Él nació para dedicar su vida a esta profesión. Creo que cuando empezó su andadura con el uniforme puesto no era consciente de lo que acabaría significando; la persona y el policía se acabaron mimetizando sin poder disociarse jamás.
En mis primeros recuerdos él llegaba a casa todavía vestido de azul y a mi me encantaba saltar sobre su espalda y robarle las esposas, me hacía sentir toda una miniheroína consiguiéndolo.
Era muy pequeña cuando viví cómo mi padre aún sin estar de servicio se veía en la situación de tener que participar en una intervención policial mientras yo sentía pánico y lloraba histérica al verlo, porque él, no es policía solo cuando le toca. Él lo es siempre.
También era muy pequeña cuando llegaban las fiestas y él no podía pasar la Nochebuena en casa porque tenía que mediar en reyertas que se disputaban en muchas otras. Otro año no podía tomar las uvas con nosotros porque fin de año era una de las noches más conflictivas. O la mañana de Reyes debía cambiar su familia de casa por su familia de la jefatura.
Adolescente e hija de policía, ¿os imagináis?. Si para un padre ya es difícil dejar volar a su niña…cuánto más cuando ese padre ha visto y vivido las situaciones más desagradables y duras a las que espera que su pequeña jamás se tenga que enfrentar. Cuando conoce la cruda realidad que hay ahí fuera y tiene que luchar porque tú siempre estés protegida.
Supongo que el estar orgullosa de ser hija de un policía depende de como él lo viva y comparta contigo. Y os aseguro que si hubierais tenido a alguien al lado que viviera tan íntegramente y con tanta pasión esta profesión, os sentiríais igual.
Así, crecí con unos valores en los que prima el cumplimiento de las normas y sabiendo que los FFCCSE, nuestros servidores públicos armados, merecen que dejemos de lado la hipocresía y los respetemos como lo que son, aquellos que protegen el libre ejercicio de los derechos y libertades y garantizan la seguridad ciudadana.
¿Quién no ha escuchado a un adulto amenazar a los niños con que la policía vendrá a por ellos como último recurso para lograr que obedezcan, generando en ellos miedo y rechazo hacia la policía y creando futuros adultos que crezcan con esa idea; que la policía es el enemigo?
Pero luego ya se sabe…
Nadie quiere la policía le multe, hasta que alguien aparca en la puerta de su casa.
Nadie quiere que la policía intervenga en una manifestación, hasta que queman su coche.
Nadie quiere que a alguien se le prive de libertad, hasta que se convierten en víctimas de un delincuente.
Nadie quiere que le hagan un control de alcoholemia, hasta que alguien que da positivo se estrella contra su coche.
La locura que supone ser el bueno y el malo, el más solicitado y el más repudiado, diplomático y autoritario, poseer un arma pero tener que saber exactamente en qué momento usarla y que impacte en donde no dañe al que es una amenaza bajo pena de demanda judicial o cárcel por hacer uso de la defensa propia. Ser un cobarde si no actúa con la justa autoridad o ser un matón si se excede siendo correctivo.
¿Que hay malos policías? Evidentemente, como en todos los oficios hay algún mal profesional, lo malo es que en esta profesión es mucho más impopular que existan.
La gente no ve que tras esos uniformes hay personas con valentía que viven para ayudar a los demás por un salario que no paga el riesgo, y que detrás de esos uniformes, hay familias que quieren a las personas que los visten.
Yo solo sé que lo que ser hija de un policía me enseñó es que los ángeles existen. No tienen alas, son de carne y hueso, nos protegen cada día y van vestidos de azul.
Y desde el orgullo y el respeto a todos ellos les deseo que tengan hoy y siempre “Buen Servicio”.
Marta Freire