En una sociedad enfocada en el éxito, la felicidad y la productividad, es difícil encontrar espacio para hablar de nuestros malos momentos. Intentamos esconderlos bajo una cortina difusa con miedo a que los demás se den cuenta y sientan el fracaso que creemos llevar como sombra. Sentimos miedo, insatisfacción y nuestras reservas de amor propio van agotándose sin que hayamos desarrollado herramientas para volver a llenarlas de nuevo.

Tampoco ayuda observar continuamente las maravillosas vidas que los demás comparten en sus redes sociales, donde todo el mundo parece estar viviéndola plenamente sin un atisbo de tristeza. Pero, aunque tratemos de ocultarlo y filtremos nuestra vida al igual que las fotos que posteamos, todos vivimos momentos malos, de esos que nos destrozan hasta tal punto que, como dice Sara Búho, el corazón nos suena a cristales rotos cuando bailamos.

Habrá días que nuestro mayor éxito sea haber salido de la cama y en los que duela hasta respirar. Días en los que dejarás de tener control sobre ti misma y no serás capaz de calmarte o detener las lágrimas que abrasan tus mejillas. Días en los que experimentarás tanta tristeza, tanta ansiedad, tanto miedo que pensarás que no serás capaz de sobrevivir más allá de ese momento. Días en los que te preguntarás si alguna vez serás capaz de volver a quererte a ti misma o si podrás volver a mirarte de la misma forma en el espejo. Días en los que ni siquiera sepas si podrás volver a confiar en las personas y en los que te sentirás tan vulnerable que creerás que todos tus peores miedos se harán realidad. Habrá días en los que perderemos a alguien a quien amamos, en los que sentiremos que hemos perdido el camino, en los que dejemos de reconocernos a nosotras mismas. Pero debemos empezar a darnos cuenta de que todos lo experimentamos, aunque no lo compartamos en ningún sitio. Debemos empezar a hablar de ello con quiénes nos sintamos más cómodos para darnos cuenta de que no somos los únicos pasando por algo así y de que necesitamos dejarnos sentir todo esto para dejar que la vida que habita en nosotras se habrá camino.

Así que espero, de corazón, que cuando vivas uno de esos días o períodos, puedas recordarte a ti misma que todo aquello que estás sintiendo pasará, como las tormentas, las horas, los bailes hasta la madrugada, la primavera y todas las noches en vela. Esos momentos, por mucho que duelan, no están para dejarte rota en el suelo, sino para que experimentes lo que significa estar vivo en este viaje incierto y para que puedas crecer. Recuerda cómo aprendiste a ser más empática cuando hiciste daño a alguien a quien querías, cómo aprendiste a montar en bici tras varias caídas, cómo superaste la vergüenza tras muchas presentaciones, momentos incómodos, manos sudorosas e incluso esas indestructibles mariposas en el estómago. Y, entonces, te darás cuenta de que todo aquello que has vivido ha ayudado a convertirte en la persona que eres ahora mismo.

Así, pasar por estos momentos te ayudará a darte cuenta de tu fuerza y de tu resiliencia. Los malos días te enseñarán a estar contigo incluso cuando duela. Te volverán más humilde, más humana, más real. Y podrás apreciar la vida desde otros ángulos que no hubieras conocido nunca si no hubieras entendido qué es el sufrimiento. Porque a veces la vida nos rompe para que conozcamos versiones más fuertes de nosotras mismas, para que aprendamos que es un regalo, para que entendamos que es necesario pasar por todo tipo de transformaciones incómodas para poder liberarnos y para que podamos aceptar que todas nuestras emociones tienen una función: protegernos. Por lo que debemos escucharnos y nunca más invalidar nuestros sentimientos.

Hace tiempo una amiga me dijo que repetimos aquello que no sanamos y desde ese momento empecé a entender que la única forma de superar mis traumas, es darme tiempo para escuchar, sanar y, como una científica que va indagando los misterios de la vida, ir descubriéndome no solo en mis mejores momentos, sino también en los peores.