicar el funcionamiento de aquel juego. Yo lo vi, gesticulando con fluidez, explicando las reglas con detalle, con aquel lápiz que cogía de vez en cuando para anotar alguna cosa en un folio y lo devolvía a su oreja con gracia… Pues no me digáis por qué, pero tuve que controlar mis impulsos de abalanzarme sobre él allí mismo. Lo vi tan sexy, tan listo, tan… ¡Yo qué sé! Estaba deseando acabar aquella partida que tantas ganas teníamos de jugar para quedarnos solos y rezar porque los niños no se despertasen.

Unos días más tarde quedé con mi grupo de amigas más íntimas y no pude evitar contarles aquello que me había pasado. Pensé que me tomarían por loca, que echarían la culpa a mis hormonas, que están siempre alteradas. Pero no. Una de ellas se empezó a reír y, hablándome como una experta habla a una aprendiz, me dijo “Bienvenida amiga, al mundo de la erótica de la inteligencia. ¿Por qué te crees que Luis y yo estudiamos la opo separados ahora?” Mi amiga y su marido trabajaban en una fábrica por las mañanas y llevaban un tiempo estudiando una oposición juntos. Es cierto que hace un tiempo ella empezó a acudir a la biblioteca por las tardes y él se quedaba en casa. Algo que ninguna entendió, siendo el mismo temario y pudiendo ayudarse. Pero ese día mi amiga confesó que los primeros meses de estudio los habían pasado prácticamente desnudos. En cuanto él se concentraba en la lectura o en hacerse algún esquema, ella lo veía tan centrado, tan atractivo, que no podía evitar tirarse encima de él, y obviamente, no la rechazaba. Con el tiempo se dio cuenta de que era un problema, porque no habían terminado ni un solo tema en meses. Así que solamente estudian juntos (o más bien fingen que van a estudiar) por las noches, tras una tarde productiva por separado.

Yo aluciné con aquello. Nunca había oído nada parecido. Pero entonces otra de mis amigas nos contó que, cada vez que su marido se pone a cocinar, le entran unos calores de abajo a arriba que no se puede controlar. Es verlo mezclar ingredientes, sobre todo cuando es una cena improvisada, que va probando… Y se vuelve loca. Y si, por casualidad, le da por ponerse el mandil en la cintura y se cuelga un trapo del bolsillo, es para ella el equivalente a una proposición erótica.

Yo no salía de mi asombro. Pero llegó el turno de la siguiente, quien me dijo que ella era incapaz de mirar la clavícula de su marido sin camiseta. Solamente esa parte de su cuerpo. El hueco que le queda entre el cuello y el hombro, como haga algún esfuerzo y  la zona se tense, para ella es la mayor provocación. Así que, cuando tienen sexo y ella se pone debajo, si él apoya los brazos en la almohada, a ella ya no le hace falta nada más. Esa imagen de sus tendones y músculos en tensión…

Por último, habló la más mayor de todas. Ella había tenido dos relaciones largas antes de enamorarse del que es ahora su marido. En las relaciones anteriores ella había sentido muchos celos por inseguridades propias y porque uno de aquellos chicos no la trataba muy bien, sin embargo si era muy cariñoso con un par de amigas concretamente con las que quedaba con frecuencia sin mi amiga presente y… Efectivamente, le había sido infiel mil veces con una de ellas. El caso es que creyó que aquella desconfianza se quedaría con ella para siempre. Pero cuando conoció a su marido la hizo sentirse siempre tan especial, tan guapa, tan atractiva y deseada, que los celos jamás aparecieron. Pero desde hacía un tiempo había notado algo extraño. Cada vez que hablaban de su pasado, si él mencionaba a alguna de sus ex, a alguna chica con la que había tenido algún lío o algo similar, ella no podía evitar pedirle detalles pues, sin entender la razón, cuando se imaginaba a su marido siendo deseado por otra persona, se ponía como una moto. El hecho de saber que alguien había sentido el ardor de la pasión por él, de saber que él la elegía a ella a pesar de haberlo pasado bien antes con otras personas, la excitaba tanto que… En un arrebato de pasión incontrolable, ella enloqueció y… Esperan un bebé no programado, pero si muy querido. Dice que fue tanto lo que sintió ese día que nada quiso saber de los preservativos.

Y entre risas y felicitaciones, pasamos una tarde de confesiones extrañas sobre estas nuevas filias que vamos descubriendo pasados los 30.

Luna Purple.

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