Le perdoné una infidelidad solo para que vinieran 20 más detrás

Yo era de las que decía que jamás perdonaría una infidelidad. Tenía clarísimo que, si eres capaz de rebasar ciertos límites, es porque tu pareja te importa muy poco. Y veía con muchas suspicacias las típicas excusas: que ha sido un error, que me dejé llevar, que fue solo sexo… ¿Acaso somos monos en celo incapaces de resistir la tentación? Si tu pareja no vale el esfuerzo de mantenerte firme y superar el calentón, tal vez no debería ser tu pareja.

 

Lo que expongo es razonable, pero los vivencias me han enseñado a que no se puede ser tan beligerante. Cada caso es un mundo, igual que cada persona, y no se puede valorar todo desde nuestra óptica. Y mucho menos juzgar. Porque luego haces algo que contradice lo que dices o lo que piensas y te sientes ridícula. Como me pasó a mí.

  • Una relación ¿10?

Anduve colgada por mi novio muchos meses antes de que comenzáramos a salir. Él estaba rifado entre las chicas del pueblo: guapo, alto, buen físico, simpático, con sentido del humor, muy sociable… Tenía éxito entre las mujeres. Un físico y una personalidad de las que no pasan desapercibidas. Con los años y la experiencia que tengo ahora, me alejaría de ese tipo de perfiles. Llamadme prejuiciosa, pero un hombre con éxito social, si además es blanco, heterosexual y consciente de sus privilegios (lo protege y lo justifica su entorno), tiene muchas posibilidades de ser un picaflor. Y un cretino al que se la suda el bienestar de sus parejas.

Yo no veía las señales de peligro, claro. Reconozco que me pudo el ego, que se te infla cuando un hombre así se fija en ti. No es que me lo planteara como un juego de conquistas en el que yo tenía que ser mejor que las demás, ni mucho menos. Pero le gusté, nos liamos y yo me obsesioné con la idea de tener algo más con él.

Los inicios fueron de muchos tiras y aflojas, de mucho ahora sí, ahora no. Pero, contra el pronóstico de mucha gente, logramos asentarnos y tener una relación en exclusiva en la que los dos estábamos bien. O eso parecía.

Él había tenido varias relaciones antes, alguna que otra más o menos duradera. Nunca superó los dos años con nadie, lo que él solía achacar a los celos y la actitud posesiva de sus exparejas, que no lo dejaban casi ni mirar a nadie. Conmigo era diferente, decía. Conmigo se sentía libre.

  • Fue solo una vez

Vi cómo se deterioraban muchas relaciones con amigas que no tenían reparos en decirme lo que pensaban de él: que era un picaflor y que muy posiblemente tampoco se asentaría conmigo. Creía que se equivocaban y, aunque no lo hicieran, ¿por qué tenían que venir a darme opiniones y consejos que yo no había pedido? La respuesta solo podía ser que me tenían envidia.

Fueron esas mismas amigas con las que me enfadé las que convocaron una reunión para decirme que mi chico me había sido infiel. Y ellas, por lealtad, tenían que decírmelo. Fueron muy explícitas con los detalles, así que de poco me iba a servir mi actitud inicial de negación.

En los pueblos nos conocemos todos/as, para bien y para mal, así que varias de amigas reunieron pistas suficientes para demostrar que él se había ido con una chica que lo rondaba. Ellas mismas, o personas de su entera confianza habían visto alguna conversación, alguna actitud, algún roce sospechoso. Pero lo más significativo es que alguien los vio marcharse juntos de un bar de copas, solos y en el coche de él. Y, además, ella lo había acabado confesando a su círculo íntimo y se convirtió en vox populi.

Me llevé horas llorando y, cuando pude, decidí enfrentarlo. Al principio tuvo la desfachatez de negarlo, pero lo acorralé verbalmente repitiéndole todos los detalles que me habían dado mis amigas y, al final, se derrumbó. Me lo confesó todo llorando: que era verdad, pero que solo fue aquella noche; que la tía no lo dejaba en paz, que se la encontraba en todas partes; que se le puso a tiro, que él estaba borracho; que se arrepentía, que me quería y que no lo volvería a hacer. Lo típico.

Terminé la relación con él, destrozada. Pero no tuve la inteligencia de aplicar el contacto cero y centrarme en mí, en superarlo. Lo echaba tanto de menos que, en el fondo de mi corazón, me mantuve abierta a la posibilidad de volver. Él lo sabía, así que desplegó una estrategia de inasistencia a la ofensiva durante semanas. Hasta que volví con él.

  • La cornuda del pueblo

Lo de mi pueblo con los cuernos no es normal. Todos los días te enteras de alguien que los ha puesto, desde chavales/as de 20 y pocos años a integrantes de matrimonios estables y bien avenidos durante décadas. Pero, en la franja de edad que va desde los 30 a los 45 años, más o menos, es una escabechina.

Tengo una teoría al respecto. Vivo en un pueblo grande, de más de 20.000 habitantes, pero no hay una oferta cultural y de ocio demasiado amplia y la capital queda a más de 40 minutos en coche. El mayor entretenimiento es salir a bares y beber. Cada fin de semana, ves y hablas con la misma gente. Se tontea y, con el alcohol, se reducen las posibilidades de poner límites. Se suma que lo de tener una aventura se percibe como darle un poco de acción a una vida y/o una relación que no tiene demasiada.

Lo de mi ex puede casar con esta teoría o, simplemente, con que es y siempre ha sido un sinvergüenza. Porque, después de aquella, vinieron más. Incontables. Se esforzaba por hacerme sentir especial, incluyendo cariñitos y arrumacos en público con el que demostrar no sé muy bien qué. Pero lo conseguía.

A mis espaldas, me las pegaba de todos los colores. Con la que me puso los cuernos la primera vez y con otras tantas, casadas, solteras y con novio. Un pichabrava, vamos. Yo, si vi señales, las ignoré. Porque estaba enamorada, pero también por lo que cuesta reconocer que nos hemos equivocado.

Mis amigas ya no volvieron a hablar conmigo del tema. No entendieron mi decisión, pero supongo que establecieron un consenso entre ellas: decidieron que no volverían a hablarme de él ni meterse en mi relación. Así que estuve aún más ciega, porque él se cuidaba de comportarse cuando salíamos juntos, pero también lo hacíamos mucho por separado. Él aprovechaba mis extenuantes horarios de trabajo siempre que podía.

No sé en qué momento mi cabeza hizo clic y lo dejé para siempre. No sé si fue una conversación, la lectura de alguna novela, un testimonio, una película… Supongo que todo influyó, porque al final es un cúmulo de todo lo que te ayuda a madurar.

Aunque a mí no me gustaran los consejos, porque no contenían lo que yo quería escuchar, me permito dar uno a quienes pasan por algo parecido: no merece la pena. Si no te respeta, no te quiere bien, aunque te diga (e incluso él mismo crea) que sí. No quieres mirar atrás un día y arrepentirte del tiempo, la energía y el desgaste emocional que se llevó alguien que no te valoró. La vida es corta, y te alegrarás de invertir en relaciones significativas que sumen.

 

Anónimo

 

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