Le dejé porque fumaba porros delante de los niños

 

Cuando me divorcié me quedé tan hecha mierda que de verdad pensaba que no volvería a estar nunca en pareja. No me veía capaz de volver a abrirme a nadie, a exponerme a que me volvieran a romper. Con el tiempo me di cuenta de que estaba mejor y, con más tiempo, empecé a sentirme bien de nuevo.

De hecho, estaba tan, pero tan bien, que cada vez me parecía más lejana la opción de conocer a alguien con quien me apeteciera tener algo más allá de un polvo. Soltera me iba mucho mejor que en cualquiera de mis relaciones anteriores.

Y entonces conocí a… llamémosle Marley.

Le dejé porque fumaba porros delante de los niños
Foto de Mauricio Eugenio en Pexels

Marley es la antítesis de todos los hombres con los que he estado, especialmente de mi exmarido. Son como el día y la noche. Y no sé si fue ese detalle lo que me llamó la atención o si se trató de todo lo demás. Creo que me sorprendió tanto que un chico como él estuviera interesado en una mujer como yo, que me pilló con la guardia baja y solo me dejé llevar.

Una parte de mí me gritaba que no teníamos nada que ver. Él es unos años más joven; además de bohemio, despreocupado, divertido y muy activo. ¿Qué pintaba con una madre divorciada, estresada, conformista, cuadriculada y con tendencia al sedentarismo? Pues nada. Sin embargo, tal vez por eso de que los polos opuestos se atraen, empecé algo con él.

 

Le dejé porque fumaba porros delante de los niños

 

Y es que puede ser que fuésemos polos opuestos, pero Marley me hacía feliz como hacía mucho que no me sentía. Sacaba lo mejor de mí. Con él era siempre mi mejor versión. Al menos en cuanto a la mujer. Era la madre la que se resistía a avanzar, ella se conformaba con tenerlo los fines de semana que los niños estaban con su padre.

Lo cual, durante el primer año y pico, a Marley no le supuso ningún problema. No sé en qué momento sucedió exactamente, solo que un día me dijo que se estaba cansando de ser mi satisfyer.

Le dejé porque fumaba porros delante de los niños
Foto de Vera Arsic en Pexels

Me costó muchísimo asumir que teníamos una relación y que había que dar algunos pasos hacia adelante. Sobre todo, por mis hijos. Las cosas no son tan sencillas cuando eres madre. Debía decidir si estaba preparada para que lo conocieran. Para introducirlo en sus vidas, con todos los riesgos que eso conllevaba.

Después de mucho deliberar, decidí que sí. Que lo nuestro era suficientemente serio y él lo suficientemente importante para mí. Que sí quería meterlo en nuestra pequeña familia con todas las consecuencias.

Solo le pedí una cosa: Que no fumara en mi casa ni cuando estuviera con mis hijos.

Era lo único que no me gustaba de él, los malditos porros que consumía de forma habitual.

 

Le dejé porque fumaba porros delante de los niños

 

No me gustaba nada. Pero, aunque yo era madre, no era SU madre. Por lo que no se me había ocurrido decirle nunca nada. Ya era mayorcito para saber lo que hacía con su cuerpo, su salud y su dinero.

Así que conoció a mis hijos, les expliqué de alguna manera a ellos quién era Marley para mí. El mayor ya sabía de sobra lo que pasaba y se hizo el duro al principio. No obstante, el encanto natural de Marley no tardó en ganárselos. Fue cuestión de semanas que empezáramos a hacer planes en los que él también entraba. Fue cuestión de poco más para que su presencia fuese habitual en casa y que resultara natural que desayunáramos los cuatro juntos. O incluso que se quedara con ellos los días que no había colegio y yo tenía que trabajar.

Fue uno de esos días cuando, al llegar del trabajo, noté el olor. Me reconoció que había fumado, asomado en la ventana. Me jodió un montón, porque teníamos un acuerdo y no pensaba yo que fuera tan difícil de cumplir. Él me prometió que no volvería a pasar.

Le dejé porque fumaba porros delante de los niños
Foto de Victoria Borodinova en Pexels

A la semana siguiente tuve que salir a hacer un recado urgente que pensaba que me llevaría un par de horas y al final se quedó en menos de la mitad. Cuando regresé no los vi ni los escuché y pensé que habían salido. Solo al ir al salón oí ruidos en la terraza. Estaban allí, jugando al Scalextric, tirados en el suelo. Marley tenía uno de sus canutos colgando de un extremo de la boca.

Puede parecer exagerado, pero yo no tuve dudas. Pese a que es un ser excepcional, a que mis hijos ya lo adoraban y que a mí me daba la vida, le pedí que se fuera.

Le dejé porque fumaba porros delante de los niños, porque no quiero que crezcan viendo eso y, francamente, porque me preocupa que no fuera capaz de pasar unas horas sin encenderse uno.

Aún estoy echándole de menos, pero sigo pensando que era lo que tenía que hacer.

 

Anónimo

 

 

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