Lo que ocurrió en un baño público de Berlín.

 

Me considero una persona bastante recatada, en comparación con lo que veo y oigo a mi alrededor, y a veces podría decir que hasta un poquito mojigata… Pero el caso es que conocí a un chico que fue excitante para mí desde el primer momento en que lo vi, y aunque yo siempre supe que no sería posible que tuviésemos nada serio ni transcendental, no sé si fue por el moreno delicioso de su piel, o por sus ojos medio rasgados, o por su sonrisa de malo malote, o porque parecía no importarle nada, pero me podían las ganas.

Vivía en Berlín, yo en Madrid, y aunque en menos de tres horas podríamos haber estado uno al lado del otro en cualquier momento, y aunque con Ryanair nos habría salido probablemente más barato que un bocadillo de calamares en la Plaza Mayor de Madrid, él no quería tener ninguna relación, y yo era una chica de relaciones.

Me vino a visitar a Madrid un verano, y nos fuimos de tour por varias ciudades de España en lo que parecía una luna de miel en toda regla. Tras lo cual, como adivinaréis, yo me quedé muy triste porque aunque a una, que como ya he dicho es de tener algo serio e implica el corazón, le digan que no habrá tal cosa como una relación, no puede evitar terminar haciéndose ilusiones, y menos cuando la vienen a ver cual príncipe de película de Bollywood.

Total, que yo había planeado ya antes de eso irlo a visitar a él a Alemania, pero como cuando después de haber pasado dos maravillosas semanas juntos, el chico no había cambiado de parecer en lo que respectaba a comprometerse un poquito más conmigo y yo quedé super desilusionada por ello, decidí que al final no iba a ir.

 

Cuando quedaban dos días para el viaje, me dio pena perder los billetes y me hice un trabajo de autoengaño, diciéndome que si no sería súper maduro de mi parte ir a Berlín después de todo pero no a verlo a él, sino a disfrutarme yo solita mi viaje, porque para eso me lo había pagado. Así que fui, y yo creo que hasta las azafatas, que no conocían nada de mí ni de mi historia, se olían que yo iba a terminar rendida en los brazos de alguien por allá.

Nada más poner los piececitos en Berlín, me lie a publicar fotos tanto en Instagram como en mis estados de WhatsApp, pero en mi defensa diré que eso lo hago yo siempre, quiera llamar la atención de alguien en concreto o no. Por supuesto, en menos de una hora tenía un mensaje suyo preguntándome si estaba en su ciudad. Ni siquiera me ofendió que no recordase mi plan de ir a visitarle por esas fechas, y le contesté, claro, porque ya puestos, lo de hacerme la interesante como que ya no tenía mucho sentido.

Me fue a ver a donde le dije que estaba, y yo ya en plan de vamos a darlo todo, ya qué más da, así que cuando llegó, me besó, y yo le correspondí. Y sabía que seguramente al día siguiente iba a volver a estar muy triste, pero en aquel momento no me importaba nada. Me propuso ir a su casa y yo ahí sí como que me quise hacer la digna (reíros conmigo, por favor), por lo que seguimos paseando por la ciudad y, después de comer, terminamos en un campo de fútbol en el que había gente jugando. Él fue al baño, yo me quedé sentada como la que estaba interesadísima en el partido y preguntándome si de verdad eso iba a ser todo, si no pasaría nada más con todo el fuego que había entre los dos.

Y entonces, lo oí llamarme por lo bajo desde la puerta del baño; yo me acerqué, él me agarró del brazo y me metió en el baño con él, y… bueno, que de repente estábamos desnudos sobre el suelo del baño, dentro de uno de los cubículos, con su abrigo haciéndonos de sábana para protegerme la espalda porque una ya tiene una edad y coge frío rápido. Yo oía a la gente entrar y salir mientras nosotros nos seguíamos dando caña el uno al otro, cosa que aunque había aparecido muchas veces en mis fantasías, jamás de los jamases me habría imaginado que llegaría a ocurrir de verdad. Y hostias si estaba ocurriendo, y hostias si era real.

Tan real, que cuando todo hubo acabado y tras mi último gemido, alguien tocó la puerta como el que le toca la pared al vecino para que se calle… y nosotros nos reímos. A mis más de treinta años había hecho lo que nunca me habría atrevido hacer de adolescente, y no, al día siguiente no estuve triste, y aunque me gustaría decir que se debió a algo relacionado con la superación personal y a la madurez, yo creo que la oxitocina y demás hormonas liberadas durante el sexo, tuvieron mucho que ver.

Luego de eso, aquel chico y yo seguimos hablando de vez en cuando durante algunos meses más, hasta que el curso natural de nuestras vidas separadas nos hicieron distanciarnos por completo. Llevo hoy bastante tiempo sin saber de él pero me alegra que, por una vez, yo haya dejado de ser la damisela en peligro que depende del amor del príncipe para convertirme en una mujer desinhibida que cabalga su propio caballo y se carcajea.

 

Lady Sparrow