Estudiar para una oposición es algo así como la parábola de Moisés: tú crees que llegarás a la Tierra Prometida y en realidad estarás vagando por el desierto durante 40 años. Es un proceso largo, frustrante, que te pone a prueba y que, si apruebas, ni siquiera te asegura una plaza. ¿Y entonces? Pues no sé chica, será que muchas tenemos una vena mártir y nos va eso de sufrir. O será que somos adictas a la adrenalina de los exámenes y cantar temas a contrarreloj. Sea como sea, lo cierto es que nadie te cuenta por lo que vas a pasar cuando decides opositar.

Lo primero que aprendes es por las malas. Experimentas lo que se conoce en mi casa como “arrancada de potro y parada de burro”. Los primeros quince días vas a tope: cumples objetivos, avanzas temas, cantas los temas a tu preparador… ¡ha nacido una estrella! Pero cuidado, porque más que ser una estrella, lo que pasa es que el furor desaparece y te estrellas. Se trata de una maratón, no de una carrera de velocidad.

Te recuperas de esto; ha sido un fallo y del error se aprende. La productividad no es lineal, es más bien como el camino que haces cuando vas al baño con copas de más en una discoteca. Hay días que estás en lo más alto: bordas el cante, llegas a todos los objetivos, te da tiempo a dar una vuelta de más al temario, limpias, cocinas, pones la lavadora y hasta haces la raya de los azulejos del baño. Y al día siguiente tienes que leer cuatro veces el título del tema que vas a estudiarte, vas a página por hora, apenas te levantas a hacer pis y la vida te llega para pedir al chino de abajo para cenar.

Esta gráfica de productividad no lineal viene asociada a tus emociones, que han decidido que es buen momento para volver a su adolescencia. Hay días que vives en un éxtasis como el de la canción de Chimo Bayo y días que eres más bien una canción de Álex Ubago (respect). Que levante la mano quien no tenga algún borrón en sus apuntes de las lágrimas y no haya arrasado con todas las infusiones relax del súper y las valerianas de la farmacia.

Pero tranqui, que no estás solo/a, porque tu entorno oposita contigo. Tu madre te hará tuppers, tu padre te llevará los apuntes a imprimir, tus amigos/as harán de coach y tu pareja (si la tienes), hará lo mismo que el resto juntos. Necesitarás un equipo de deportista de élite para competir sentada en una silla. ¡Si hasta tienes un preparador!

Podría seguir destripando los secretos de una trama muy bien guardada, porque esto de las oposiciones es un bussiness. Pero no se trata de desanimar, sino de recordarte que, si estás opositando, todos hemos pasado, estamos pasando o pasaremos por estas fases y no pasa nada. ¡Sobreviviremos y tendremos nuestra plaza!

Ana Castillo