Desde que era adolescente, mi amiga Tamara se liaba de forma intermitente con su vecino Luis. Él bebía los vientos por ella, iba detrás de ella a donde ella fuera. Eran buenos amigos y, cuando Tamara estaba soltera, lloraba las penas en el hombro de Luis, él le levantaba el ánimo con mucho cariño y un poco de roce. Él decía no hacerse ilusiones, disfrutar de simplemente pasar el rato con ella, pero sus amigas sabíamos que no era cierto, pues cada vez que él conocía a una chica y Tamara sufría algún desamor (bastante frecuentemente entre los 16 y los 20) él dejaba de quedar con esa chica para apoyar a su amiga. No se daba cuenta de la cantidad de chicas fantásticas que dejó de conocer por atender a una persona que ni siquiera era consciente de lo que suponía para él.

Ellos tenían un pacto, si al llegar a los 30 seguían solteros, se casarían y formarían una familia. Ambos tenían caracteres muy compatibles, un humor similar, gustos parecidos… Así que no era descabellado pensar que harían una buena pareja formal.

Ella venía de estar un año totalmente prendada de un chico que cumplía todos sus requisitos para ser el hombre perfecto, excepto el de la fidelidad. Tras pillarlo dándolo todo en su coche con otra chica en un parking una noche volviendo de marcha, la burbuja de amor se le explotó y parecía no salir de un estado de letargo y depresión. Solamente Luis fue capaz de sacarle alguna sonrisa, de hacer que saliera de casa y que volviese un poco en sí. Como era de esperar, en cuanto ella se empezó a sentir mejor, empezaron sus encuentros sexuales. Ya no quedaban solo para ver películas bajo una manta y que ella llorase a gusto, ahora bajo la manta… Las manos iban al pan. Pero esta vez era diferente, ella lo miraba mucho con ojos de sorpresa, como si viese en su cara algo que no esperaba ver. Y es que el amor aparece así.

Él confesó, como si fuera necesario, que llevaba toda la vida enamorado de ella y que soñaba con que algún día se diera cuenta y le correspondiera. A ella, cuando la humildad por la humillación de su ex se le pasó y volvió un poco ese espíritu de mujer fatal que llevaba dentro confesó que sabía que lo tendría siempre que quisiera y que simplemente esperaba a ver si se enamoraba, pero reconoció que, en alguna ocasión, cuando Luis empezaba a estar a gusto “de más” con alguna chica, fingía necesitarlo para recordarle que su objetivo era acabar juntos, solamente que ella primero necesitaba vivir la vida más a tope.

Él pareció tomarlo a broma y no lo tuvo en cuenta, al menos durante un tiempo, pero pronto ella empezó a comportarse diferente y a dar por hecho que, hiciese lo que hiciese y dijese lo que dijese, Luis estría ahí para ella. Él la seguía con devoción al principio, pero tras dos, casi tres, años de relación… Lo vi cambiado, como cansado, intentado buscarse la vida, con un carácter más duro, más frío. Supongo que tanta frialdad al final se contagia.

Entonces Tamara empezó a hablarnos de planes de boda, de su celebración de los 30 y de cómo había pensado pedirle matrimonio en su cumpleaños, por aquello de llegar a los 30 juntos. Al fin se la veía enamorada de nuevo, era consciente de que él había estado ahí para ella siempre y, desde que estaban juntos, varias desgracias familiares la habían hundido y él la había apoyado siempre como nadie lo haría.

Pero, a una semana de esa fiesta de cumpleaños, Luis llegó a casa muy serio, se sentó al lado de Tamara y le dijo que lo sentía, pero que no quería seguir conformándose con ser el premio de consolación, que no podía soportar estar con alguien que sobreentendía que él siempre haría cualquier cosa por ella sin ponerlo en valor, sin darle su lugar y siempre presumiendo de haberlo tenido comiendo de su mano. En este nuevo trabajo, Luis había conocido a una chica muy trabajadora, humilde y con una sonrisa tímida que era la antítesis de su novia y ella había conseguido, con poco más que unos gestos y un par de frases de reconocimiento, hacerlo sentir apreciado y eso lo había llevado a enamorarse. No había tenido nada con aquella chica, de hecho, no creía ser correspondido, ya que su autoestima no le permitía reconocerse como un hombre deseado, un primer plato, pero sabía que sintiendo aquello no podía seguir teniendo una relación con otra persona. No quería mentirle, hacerle daño, pero tampoco quería seguir sintiendo que él era el comodín de su vida y que si aparecía alguien mejor, lo cambiaría como quien cambia el mantel cuando se ensucia.

Tamara, desesperada, sacó el anillo que había comprado y se arrodilló llorando ante él, confesando su plan para su 30 cumpleaños y le recordó su promesa, debían casarse a los 30 si no lo habían hecho entonces. Él la ayudó a levantarse, con una caricia le pidió que no hiciese aquello, no debía humillarse ahora para compensar. No la culpaba, las cosas fueron como fueron  y la juventud a veces nos trae un extra de arrogancia que la vida nos hace pagar más adelante.

Él se fue y, como era de esperar, aquella chica del trabajo estaba loca por Luis. En un año se casaron y en dos más esperaban su segundo hijo. Tamara y él ahora son amigos, pero ella mantiene la distancia porque jamás pudo superar que el amor de su vida llevase ahí desde siempre y, no haber sabido cuidarlo, la llevara a estar sola.