Las que tenemos ya una edad somos conscientes de que hace no tantos años vivíamos en una era totalmente arcaica en la que tenías que esperar al telediario o comprar el periódico para poder enterarte de las noticias del día. Las cosas no urgentes podían esperar y había cosas más importantes que hacer a lo largo del día que estar pendiente de la vida de los demás. Luego llegó la era de la información, con la llegada de internet a (casi) todos los hogares, que nos permitió estar al corriente de todo lo que pasaba en el mundo prácticamente en tiempo real. Con el tiempo, el alcance de la información llegó incluso a los móviles (si, ese aparato que en principio sólo servía para llamar y enviar mensajes a 25 pesetas, ay qué tiempos aquellos) y hoy en día son pocas las personas que no han consultado el periódico, Facebook, Instagram y Twitter antes siquiera de haber desayunado.

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Vivimos en una era de sobreinformación; con la presencia de los smartphones en nuestras vidas estamos 24 horas conectados, pendientes del teléfono, recibiendo whatsapps de nuestros amigos cada vez que pasa algo insignificante en sus vidas (‘He visto a Fulanita, se ha cortado el pelo’), cada vez que se aburren (‘Voy en el bus, cuéntame algo…’), cada vez que ven algo que les recuerda a nosotros; nos enteramos de la muerte de los famosos antes de que el cuerpo esté frío porque estamos pendientes del Twitter mientras esperamos en la cola del baño del bar un sábado a las 3 de la mañana; estamos metidos en la cama durmiéndonos con el móvil en la mano como adolescentes, esperando que te contesten a ESE whatsapp…

Conocemos cada paso que dan nuestros contactos de Facebook, pero en realidad no nos interesa si han desayunado muffins de arándanos con su madre en el Café Pepita, si han comido tallarines al pesto con su novio en el Ristorante Roma o si se van al cine con su mejor amiga. Todo esto con la consiguiente etiqueta a madre, novio y amiga, a ellos y hasta al vecino, para darle las gracias porque en ese día tan ocupado se ha encargado de cuidarte al gato… Sabemos cuando nuestros contactos están enfermos, cuando cambian de trabajo, los días que les quedan para las vacaciones (‘¡120 días y restando!’ 120 hostias te daba…). Nos enteramos de si nuestros contactos están solteros, de si tienen novio/a, si se han casado o si están ‘en una relación complicada’. Hemos visto las fotos de las bodas y de los hijos de compañeros de colegio de los que apenas recordamos su segundo apellido.

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Subimos las fotos en las que nosotras salimos bien sin que nos importe cómo salen los demás, no preguntamos si a esa persona le importa estar colgada en Facebook. No somos conscientes de que el hecho de informar de cada paso que damos es peligroso para nosotros.

‘Mirad todos, me he comprado una camiseta nueva’. Hombre, no compartas la foto, ¡si acaso comparte la camiseta! No me interesan tus compras, no me interesa saber a cada momento qué canción estás escuchando y cómo te hace sentir porque hace 10 años que no escuchas ese grupo y te ha entrado nostalgia, no quiero ver tu evolución del embarazo, ni tus ecografías, no me interesa saber dónde estás a todas horas ni con quién, ni mucho menos que me etiquetes cada vez que estando conmigo te registras en un sitio, perdóname pero me gusta evitar dar demasiada información sobre mí a desconocidos, no necesito que sepan dónde estoy, ni con quién. Y dios no quiera que alguno de tus amigos a los que has etiquetado haya mentido a otra persona sobre dónde estará… Menos mal que Facebook activó la opción de ‘revisión de la biografía’, no sé qué haría yo sin eso…

Ya no hay vuelta atrás, cuando te acostumbras a tener un smartphone ya no te planteas la posibilidad de usar otro tipo de móvil (‘¿sms?, ¿qué es eso?’). Hemos creado una adicción a las redes sociales de la que muchos adolescentes literalmente se han tenido que desintoxicar, nos hemos enganchado a las vidas de los demás, ‘acosamos’ a la gente a través de sus perfiles de Facebook y de Instagram, seguimos el día a día de los famosos como si fueran nuestros amigos, invadimos la privacidad de los demás, de los que se dejan y de los que no. Porque no importa cuántos límites le pongas a tu privacidad, siempre habrá alguien (futuros espías de la CIA) que conseguirá atravesar la barrera y descubrirlo.

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Y en el momento en el que tu privacidad se empieza a ver invadida no puedes hacer nada por evitarlo. La información que está subida a la red lo estará para siempre, tus fotos estarán en internet para la posteridad (por si alguna vez te olvidas de las pintas que tenías en el instituto, bendita madurez, que me hizo cambiar de peinado…), tus tweets estarán siempre a mano para que puedas recordarlos por si alguna vez se te olvida aquello tan gracioso que escribiste en 2009… Y todo esto estará para ti y para todo el mundo, no podrás evitar que la gente hable, que la gente comente, que la gente critique, tu intimidad está al alcance de todos y llegará un punto en que la gente deje de vivir su vida para vivir la de los demás, igual que los niños pasaron del monopatín a la videoconsola, de tener heridas en codos y rodillas a tener Síndrome del Túnel Carpiano, de jugar en la calle a no salir por las tardes de casa…

Ten cuidado con las fotos que subes… ‘¿Quién será ese chico con el que sale en la foto?, ¿será su novio?, vamos a poner un comentario del tipo ‘Pero bueno nena, ¿quién es ese buenorro que tienes a tu lado?’, para que lo vea todo el mundo…’. Todo lo que no sea real automáticamente puede serlo a ojos de quien quiera verlo así. Ya sabemos que no tenemos que creernos todo lo que vemos o leemos en internet, pero está claro que si tu ex sale en una foto con otra chica seguro que es su novia, no hay duda, maldito cabrón… Y si no es real me lo invento, porque si nos podemos inventar nuestra vida al colgarla en internet, ¿por qué no vamos a poder inventarnos la de los demás?

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