Cuando conocí a Sandro tuve claro que era el hombre de mi vida. Sentí ese flechazo que solo es perceptible cuando una persona te interesa de verdad. De alguna manera mi cuerpo me decía que aquel chico y yo llegaríamos a ser mucho más que un par de conocidos. Habíamos coincido en un par de formaciones de la empresa, aunque él no estaba en mi departamento. Siempre lo veía entrar en la sala con la mirada algo perdida, como si constantemente estuviese pensando en algo que no tuviese que ver con lo que se hablaba en aquel aula. Podría ser su forma de ser tímida y silenciosa o esa cara de circunstancia que ponía a veces si nuestras miradas se cruzaban. La cuestión fue que me fui fijando en él poco a poco hasta que al fin pude ser capaz de acercarme y charlar un rato.

A Sandro le costó lo que no está escrito seguirme el rollo. Pensé que quizás estaba siendo demasiado evidente, o que aquel chico simplemente no tuviese ganas de conocerme. Pero por otro lado cada vez que me alejaba un poco sentía que él venía a mí. Se acercaba a mi mesa para preguntarme alguna tontería o me proponía tomarnos juntos un café en el descanso. No tenía nada claro por dónde tirar, si lo mío con Sandro llegaría a alguna parte o terminaría volviéndome loca de tanto tira y afloja. Al menos fue así hasta que una tarde aquel chico me propuso cenar juntos el fin de semana.

Estoy completamente segura de que le costó una barbaridad hacerlo. Lo vi acercarse hacia mi mesa como solía hacer y para cuando estaba a mi altura jugueteó un rato con mis bolígrafos para preguntarme si tenía planes para el fin de semana. Remoloneé juguetona participando en aquella conversación como si fuese un partido de tenis, pasándole la pelota a cada pregunta. Sandro se daba cuenta y seguía, viniéndose arriba, sumándose al juego del tonteo que tanto tiempo llevábamos esperando.

Así que quedamos, nos fuimos juntos a ver una obra de teatro y después a cenar a un restaurante japonés increíble. Puede conocer a un Sandro mucho más abierto, era como si las paredes de la oficina le hubiesen obligado a mantenerse sereno constantemente. En el exterior las cosas cambiaban  mucho, y para mejor. Un Sandro chistoso, elocuente y divertido me acompañó aquella noche. Fue una maldita maravilla de cita.

Casi al final de la noche Sandro me propuso que le hiciese una pregunta, que simplemente le preguntase algo sobre él que yo quisiese saber. Me pareció un juego estupendo y lo tuve claro…

‘¿Hay algo importante sobre ti que todavía no me hayas contado?’

Estaba harta de conocer a tíos increíbles que después en el fondo estaban repletos de malos secretos, así que aproveché la coyuntura para que no quedase ni un ápice de duda. A Sandro pareció sorprenderle mi pregunta y su gesto cambió casi por completo. Me temí lo peor, para qué os voy a engañar. Y entonces sin pensárselo dos veces respondió, claro y muy seguro.

‘Pues sí, hay una cosa… A decir verdad, 4. Tengo 4 hijos de mi anterior matrimonio. Soy padre.’

Se hizo el silencio. 4 hijos, no me lo esperaba en absoluto. ¿Cuántos años podía tener Sandro? ¿35? Y ahí estaba, padre de 4 niños ni más ni menos. Tragué saliva intentando no parecer una estúpida inmadura y busqué una respuesta rápida.

‘¡Vaya, 4! No perdisteis el tiempo…’

Me arrepentí de lo dicho nada más soltarlo. ¿Que no perdieron el tiempo? ¿Pero qué estaba intentando decir? Sandro me miró pensativo como intentando entender si su respuesta me había sentado lo suficientemente mal como para terminar allí mismo la cita. En realidad no, 4 niños son muchos niños, pero no tenía pensado salir corriendo de allí por eso. Estábamos conociendo y era evidente que Sandro se había abierto a mí, jamás hubiera huido por ese motivo.

Mi pregunta dio pie a una nueva conversación sobre la familia de Sandro. Se había casado con 27 años y pronto su mujer se había quedado embarazada para dar a luz a sus gemelas. Lo que no esperaban era que apenas un año después de aquel día de nuevo el predictor fuese positivo, así llegó al mundo el segundo y para dos años después tener al cuarto. Dos chicas y dos chicos que ya entonces tenían 7, 5 y 3 años.

El matrimonio no había salido todo lo bien que ellos esperaban y cuando el pequeño era todavía un bebé su mujer y él habían decidido divorciarse. Compartían la custodia de los niños y tenían una buenísima relación pero sabían que lo suyo ya era más cariño que amor del de verdad.

