Cuando Manuel Eduardo Toscano compuso la canción de ‘’Rata de dos patas’’ que Paquita la del barrio haría tan popular, bien podría decirse que lo hizo inspirándose en mi ex de no ser porque esta canción se lanzó cuando ambos éramos aún unos críos.

Y es que hace falta ser escoria de la vida, animal rastrero y toda la retahíla de ‘’halagos’’ que enumera la canción para hacer lo que este ser a mí me hizo. Porque vale, teníamos una relación que no era la mejor, ya que cada vez que teníamos algún problema o discutíamos cortábamos para volver a los pocos días en lugar de hablar las cosas como dos personas civilizadas, aunque en mi defensa debo señalar que eso era cosa de él, que elegía encerrarse en su mundo tras llenarme de reproches sin darme oportunidad de réplica. Pero todo tiene un límite, y este ser, al que llamaremos Dani, lo sobrepasó con creces.

Todo ocurrió tras tener una discusión bastante gorda; él llevaba un par de años viviendo fuera por estudios y había dejado el piso en el que vivía con varios chicos para mudarse con una compañera de clase con la que se llevaba muy bien. Vale, era cierto que el piso estaba mejor ubicado y que lógicamente viviría más a gusto compartiendo sólo con una persona que con otras seis, pero las dos veces que había ido a verle desde que se había mudado me había sentido desplazada. No es que a mí me importase que viviese con una chica, ni muchísimo menos, pero la actitud que había visto entre ambos y de ella hacia mí, que parecía tratarme como si los dos fines de semana que había pasado allí me hubiese encargado de destrozar la paz de su hogar, me había dolido y enfadado a partes iguales. Tras la segunda vez que fui lo único que le pedí fue pasar tiempo juntos y sin ella; dar un paseo, ir a un museo o ir a tomar algo sin que ella viniera, ya que me hacía sentir mal y parecía intentar por todos los medios dejarme de lado. También traté de hacerle ver que desde que se había mudado había descendido considerablemente el número de veces que había venido a verme, ya que siempre habíamos alternado los fines de semana hasta que se cambió de piso, que vino una sola vez y porque era el cumpleaños de su hermana. Por supuesto su respuesta fue la de siempre: tratar de dejarme de loca, echarme en cara que tuviese unos celos enfermizos y tacharme de tóxica y posesiva cuando para colmo yo en ningún momento le había acusado de serme infiel básicamente porque  ni se me había pasado por la cabeza, simplemente le expuse que no me sentía a gusto con esa persona.

Aquella fue la gota que colmó el vaso y por primera vez fui yo la que le dijo que no podía más, que aquello se acababa ahí porque estaba hasta las narices de que su respuesta ante cualquier discusión fuera invalidar mis sentimientos, hacerme luz de gas y someterme al puñetero castigo de silencio durante semanas. Tras mandarle ese texto le bloqueé de Whatsapp, porque sabía que si le leía sólo me iba a cabrear más e iba a entrar en una dinámica de reproches y justificaciones que sólo me iba a herir más, y durante varios días no supe nada de él, cosa que en parte valoré al suponer que lo hacía por respetar mi espacio. 

Pocos días después me llamó, y como yo ya estaba más tranquila y, por qué no reconocerlo, le echaba de menos, lo cogí. Me pidió perdón y me dijo que había pensado mucho durante esos días y que tenía razón, que no merecía que invalidase mis sentimientos de esa forma y que lo hacía como mecanismo de huida, pero que iba a tratar de mejorar y de darme el lugar y el respeto que yo merecía. Me dijo que me echaba de menos y que me amaba, y que por favor, le diese otra oportunidad, y yo, que quería hacerme la dura pero que me moría de ganas de caer en sus brazos otra vez decidí dársela, con la advertencia, eso sí, de que esa sería la última. Tras reconciliarnos nos pusimos al día de todo, le pregunté que si iba a venir a las fiestas de la ciudad y me dijo que no, que tenía mucho lío con la uni y que sabía que si venía se iba a acabar liando el fin de semana entero y no podía permitírselo. Yo por mi parte le dije que tampoco tenía intención de ir, nunca he sido muy fiestera y después de los altibajos emocionales de esos días lo único que me apetecía era quedarme en casa comiendo pizza y viendo una peli. Tras un buen rato hablando nos despedimos, no sin que antes me prometiera venir a verme en cuanto estuviera un poco más desenredado. Nada más terminar de hablar con él se lo conté a mis amigas, las cuales estaban ya fritas de que cada dos por tres les anunciase una nueva ruptura con la posterior reconciliación y me dijeron un poco lo de siempre: que si era lo que yo quería ellas lo respetaban, pero que ese tío no se merecía ni una ni media oportunidad más y que iba a acabar haciéndome daño, y yo, tonta de mí, les prometí que aquella era la última, pero que estaba convencida de que había sido sincero y que sentía que me quería de verdad.

Y una mierda. El castillo en el aire que me había montado con la ayuda de las promesas de Dani se desmoronó aquella misma noche de la peor de las maneras. Y es que aquella noche acabé saliendo a las fiestas arrastrada, cómo no, por mis amigas, que me insistieron en que venga, que las fiestas son sólo una vez al año y necesitas olvidarte un poco de todo lo que has pasado estos días y yo acabé cediendo porque mira, razón no las faltaba, así que me puse bien pibón dispuesta a pasármelo genial, a bailar hasta que me dolieran los pies y a terminarme los barriles de cerveza de todas las casetas yo solita. Obviamente no bebí tantísimo, pero sí que llevaba ya un par de cervezas e iba por la tercera cuando vi lo que vi: a Dani viniendo de frente a mí DE LA MANO DE SU COMPAÑERA DE PISO. Habría creído que todo era una alucinación fruto del alcohol de no haber visto su cara de pánico al cruzar nuestras miradas y de no haber oído a mi amiga Nadia decir: ‘’¡pero será cerdo!’’.

Obviamente les habíamos visto, ellos lo sabían y al estar en un paseo atestado de gente no tenían escapatoria posible: él la soltó la mano como si de repente quemara y avanzó hacia nosotras mientras ella corría a esconderse tras los baños portátiles. SÍ, CORRIÓ A ESCONDERSE, COMO LEÉIS.

Lo mejor de todo fue que, ante mi cara de pasmo, él vino a saludar como si tal cosa dándome un beso y preguntándome que cómo que al final había salido, seguramente con la intención de dejarme por loca otra vez y de negar que le hubiera visto de la mano con otra. Claro que en esa ocasión lo tenía crudo, porque no era yo sola quien lo había visto, sino que iba con nada menos que seis amigas que habían visto lo mismo que yo. Le pegué un empujón, le grité que se fuera a la mierda y que no se volviese a acercar a mí en su puta vida y me alejé seguida de mis amigas, que aprovecharon para llamarle de todo menos bonito. 

¿Me dolió? Por supuesto.

¿Mitigué el dolor cantando, bailando y bebiendo rodeada de mujeres increíbles? Podéis apostar todo vuestro dinero a que sí.

¿Me quité un tremendo peso de encima porque, en el fondo, sabía que antes o después me iba a fallar? Indudablemente.

Y, ¿sabéis que es lo mejor? Enterarme, aunque esté feo decirlo, de que inició una relación de pareja con su compañera de piso…para enterarse a los dos años de que se estaba acostando con otro. Llamadlo justicia divina, llamadlo karma si queréis, lo que está claro es que al final cada cuál tiene su merecido en esta vida sin necesidad de que perdamos tiempo y categoría buscando venganza.

 

Anónimo