Cuando éramos niñas el verano comenzaba cuando llegaba el fin del curso.

Ahí empezaba la estación por todas adorada.

Adiós deberes, adiós madrugar. Hola playa, hola vaguear.

Algunas mañanas antes de ver tus series favoritas te tocaba ponerte con tu cuaderno de “Vacaciones Santillana” (¿Quién no recuerda la sintonía de su anuncio?), pero no te importaba porque la verdad es que era mejor que hacer otros deberes. Cuando acababas tus tareas, si te dejaban podías pasarte todo el día viendo la TV, siempre ponían algo que nos entretenía.

Mañanas de “Beverly Hills Teens” (aquellos dibujos tan adolescentes que tenían una piscina en la parte trasera del coche), “Los Power Ranger”, “Megatrix”, “Salvados por la campana” o “Las gemelas de Sweet Valley” (para unas la favorita era Jessica y para otras Elisabeth).

Antes de comer tocaba “El príncipe de Bel Air”, “Cosas de casa” (¿He sido yo?) o “Nada es para siempre”. Las tardes las pasabas con “Blossom”, “Alf”, “Punky Brewster”, el programa “Ola, Ola” o “Arena Mix” como precursores de “Callejeros”, o “Art Attack” con el que nunca conseguías hacer lo mismo que Jordi Cruz.

Pero lo mejor de la parrilla televisiva era cuando por la noche llegaba el “Telecupón” con aquellas aspirantes a Misses recogiendo la bola del bombo y a las que tú imitabas con una mano en la cintura y diciendo: “unidades de millar”.

Tras esto tocaba ver los mejores programas de la historia televisiva de España, “El Grand Prix del verano” o “El Gran Juego de la Oca” con el que sentías pánico al ver a “Flequi” cortando el pelo de los concursantes sin piedad (muchos años me cayó en casa ese mote por autocortarme el flequillo, pero…¿qué niña no lo hizo?).

Lo mejor del verano era pasar el día con la familia al completo en la playa. Con las típicas dos horas de digestión, sin crema solar y con las fanequeras o cangrejeras puestas. Con helado del chiringuito que tanto te costaba elegir entre los que estaban de moda: el Friogopié, cualquiera con “Mikopremio” y chicle en su interior, Twister, Boomy, o Minnies.

Nos encantaba llevarnos nuestra cámara de fotos, buena o desechable, y sacar unas cuantas para recordar ese verano siempre. Pero había que tener cuidado por que los carretes eran de 24 o 36 fotos, así que había que usarla en momentos especiales e intentar que la foto no saliera velada.

Tardes con amigas a remojo jugando a ser “Los vigilantes de la playa” y preparando coreografías con la canción del momento, que elegíais del “El disco estrella”, “Caribe XX (año del que se tratara)” o del CD de “Los Pitufos” versionando todas las míticas.

En verano siempre nos daban más libertad para vestirnos como quisiéramos, y de poder elegir no podía faltar un peto vaquero (que normalmente llevaba rodilleras de diseño cubriendo sendos agujeros) o un pichi en su defecto, repleto de pins, con la camiseta de tu grupo favorito, acompañado de tu collar ”choker” preferido (lo siento modernas de ahora, nosotras lo pusimos de moda antes) o de un collar cargado de minichupetes de plástico de colores. Qué suerte tenías si eras poseedora de un super reloj Baby-G y todas teníamos un anillo que nos había venido con la revista “SuperPop”, “Bravo” o “Mini Disney” que cambiaba de color según tu estado de ánimo.

Y por supuesto siempre íbamos oliendo a nuestras colonias favoritas: “Chispas” o “Don Algodón”.

Éramos felices y no lo sabíamos…suele pasar. Qué vida tan simple y dichosa…

Ahora en el mejor de los casos tienes unas vacaciones de 15 días que en cuanto empiezan ya llegan a su fin. Pero al final aprendes a disfrutar de esos días con pequeños placeres que nos regala la época estival como:

  • Poder irte de cena entre semana y no tener que poner el despertador para levantarte al día siguiente.
  • Pasarte el día tirada en la playa pero ahora con un buen libro y mucha, mucha protección solar.
  • Hacer barbacoas con amigos bañadas con una buena sangría, que no sabe igual en otra estación del año y haceros un millón de fotos. Porque ahora no tenemos aquel límite del carrete y nos retratamos por encima de nuestras posibilidades con todos los filtros habidos y por haber.
  • Decirle adiós a las tortuosas medias y llevar las piernas libres.
  • Y sobre todo y lo mejor del verano: Instaurar el terraceo como modo de vida.

La forma en la que lo vivimos sin duda ha cambiado por completo, pero hay algo que siempre unirá nuestros veranos de niñas y los de ahora, algo que por más tiempo que pase no morirá jamás y eso es sin duda… La canción del verano. Vida eterna a esos temas que suelen ser malísimos pero tan pegadizos y bailables que nos unen a todos.

Marta Freire