Durante años he vivido comparándome con otras mujeres. Con mis amigas delgadas por la suerte (que creía) que tienen de tener cuerpos normativos, con otras chicas gordas por cómo iban vestidas o por su actitud ante la vida, con mujeres de éxito porque a ver por qué ellas sí y yo no, con señoras famosas porque para eso están, con las que chicas que le gustaban a los chicos que no me correspondían… y así me pasaba todo el puñetero día comparándome y, curiosamente, casi nunca con señores. Hasta que un día dije BASTA e intente ser un poquito más feliz a través de mi propia mirada; creo que fue cuando empecé a profundizar en esto de los feminismos (sí, siempre en plural), lo que me hizo ser consciente de que el resto de mujeres son compañeras de camino y nunca competencia.

Esto viene de largo, nos han enseñado a compararnos constantemente. En realidad es un proceso natural y así es como funciona la socialización más temprana: lxs niñxs imitan a lxs adultos de su entorno, se comparan con otrxs niñxs y así van construyendo su propia identidad. Pero si paralelamente no se cuida la autoestima y se educa en heterogeneidad, el arte de la comparación puede llegar a enquistarse en las subjetividades y volverse un comportamiento aprendido muy tóxico.

Me paseo mucho por el weloverforo porque me encanta el ambiente de apoyo mutuo que se respira en ese pequeño refugio virtual y, últimamente, me he descubierto repitiendo mucho tres palabras que para mi son el mejor consejo que se puede dar: no te compares. Vivimos bombardeadas de información, de consejos para conseguir adelgazar, de rutinas «sencillísimas» para tonificar nuestro cuerpo, de imágenes idílicas de las influencers en redes sociales… y no nos paramos a pensar en quienes somos nosotras de verdad. Toda esta vorágine de aspiraciones casi nos obliga a no sentirnos plenas en nuestra propia piel, a juzgarnos a nosotras mismas a través de los logros de otras personas, a sentirnos inferiores y a compararnos en negativo. ¿El resultado? Mujeres frustradas, acomplejadas y convertidas en su peor enemigo.

Estas comparaciones solo sirven para alimentar nuestro sentimiento de inferioridad, minar nuestra autoestima y reproducir una cosa muy fea que se llama envidia (que aunque sea un pecado capital nos fomentan constantemente con toda esta mierda aspiracional). Cada vez que nos comparamos con otras mujeres le estamos haciendo el juego a un sistema patriarcal que nos ningunea, por eso es importante que empecemos por reconciliarnos con nosotras mismas y que asumamos la diversidad como algo maravilloso. Y esto, amichis, nos lo tenemos que trabajar nosotras porque, aunque busquemos mil justificaciones/explicaciones, somos responsables de la deconstrucción en positivo de nuestra subjetividad.

No existe una píldora mágica que haga que dejemos de compararnos pero creo que el primer paso es ser honestas con nosotras mismas y señalar esas situaciones en las que no sentimos vulnerables para poder empezar a cuidar nuestra autoestima. No debemos olvidar que cada una de nosotras, con nuestras cosas buenas y malas, tenemos mucho que ofrecerle al mundo y debemos ser valientes para reconocerlo. No es una cuestión de egolatría, es pura supervivencia y salud mental. Vamos a meternos a fuego en la cabeza que las comparaciones son odiosas.