¿Las metas y la ilusión tienen fecha de caducidad? Yo creo que no

 

Cuando tenía cinco años una persona de veintipico me parecía igual de anciana que una de setenta.

Cuando tenía quince veía a los de treinta y me parecía que me faltaba una eternidad para llegar a ellos.

A los veinte quería hacerlo todo, pero todavía sentía que tenía toda la vida por delante. Nada era urgente. Podía permitirme esperar, vivir solo el presente más inmediato.

Ya llegaría el momento de pensar si estaba estudiando lo que quería, si era en eso en lo que quería trabajar. Ya habría tiempo para cumplir mis sueños, para terminar de definirlos incluso.

Recuerdo hablar de trivialidades del día a día con algunas compañeras de trabajo que rondaban los cuarenta, cuando yo tenía veintialgo, y pensar por primera vez: Eh, no somos tan diferentes.

Porque una parte de mí seguía creyendo que había un abismo entre esas mujeres y yo.

"¿Las

La arrogancia de la juventud me hacía pensar que, de alguna forma, yo me encontraba en una plenitud que a ellas ya se les había pasado. Como si yo todavía tuviese en mi mano hacer cosas que ellas ya no. Como si se les hubiese pasado el momento y su abanico de opciones se hubiera reducido de forma inversamente proporcional a los años que habían ido cumpliendo.

Yo era joven y moderna. Ellas eran… ¿qué eran? ¿Mujeres maduras? ¿Señoras?

No. Claro que no. Eran chicas como yo, que vivían en el mismo contexto social que yo. Que luchaban, sentían, amaban, disfrutaban y vivían de forma muy parecida a la mía.

Ahora veo lo estúpido e inmaduro de mi razonamiento, lo absurdos que eran mis prejuicios.

Lo desacertada que estaba al haber asumido que, al llegar a una determinada edad, dejamos de hacer planes a largo plazo. O que dejamos de tener inquietudes. Ganas. Propósitos.

 

¿Las metas y la ilusión tienen fecha de caducidad? Yo creo que no

 

Es más, ahora sé que estaba equivocada de plano. Pues conforme he ido sumando los años en mi cuenta, he ido comprobando que, en realidad, es más bien al contrario.

Al menos en mi caso.

Antes me dejaba llevar, iba haciendo lo que tocaba cuando tocaba, y dejando lo que quería para cuando pudiera. Ahora soy consciente de que se me fueron quedando muchas cosas en el tintero. Porque no pude hacerlas cuando quería y, lo que es peor, porque había asumido que ya no se iban a poder realizar.

¿Por qué? Porque ‘ya era demasiado mayor para eso’. ‘Porque no te puedes poner un piercing a los treinta y ocho’. ‘Porque no puedes intentar aprender un idioma más allá de los veinte’. ‘¿Cómo vas a ponerte a opositar a estas alturas?’.

"¿Las

Pues sí, coño. Sí. Todo eso y mucho más.

¿Las metas y la ilusión tienen fecha de caducidad? Yo creo que no. Sé que no.

Da igual la edad que tengamos, somos personas con sueños por cumplir. Personas con inquietudes, con objetivos, con ganas de vivir y experimentar.

He tenido que llegar a los cuarenta para entender que la edad es solo un número.

Que sigo siendo la misma que a los dieci, a los veinti y a los treinta y. Bueno, la misma no. Una versión evolucionada y mejorada.

Soy la versión 4.0 de mí misma.

 

¿Las metas y la ilusión tienen fecha de caducidad? Yo creo que no

 

Y quiero hacer un montón de cosas de esas que solía pensar que a esta edad ya no serían para mí.

De hecho, jamás he tenido tan claro lo que quiero hacer y lo que quiero ser.

Nunca había tenido tantas ganas de aprender. De cambiar lo que no me gusta, de vivir experiencias nuevas.

De realizarme, de decirle a mi niña interior: Mira, sí que podíamos, lo hemos logrado.

"¿Las

Así que se acabó esto de imponerme límites.

Bastantes límites nos ponen la vida y nuestras circunstancias, como para añadirle los de nuestra propia cosecha.

Hagamos todo lo que la mente y el cuerpo nos pida y nos podamos permitir hacer.

Con treinta, cuarenta, cincuenta… noventa y ciento diez.

Porque estoy segura de que la ilusión no se pierde conforme maduramos y envejecemos.

Y de que nunca será tarde para hacer todo aquello que nos haga felices.

 

 

Imagen destacada de SHVETS production en Pexels