Llegué a pensar que quería algo conmigo y solo quería venderme batidos de Herbalife

 

Cuando tenía quince años empecé a salir con el chico que acabaría siendo mi marido. Del cual me divorcié veinte años después. Así que, con treinta y cinco, me vi soltera, casi entera (por el tiempo que hacía que nadie jugaba ahí abajo), y cargada con un montón de inseguridades. Estas inseguridades no eran nuevas, pero como que el divorcio las había exagerado y puesto por encima de todas mis mierdas. Estaba convencida de que no sería capaz de volver a relacionarme con hombres. De que había perdido esa capacidad, si es que alguna vez la había tenido.

Sin embargo, por otro lado, tenía ganas de abrirme a la posibilidad de conocer chicos. De vivir todas las experiencias que no había vivido cuando era más joven. Lo malo era que no sabía ni cómo se hacía… Pues en esas estaba cuando un día, fumando un cigarro en el portal de la oficina, noté que un tío me miraba.

Llegué a pensar que quería algo conmigo y solo quería venderme batidos de Herbalife

Estaba en la entrada del centro comercial que hay al otro lado de la calle. Dudé mucho, pero me dije a mí misma que no eran imaginaciones mías cuando le volví a pillar al día siguiente. Y al otro, y al otro. Y, sobre todo, cuando una semana después de aquella primera vez, bajé a la hora habitual y, en vez de encontrármelo donde siempre, vi que estaba en mi acera. En ese sitio en el que casi se puede apreciar el círculo de desgaste que le hago a los adoquines mientras me fumo mi pitillito de media mañana. Él también estaba fumando, me sonrió, se acercó y me dijo algo así como ‘parece que al final no va a llover’ o lo que fuera. El caso es que a mí me sonó como forzado, como si le hubiera costado soltar esa frase para romper el hielo.

Me vine arriba, empecé a pensar que quería algo conmigo. Puede que incluso nos dedicáramos a coquetear un poco durante los pitis que nos fumamos juntos esa semana. Yo, a mi modo inseguro y sutil, lo estaba haciendo. De eso no cabía duda.

 

Llegué a pensar que quería algo conmigo y solo quería venderme batidos de Herbalife

 

No era algo tan imposible ¿no? Hay miles de personas liándose a diario, ¿por qué no me iba a tocar a mí algún día? ¿Por qué no podía estar interesado? ¿Por qué le iba a decir que no a eso de vernos en mi casa el sábado a medio día?

¡La leche! ¿Me acababa de proponer vernos en mi casa al día siguiente? ¡Sí!

Qué nervios, qué horror buscar el atuendo adecuado. Qué raro eso de quedar a las 11 y media de la mañana… ¿no? Pero bueno, si era el hueco que tenía… yo me adaptaba y punto.

Le abrí la puerta supernerviosa, menos mal que él estaba igual de templado que siempre. Yo estaba tan alterada, que no me fijé en la bolsa que traía. Esa que, después de sugerirme que estaríamos mejor en la cocina (¿perdona?), abrió sobre la mesa y de la que sacó unos folders coloridos y unos botes de plástico a juego.

Llegué a pensar que quería algo conmigo y solo quería venderme batidos de Herbalife

No es que me hubiera hecho a la idea de que fuéramos a echar un polvo en nuestro primer encuentro fuera de la acera de mi oficina. Pero mucho menos me esperaba que él sí que fuera a echar unos cuantos polvitos sin mi intervención. Porque después de una brevísima charla introductoria sobre las ventajas de sus productos, el chaval me preparó un par de batidos de Herbalife para probar. Estuvo en mi cocina unos cuarenta y cinco minutos, hablándome de los dichosos batidos. Mi shock fue tal que no puedo reproducir ni una sola de sus palabras. Solo me escuchaba a mí misma preguntándome cómo podía ser tan pánfila.

Seguí haciéndolo mucho tiempo después de que se marchara. Y seguí viéndolo durante un tiempo cuando bajaba a fumar, rondando a la peña que entraba y salía de la puerta del centro comercial.

No volvió a cruzar la calle para venir a fumar conmigo. Ni tan siquiera para venderme más batidos, porque, por si os lo preguntáis… sí, le compré todo lo que me ofreció aquella mañana en mi cocina. Y luego lo tiré todo a la basura, junto con mi dignidad y tal.

 

Anónimo

 

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