Carla y Víctor llevaban poco más de un año la primera vez que él le fue infiel. Había salido con sus amigos, habían discutido mucho ese día y se habían planteado dejar la relación. Bebió mucho, no recordaba casi nada de aquella noche, solamente que cuando se despertó estaba en casa de una mujer a la que no conocía.

Carla era una chica sensible. Por eso, cada vez que veían una película emotiva, cuando salían alguna desgracia en las noticias, cuando sentía pena por alguna cosa, decía “Las penas son menos penas con chocolate”, y si la tristeza persistía, se metía en la boca una onza de chocolate negro que solía tener a mano.

A Víctor, al ver en su teléfono los mensajes de Carla pidiéndole hablar, las llamadas perdidas de esa mañana y comprobar que era casi medio día y no había dado señales de vida, le pareció buena idea comprar una caja de bombones antes de ir a junto de su pareja y explicarle lo que había pasado. No era solamente la culpa, sino haber comprobado que en los stories de uno de sus amigos de fiesta la noche anterior, se podía ver a Víctor y a aquella chica algo más que abrazados al fondo de la foto.

Cuando Víctor llegó a casa de Carla ella se alegró de verlo. Lo abrazó y lloró de emoción al ver los bombones mientras su teléfono no paraba de sonar. Ella lo ignoró al principio, pero él sabía lo que podía estar pasando, así que le recordó que las penas eran menos penas con chocolate, ella no lo entendió, pero entonces (cansada de escuchar tanto pitido) cogió su teléfono y ahí estaban los treinta mensajes de varias amigas suyas con capturas de pantalla de aquel storie que el amigo de Víctor no había borrado a tiempo. Él la miró con ojos de arrepentimiento, ella dejó caer el teléfono y salió corriendo a su habitación. Fue un día muy duro. Ella tardó horas en permitirle entrar, él le explicó lo que había pasado, llorando muy arrepentido, le ofreció los chocolates y ella, tras tanto sufrimiento, vio en aquel gesto una señal de que él era (a pesar de todo) el indicado.  Comió un bombón y, al notar el dulce y el amargo en su lengua, su alma se calmó un poco y dejó que su novio la abrazase.

Un par de meses después habían conseguido volver a sus vidas normales. Ella entendió que todo había sido producto del alcohol y de que en el fondo estaban enfadados y su subconsciente le jugó una mala pasada. Costó más convencer a sus amigas, ya que la indignación de ellas llegó mucho más allá y empezaron a mirar con lupa cada movimiento que hacía el novio de su amiga.

Pero entonces fue la despedida de soltero de uno de sus amigos. Se fueron de fin de semana a otra ciudad. Yincana durante el día, cena con espectáculo y copas hasta el amanecer. Un hotel a las afueras y churrascada al día siguiente. Un plan perfecto. Pero Carla, antes de que se fueran, le pidió que la llamase de vez en cuando. Él se ofendió mucho por la desconfianza y discutieron. Ella se justificaba (alucino) diciendo que se sentía mal, que sabía que no debía hacerlo, pero que se lo pedía por su tranquilidad. Él, enfadado, prometió dejar el teléfono en el hotel y no dar señales de vida. Sería una prueba de confianza. ¡Él la ponía a prueba a ella! Pues bien, ella pasó la prueba. Él no.

Carla pasó el fin de semana obsesionada con las redes sociales de los amigos de Víctor, sufrió mucho y se sintió una tóxica asquerosa. Pero cuando Víctor apareció con bombones al día siguiente, todo su mundo se tambaleó. Una vez más no fue su conciencia, sino que uno de sus amigos si reportaba a su novia de vez en cuando que estaba bien y que la quería a pesar de estar de fiesta lejos de ella y, al llegar al hotel le había propuesto hacer una videollamada para algún juego sexual a distancia, pero entonces Víctor se equivocó de habitación al entrar de espaldas mientras una mujer rubia preciosa le comía la boca. Pidió perdón por la confusión y se fue a su habitación. Pero la novia de su amigo lo había visto todo… Así que, una vez más, le tocaba confesar. Esa chica había llamado a Carla, pero no le había contado lo que había visto, solamente le dijo “Habla con Víctor y después me llamas”. Había querido darle la oportunidad a él de explicarse, pero no permitiría que su amiga no supiese la verdad.

Carla, tras horas de llantos por ambas partes y una reconciliación a medias, le preguntó que si se lo contaría igual de no haberlo pillado. Él razonó con ella que no lo haría por no hacerle más daño a ella, que realmente no había tenido importancia…

Con el pasar de las semanas, Carla empezó a perder peso por el estrés, estaba siempre ojerosa y desaliñada. Se sentía poca cosa, despreciada y, aun así, seguía con Víctor. Que, al tener las infinitas oportunidades que le regalaba su novia ¡, se sentía bien y no apreciaba en absoluto el daño que le estaba haciendo a ella. Finalmente le confesó que sufría mas por la posibilidad de la infidelidad que por los cuernos en sí. Así que le pidió que, si volvía a pasar, aunque nadie se lo fuese a contar, que él debía decírselo. Aunque prometiese que no pasaría jamás, la posibilidad de que pasase y no saberlo estaba acabando con su salud.

A los pocos meses, las noches de juerga precedían siempre una mañana de bombones. Nunca era nada importante, siempre culpa del alcohol… Solamente una tía le había ofrecido una mamada en el baño y estaba muy borracho, solo había sido un poco de magreo y una paja en el coche… Y todo así, siempre culpa de “las guarras que se aprovechan” de que él no esté en condiciones de decir que no. La realidad, obviamente, es que había aprendido a manipular a su novia, que volvería con él siempre, mientras limpiaba su conciencia comprando chocolate y podía salir cada semana como si su lienzo estuviese en blanco, y por un poquito de coqueteo y de sexo inesperado no pasaba nada.

No se daba cuenta de que, cuando él confesaba, se quedaba tranquilo, en paz, liberado. Pero Carla se sentía inferior, despreciada, humillada. Ya era la comidilla entre sus amigos.

Una vez, antes de salir de casa, uno de sus amigos le envió un audio que escuchó delante de Carla “Hoy vamos a darlo todo, recuerda comprar bombones, que sí no tienes que madrugar mañana”. Carla sintió aquella mofa como una punzada. Víctor soltó una pequeña risilla antes de asegurar que su amigo era un gilipollas.

A la mañana siguiente Carla vio por la mirilla la caja de bombones. No podía ser cierto que, a pesar de lo ocurrido el día anterior, lo hubiese hecho igual. No abrió la puerta. Él llamó más fuerte y le dijo “Amor, las penas son menos penas con chocolate”.

Ella respondió “Las penas desaparecen contigo”. Y esa fue la última vez que habló con él. Sus amigas intermediaron para devolverse las cosas que tenían uno en casa del otro. Él ni siquiera insistió. Cuando volvió con sus amigos y ni uno solo le dio la razón entendió que la había cagado desde el principio.

El día que debían celebrar su tercer aniversario ella salió con sus amigas. Un vestido rojo despampanante, un escote increíble y una seguridad que ojalá hubiese tenido siempre. Su firmeza al pasar no pasó desapercibida por Víctor, que se acercó a ella embobado por lo que veía. Ella lo miró de arriba abajo y siguió caminando. Esa noche bailó hasta hacerse de día, rio y celebró haberse deshecho de aquel asqueroso que quería comprar su dignidad con chocolate.

Luna Purple.

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