Sandra era una chica muy trabajadora que nunca había tenido demasiadas comodidades en su vida. Le tocó empezar a trabajar para poder ir a la universidad, pues su madre no le podía pagar los gastos que suponían sus estudios. Todo lo que tuvo siempre fue gracias a sus propios esfuerzos y nada más.

Aun así, habiéndose esforzado mucho, con dedicación y perseverancia, todos los empleos que le salían relacionados con su carrera eran cobrando una miseria teniendo que compaginarlos con otro trabajo precario por horas o ajustándose el cinturón al máximo.

Cuando llevaba ya un par de años viviendo sola y sacándose las castañas del fuego, conoció a Quique. Era un hombre atractivo, seguro de sí mismo y que no disimulaba en absoluto que era un hombre pudiente. Siempre ataviado con ropa de firmas caras, relojes deslumbrantes… A Sandra no le resultó atractivo en un principio. Era el prototipo de chico que le gustaría a su amiga: musculoso, siempre engominado, con una sonrisa dulce prácticamente indetectable en público… A ella le gustaba mucho más la sencillez, las cosas si tantos adornos, menos superficiales. Pero ya se sabe que el amor tiene sus propios planes y hace con tu cabecita lo que le viene en gana. Y así, a base de coincidir con él en varias reuniones relacionadas con su último trabajo de becaria para uno más de sus másters con los que pretendía acceder a un empleo mejor, acabó accediendo a tomar un café con él en un descanso. Charlaron muy a gusto. Tanto que decidieron verse de nuevo esa noche.

Con la música y las copas, terminaron teniendo un acercamiento físico con el que Sandra no contaba, pero que tampoco se oponía. Una cosa es que no fuese el prototipo de hombre que le solía gustar y otra muy distinta que rechazase un encuentro placentero con un hombre atractivo y tremendamente guapo.

Desde entonces empezaron a verse con frecuencia hasta que, en unos meses, formalizaron la relación. Él le decía que ella debía dejar esos trabajos tan humillantes y apuntar más alto. Emprender, arriesgarse. Siempre discutían por eso, ya que el no entendía que no se puede arriesgar nada cuando nada tienes. Que no podía arriesgar los dos duros que tenía, ya que nadie podría sacarla del hoyo. Para él era fácil hablar, pues siempre que había necesitado algo no había tenido más que pedirlo, pero ella llevaba trabajando duro por cada gramo de comida y por cada título desde que era adulta legalmente.

Pasado casi un año de relación, Quique le propuso vivir juntos, pero ella no quería vivir en un piso a todo lujo donde cada complemento de decoración valiese más de lo que ella cobraba en varios meses. Le costó mucho convencerla de que accediese. El dinero para él no tenía importancia alguna y ella debía, al fin, vivir con las comodidades que merecía. Para ella era en parte frustrante pensar que, después de tanto trabajo y esfuerzo, tendría las vacaciones de sus sueños y una casa de lujo gracias a su novio y no a ella misma.

El primer año vivieron con todas las comodidades. Él la convenció para que dejase aquel trabajo donde la explotaban prometiéndole un puesto en el futuro que sabía de sobra que nunca llegaría y le pagó un curso avanzado y le prometió que un amigo suyo, que tenía una cadena de hoteles, la contrataría para hacer las prácticas y si valía la mitad de lo que él aseguraba, le ofrecería un contrato increíble. Y así fue. En unos meses, Sandra al fin estaba trabajando llevando un gran hotel y cobrando un sueldo que jamás pensó que ganaría. Y, en el fondo, si era por su esfuerzo, aunque sin los contactos de Quique no lo hubiese logrado nunca.

Entonces Quique quiso emprender de nuevo. Ya había abierto (y cerrado) varios negocios antes, pero ahora quería invertir en un negocio novedoso. A pesar de que Sandra estaba muy puesta en temas de finanzas, nunca entendió lo que Quique le explicaba. Cuando le presentó el proyecto a su padre, este le dijo que no financiaría más sus castillos en el aire y que, cuando le enseñase algo decente, tendría su ayuda. Él lo tomó fatal y sintió más ganas todavía de poder darle en las narices a su padre y conseguir triunfar. Le contó a Sandra que era su oportunidad de triunfar por su cuenta, como había hecho ella.

Entonces Sandra abaló con su nueva nómina contundente aquel negocio que no entendía en absoluto y que, en menos de dos meses la dejó con una deuda que no podrá pagar ni en 20 años. Adiós a la opción de pedir una hipoteca, de vivir cómodamente, de… Cualquier cosa. Había adquirido, sin saber ni cómo ni porqué, una deuda enorme con unas letras estratosféricas que la comprometían para siempre. Se le había presentado la oportunidad de invertir en el hotel para el que trabajaba, pero tuvo que echarse atrás porque no podía asumir nada más. Quique, al no tener ingresos, no se hizo responsable de nada, aunque cuando a ella le llegó la notificación de su nueva deuda, él apuró en recordarle que si tenía aquel trabajo era gracias a él.

Pues vaya favor… Ahora no era becaria, ahora trabajaba mucho para una gran recompensa que le embargaban nada más llegar al banco.  Él lloró un poco en casa de papá y éste le montó un pequeño negocio de alquiler de pisos vacacionales con todo ya medio montado. Se cansó de malvivir con Sandra en aquel apartamento cutre que tuvieron que alquilar, dado el altísimo nivel de gastos fijos, y se volvió con sus padres. Mientras ella invierte sus 5 eurazos del día en una manta de Primark para no encender la calefacción estando a -2 grados fuera, él cena langosta y duerme en una cama con las almohadas recién mullidas por una de las personas del servicio.

Al poco tiempo, como es lógico, se separaron. Ella denunció al saber que la deuda había ascendido tanto gracias a un contrato nuevo que él había firmado por ella, pero sabe perfectamente que, con los abogados que él podrá pagar, no tiene nada que hacer. Aunque no va a intentar.

Luna Purple.

Si tienes una historia interesante y quieres que Luna Purple te la ponga bonita, mándala a [email protected] o a [email protected]