Yo no me considero una persona misteriosa, al contrario, creo que soy bastante transparente. O al menos eso pensaba hace tiempo porque después de ver los regalos que he ido recibiendo por parte de mi familia solo me quedan dos opciones: 

  1. No me conocen realmente 
  2. Me conocen y les importo una mierda

Y es que todos mis cumpleaños han venido acompañados de el regalo más inadecuado/raro que os podáis imaginar. No me malinterpretéis, no quiero parecer una desagradecida, pero algunos de los regalos parecían elegidos por mi peor enemigo.

 Así que como chisme para contar tengo un rato, voy a abrir el cajón de los traumas y hacer un recorrido por los 5 peores. Dejando para el final la joya de la corona, que me hizo llorar el día de mi comunión.

  • Comenzando el ranking tenemos (redoble de tambores) una visita a un nutricionista. Una. No más. No sólo no lo había pedido, sino que encima de haber querido ir me tendría que haber pagado el resto de sesiones. La indirecta estaba ahí, pero es un regalo incompleto y de mal gusto, como si a un niño le regalan las pilas, pero no el juguete. 
  • Un centro de planchado, regalo de mi madre cuando cumplí 19 años. La verdad que ahora me es útil, pero cuando me lo dio tuve que convivir durante años con la plancha, que encima era enorme y ocupaba la mitad de mi minúscula habitación de alquiler. Además, pesaba un huevo y para usarla tenia que planearlo con 4 días de antelación porque había que sacarla de debajo de la pila de mierda en la que estaba sumergida.
  • Unos esquís infantiles, proporcionados por mi tía la graciosa. Es importante decir que yo por aquel entonces no tenia niños ni planeaba tenerlos. Vamos que hizo limpieza en su casa y me endiñó toda la basura que su síndrome de Diógenes emocional no le dejaba tirar.
  • Un diario usado, este regalo me pareció bonito y pensado. Soy super fan de la papelería e ilusa de mi pensé que mi familia empezaba a conocer mis gustos. El diario parecía nuevo y estaba en blanco. 

Todo perfecto excepto la parte de la agenda (donde parece que se les olvido mirar).  Imaginaos el tremendo chasco cuando me encontré la parte de los contactos llena. Al menos tuve el orgullo suficiente para devolverla.

  • Por último, pero no menos importante, el regalo de mi comunión. Así, ahora que se acercan este tipo de celebraciones podéis coger ideas de lo que NO hay que hacer si queréis que el niño o niña os recuerde con cariño. 

Tengo que decir que al menos eran familiares lejanos y no nos vemos a menudo. Porque no se les ocurrió otra cosa que regalarme una escultura puntiaguda de bronce. Era todo lo que un niño puede querer, algo peligroso, caro y que su madre no le deja tocar. Aun recuerdo los codazos de mi madre cuando lo abrí para forzarme a sonreír y darles las gracias. 

Además, tuve que agradecérselo durante años porque siempre me recordaban lo valiosa que era la escultura y que cuando fuese mayor podría venderla para comprarme lo que quisiera. Vamos que encima me regalaron una decepción a largo plazo porque resulto que cuando la fui a vender no valía más de 70€.

 

Barby