Pensé en cómo se las apañaba Sandro para gestionarse él solo con 4 niños cuando le tocaba hacerse cargo, bueno, y en cómo lo haría su mujer. Hiperventilé un segundo del agobio que sentí y lo felicité por llevarlo tan bien. En la oficina siempre se le veía bien, cero agobiado, en mi caso seguramente aparecería cada día hecha unos zorros, con ojeras, despeinada y de una mala leche terrible. Sandro era todo lo contrario.

‘Todo va por dentro, vivo muchas veces agobiado con los horarios o con que tengo que recordar este recado y este otro. Es una locura, pero por ellos merece la pena ¡son mi pandilla basura!’

Se le iluminó la cara al decirlo. Era evidente que Sandro se desvivía por sus pequeños y que me lo estuviera contando allí, de aquella manera, me parecía una pasada que me acercaba mucho más a él.

Aquella noche fue el principio. Sandro y yo continuamos nuestro camino de conocernos. Pasamos de lanzarnos alguna mirada furtiva en la oficina a dejar claro que lo nuestro podía ir perfectamente en serio. Empezamos a quedar casi a diario, a acercarnos muchísimo más y por supuesto a intimar. Detrás de ese aspecto tímido que Sandro mostraba de primeras se escondía una persona fascinante. Cariñoso, hablador y súper inteligente. Puedo decir que a las pocas semanas de empezar a conocerlo yo ya estaba completamente enamorada de aquel hombre.

Y fue cuando ya llevábamos algunos meses juntos el momento que Sandro decidió proponerme el conocer a su pequeña pandilla. Era su primera pareja desde el divorcio y yo comprendí totalmente que prefiriese afianzar un poco lo nuestro antes de lanzarse a nada. Yo misma estaba muerta de miedo por cómo podían tomarse aquellos niños mi presencia junto a su padre. Acepté encantada la invitación pero os puedo jurar que estuve más de una semana durmiendo fatal.

Conocía a los pequeños por lo mucho que Sandro me hablaba de ellos. Prácticamente era como si ya hubiese pasado tiempo con ellos, pero necesitaba saber qué pensarían ellos de mí. Sandro ya los había puesto sobre aviso, me había presentado como una muy buena amiga y habíamos decidido mantener las distancias al menos durante los primeros encuentros que yo tuviera con los niños. Su ex mujer además nos había ayudado comentando también con los niños que papá tenía una buena amiga que estaba deseando conocerlos. Estaba completamente maravillada con aquella mujer y todavía no la conocía en persona.

Decidimos quedar una tarde de sábado en un parque. Él estaría allí con ellos y yo podría aparecer y según cómo se lo tomaran iríamos decidiendo el resto. ¿Y sabéis qué? Podemos decir que fue todo un éxito. Las dos gemelas en seguida se acercaron a mí curiosas por conocerme y saber dónde había conocido a su papá. Quizás el mediano fue algo más arisco, vino junto a mí y solo me dijo que yo no era su mamá, decidimos entonces ir algo más despacio con él. El pequeño fue todo amor, se agarró a mi pierna y decidió que yo sería su compañera de juegos en lo que restaba de tarde.

Terminamos la jornada cenando en una hamburguesería y pude sentir la conexión tan especial de Sandro con aquella pandilla basura. Sus dos primogénitas me coronaron como la Basurilla del Día y le rogaron a su padre por poder volver a quedar conmigo otro día. Regresé a casa llena de alegría pensando en la suerte que había tenido. ¿Y si todos hubieran estado a la defensiva conmigo? El camino sin duda había sido muy fácil.

Desde aquella primera tarde han pasado ya dos años y hoy soy oficialmente la Basurilla Novia de Papá. Sandro y yo vivimos juntos y hemos sabido gestionar cada época en la que su pandilla se traslada a nuestra casa. Mis dos brujillas, las gemelas, confían muchísimo en mí, saben que estoy para lo que necesiten y me encanta formar parte de esta familia de alguna manera. Xan, el mediano, fue poco a poco tomando confianza conmigo, sí que es el más independiente de todos y por eso no podré olvidar nunca el día que me dijo que soy la chica más guay del mundo. Y qué decir del pequeño trasto, un sol que ha sabido conquistarme pidiéndome mimos sin cortarse ni un pelo.

Ahora soy yo la que les doy las gracias por tanto haciéndoles uno de los mejores regalos del mundo, y es que en apenas 6 meses la Pandilla Basura contará con un nuevo miembro. Estoy segura de que la noticia va a ser digna de la mejor de las fiestas en Villa Basura.

Anónimo

 

Envía tus vivencias a [email protected]