Marta lleva con su novio desde que terminó la carrera. Muy pronto empezaron a convivir y llevar una vida de “matrimonio de toda la vida”. Antes de que a sus amigos nos diera tiempo de conocerlo, ya eran de esas parejas que se dejan comer por la monotonía, que no hacen planes ni en grupo, ni en pareja, que cada día estaban ocupados no haciendo nada, en su casa metidos, pagando sus frustraciones con el otro.


Un fin de semana, Marta nos vio en redes sociales de marcha. Fue duro para ella ver cómo todos su amigos salían y reían mientras ella miraba a su novio, tirado en el sofá diciendo la pereza que le daba pensar en qué cenar y que igual se iba para cama sin cenar por no pensarlo más. Entonces sintió como si se cayera un telón que separaba su vida actual de la vida que en realidad quería llevar. Hablaron la noche entera. Los dos se sinceraron sobre sus sentimientos, lloraron, rieron recordando tiempos mejores… Y llegaron a la conclusión de que, esforzándose un poco al principio, podrían retomar la vida que debían llevar.

El siguiente fin de semana salieron a cenar y dieron un largo paseo nocturno antes de irse a casa y tener, por primera vez en meses, una noche de sexo estupenda. Pero la mañana siguiente se llevó toda la ilusión de Marta por cambiar su día a día. Julio estaba muy cansado y propuso un plan casero para el resto del fin de semana. Ella creía que saldrían a comprar los ingredientes de una cena romántica y una mesa con servilletas bonitas… Pero no, lo que él proponía era no quitarse el pijama hasta el lunes por la mañana. Estar “juntos y disfrutarnos”. Ella accedió a regañadientes y, como sospechó desde el principio, pasó el resto del fin de semana viendo a su novio hacer scroll en tik tok mientras se rascaba los genitales con la otra mano.

No hubo un piropo, una palabra bonita, una película para ver juntos… Solamente más de lo mismo. Ella no desistió y la semana siguiente lo sorprendió con un conjunto de ropa interior de encaje, una cena con velas y su película favorita. Él le dijo que no tenía humor para “tanta parafernalia”. Cenó como si llevase semanas sin comer y se sentó en el sillón individual a mirar su teléfono como si allí estuviera la solución a algún enigma.


Al día siguiente Marta nos llamó. Si Julio no quería salir de aquel bucle deprimente, no iba a arrastrarla con ella. Hacía años que no la veía reír tanto como aquella noche que terminó con la promesa de repetir la siguiente semana. Al llegar a casa le esperaban malas caras, reproches y más desprecio. No fue una sorpresa para nadie que, un par de fines de semana más tarde, Marta, estando bastante eufórica por la música, las luces y la sensación de libertad, acabase yendo a pasar la noche con Jesús; un chico muy atractivo y divertido con el que había tenido un lío su primer año de carrera.

Él siempre había demostrado su interés por ella, le decía lo impresionante que estaba, lo bien que le había sentado la madurez y un montón de cosas que jamás hubiesen salido de la boca de su pareja. Pero al salir el sol, la culpa se la tragó y no pudo parar de llorar; no por haber pasado una mala noche, si no porque aquella noche hubiese sido su mejor noche en años. Se disculpó con Jesús y salió corriendo a su casa en busca de una redención que nunca llegaría.

En cuanto entró por aquella puerta comenzó la penitencia por su delito. Se sentó junto a su novio y confesó lo que había hecho. Yo lo hubiese culpado a él , le habría reprochado la poca atención que le prestaba, el nulo interés por salvar la relación y los desprecios que la habían empujado a salir sola y dejarse llevar por las atenciones de otra persona. Pero Marta no era así, ella solo pedía perdón y lloraba. Él, tras un par de faltas de respeto directas, se hizo la maleta y se fue a casa de sus padres un par de semanas a pensar.

Curiosamente en ese tiempo salió de marcha, a cenar, de compras y estuvo activo en redes como nunca antes. Cuando volvió a casa, le explicó a Marta que entendía que se sintiese sola y aburrida y que la perdonaría, siempre que accediese a reiniciar su relación. Ella aceptó nerviosa por volver a abrazar a su amor, sin saber que ese reinicio consistía en admitir humillaciones en público siempre que a él le diera la gana. Volverían a salir, si, pero solo para que él pudiera contar a todo el mundo que era un buen hombre que, a pesar de que ella hubiese sido una zorra, le daba una segunda oportunidad.

Semanas después supo que, en el tiempo que había vivido con sus padres, había pasado noches con su ex, con la bailarina de la discoteca del centro y con una vecina de sus padres que conocía de cuando eran adolescentes. Ella no paraba de llorar, pues él la culpaba a ella por todo y contaba sus aventuras como “eso que tuve que hacer por tu culpa”.


Cada vez que salen con nosotros se nos hacen insoportables las insinuaciones que él hace, como si debiese tener cuidado porque a la mínima ella estaría follando con 3 en el baño, porque ya se sabía cómo era. Además de no cortarse un pelo a la hora de coquetear y bailar demasiado pegado a aquella chica con la que todos sabíamos que había tenido un lío hacía poco tiempo. Si alguien le dice algo, él responde haciéndose la víctima, ya que él era el cornudo. Jamás reconocerá la vida de mierda que él le daba, que nunca se había preocupado por ella y que ella, aunque hubiese hecho algo terrible, se había arrepentido y estaba dispuesta a todo por solucionarlo.

Jesús ya no sale con nosotros porque sufre mucho al ver a esa chica estupenda con la mirada triste y aceptando las humillaciones de quien jamás se interesó realmente por ella. Además, Julio había hecho en su presencia algunos comentarios sobre la vida íntima que tenían, buscando en él esa complicidad machirula de quienes presumen de haber compartido presa… y él no estaba dispuesto a ser partícipe en el castigo de Marta por algo que, sinceramente, debía haber hecho mucho antes, pero mandando a Julio a la mierda.

La culpa la obliga a seguir aguantando, pero todos esperamos que pronto abra los ojos y vea que lo único que hizo cambiar a Julio fue el daño de su ego, si no seguirían en su casa, viendo los anuncios del Jes Extender hasta que uno de los dos se quedase dormido en el sofá.