Llámame “puta”, llámame “zorra”

Hay momentos en el sexo en los que quiero que él me diga cuánto le gusta hacérmelo, como cuando lame mis pezones o acaricia mi clítoris con la lengua o con los dedos. No de un modo dulce o romántico, sino lujurioso y lascivo: “Me encanta tu coño”. Y, cuando estoy entregada al placer, abandonada a todo lo que él me quiera hacer, también me pone a mil que me diga: “Te gusta, ¿verdad, zorra? Es que eres una perra y una puta”. Es decir, que me pone muchísimo el dirty talk. Llámame «puta». Pero a un nivel que rebasaría los límites del respeto si obviamos el contexto, nada de “Me encanta besarte” y otras cursiladas que a mí se me quedan muy cortas.  

llámame

Él dice que no le estimula especialmente que usemos ese vocabulario durante el sexo, pero, cuando me está comiendo el coño y soy yo quien le susurra algo del tipo “Me voy a correr y luego quiero que me folles fuerte”, el tío se agarra a mis caderas, hunde aún más su cara en mi vulva y mueve la lengua con tanto brío que me deja con los ojos vueltos. Le gusta oírlo. No tanto usar palabras tan malsonantes, incluso denigrantes. Pero, después de muchos años de relación y una comunicación fluida, tanto en el sexo como en otros ámbitos de la vida, no le cuesta hacerlo. De hecho, suena más natural y convincente que al principio, se mete bien en el papel.

-Hija, no sé cómo te puede poner que te insulte, y encima sabiendo que a él no le gusta especialmente y que puede que se sienta incómodo -me dicen mis amigas cuando se lo cuento. 

No sé explicarlo. Cuando practico sexo, yo sola o en compañía, entro en algo parecido a un estado de frenesí que me hace pensar, sentir y ser de un modo diferente. No hablo del orgasmo, sino de todo lo que pasa antes, desde que me activo y hasta que termino de correrme. Una vez eso sucede, toda la performance sexual termina y vuelvo a ser la que era antes de empezar. 

 

  • ¿Es misoginia?

He leído testimonios, algunos de ellos en Weloversize, y sé que no soy la primera que se plantea que, al aceptar este trato denigrante en la cama, puedo estar dando permiso a la misoginia. Peor aún, porque no solo le abro la puerta, sino que me excita. Me he preguntado si estoy cediendo al objeto de deseo del porno tradicional que no es exactamente la mujer, sino dominar el cuerpo de la mujer. Me expongo a que un hombre me posea, lo hace y disfruto con ello. Pero creo que el estado en el que me hallo en esos momentos me conecta más con instintos primarios que con conductas inculcadas culturalmente.   

Me gusta cuestionar mis actitudes o maneras de pensar porque me ayuda a aprender. Y, tras mucho pensarlo, he llegado a la conclusión de que no perpetúo ningún rol cuando, en la más absoluta intimidad, en un contexto muy concreto y de corta duración y con una pareja con la que tengo buena comunicación y confianza, me llaman “puta” o “zorra”. 

gif

Soy yo quien lo pide, luego quien consiente, y ese trato presuntamente vejatorio (si se puede considerar como tal en estos términos) termina en cuanto se acaba el sexo. Incluso antes, porque ni siquiera me gusta más allá del orgasmo aunque el acto continúe. Hay momentos, por otra parte, en los que soy yo quien domina. 

Cada cual conoce y pone sus límites. Ni yo me siento mínimamente empequeñecida cuando me insultan durante el sexo, sino excitada, ni mi novio se muestra crecido. Ni, por supuesto, reproduce comportamientos ni medio similares a ese rol que le pido puntualmente una vez hemos terminado. Llámame zorra.

Animo a romper algunos tabúes y a practicar el dirty talking a quienes les atraiga, ya sea de un modo erótico-descriptivo o en un estilo más explícito y salvaje. El sexo, siempre que se dé entre personas adultas que consientan, es diversión y libertad. Y, aunque esté bien cuestionarse con intención de seguir desarrollándonos personalmente, debemos permitirnos tener espacios para explorar nuestros propios horizontes sin cargar con prejuicios, culpas ni sensación de contradicción. 

Azahara Abril