Soy de ese tipo de chicas que no se maquillan casi nunca. El «no maquillaje» forma parte de mi identidad, sin más. No tengo un gran discurso que dar sobre el tema del maquillaje, esto no se trata de una falsa reivindicación sobre la belleza real porque reales somos todas, maquilladas o no. Es curioso porque me encanta la ropa y estar al día de las tendencias (aunque intento mantener siempre mi sello personal), pero no, no me siento demasiado cómoda maquillada y quiero pensar que no estoy sola en el mundo. Me parece todo un arte y me fascina ver la raya del ojo perfecta de mis amichis (Rebeca, Ceci: putas)… es como el color rojo: me encanta, pero para otras personas.

No me maquillo por diversas razones y ahí van algunas de ellas…

Por la obligatoriedad. Y aquí sí que me pongo farruquita. Me encanta que las mujeres se maquillen porque les salga del coño, odio profundamente la imposición social de que tengamos que hacerlo para determinados saraos e incluso para algunos trabajos. No voy a hacer mejor mi trabajo por llevar rimmel y colorete. Y, desde luego, no me considero menos femenina por no pintarme el ojito todos los días.

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No tengo técnica ninguna. Como nunca me ha interesado demasiado no he sentido la necesidad de aprender. Hacerme la raya del ojo me resulta complicado nivel pintar la capilla sixtina, cada vez que lo intento tengo miedo de acabar como Marge con la escopeta de maquillaje de Hommer.

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Me siento muy mayor. Sí, amigas… el tipo de maquillaje que me gusta no me queda bien del todo (malditos párpados caídos) y con los ahumados y otras técnicas veo en el espejo a una señora de 50 años…

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– También me pasa (y sé que esto es psicológico) que, al ser muy grande (además de gorda), me veo súper exagerada y un poco como un señor pintado. Me siento muy representada por Divine, pero no tanto.

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Me suda la fucking cara, se me derrite todo y es un drama. Luego voy con los churretones y eso sí que es horrible.

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Soy vaga, mucho. A mis 32 años he empezado a cuidarme un poco el cutis hace unos meses (y es un esfuerzo tremendo mantener la rutina). Para mí dedicarle tiempo al maquillaje y, sobre todo, al desmaquillaje no es prioritario. Soy un desastriño y para hacer las cosas mal, pues prefiero no hacerlas.

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– Prefiero gastarme el dinero en tebeos, libros y discos. Otra vez, cuestión de prioridades.

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– Me toco muchísmo la cara, me restriego los ojos y me río a carcajadas. Os podéis imaginar que el maquillaje me dura intacto media hora y luego voy por la vida con pinta de recién follada…

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Todo esto no quita para que el día que me veo cara de muerta, que los hay, me ponga un poquito de color y luz en la cara. O que haya momentos en los que me apetezca experimentar con las cuatro cositas que tengo muertas de risa en el cajón del baño, porque ¡ea! yo lo valgo. Pero en mi día a día voy con la cara lavada y tan pichi.

Al final, es lo de siempre: debemos sentirnos cómodas y empoderadas en nuestras pieles, con o sin aditivos. Maquillarnos no nos hace ni más, ni menos mujer.