Los sujetadores de mi vida

Soy una mujer de espalda ancha y tetas grandes, con sus pequeñas variantes a lo largo de mis 32 años, unos 22 de experiencia en sujetadores, aún no he dado con el indicado. No es tarea fácil. 

A los 10 años aproximadamente, tenía esas pequeñas pseudo tetillas ya saliendo que eran como dos triangulillos pero que empezaban a ser notorias. Mis amigas aún no tenían nada, así que sería la primera en entrar en esa aventura y allanar el camino, sería yo, como una valiente exploradora que encabeza una misión peligrosa al puro estilo de Indiana Jones. 

Mi madre sería mi luz en todo esto, llegamos al “momento especial” al ser el primero y esa época, era lo suyo ir al Corte Inglés. Empecé a mirar los sujetadores que había en la sección infantil, totalmente despreocupada, llegó mi madre con una dependienta de uñas rojas y pelo cardado que llevaba un montón de perchas llenas de sujetadores, todos me parecían el mismo, sólo cambiaba el color del lacito del escote. 

Ese primer sujetador, que no es más que un preparativo, debería llamarse pre-sujetador, marca princesa, de algodón con canalé de rayitas, puntitos o florecitas, y la puntilla que iba por debajo del pecho, era como puto alambre de espino, la flor o el lazo que adornaba el encaje y la parte central del escote, sólo servía para que se notara a través de cualquier camiseta y todo el mundo supiera lo que llevabas debajo, o por lo menos tú creías eso. 

Después de esa desagradable experiencia decidí elegir mi próximo sujetador, no sé por qué estaba la moda de las gomas gigantes con la marca en la ropa interior. Me decidí por un pack de 3 sujetadores deportivos de Calvin Klein, bonitos, apretaban tanto que parecía que las tetas se iban a salir por la espalda, y realmente lo parecía porque por algún lado tenía que salir lo que apretaban  y si, era por la espalda. Esas mollas en la espalda que no había ropa que lo disimulara, y no solo eso, ponérselo y quitárselo era un auténtico desafío, probablemente por eso se llaman sujetadores deportivos, por el cardio que hacemos al entrar y salir de ellos, empezar y acabar el día sudando. 

Al tiempo probé los primeros sujetadores con forma de triángulo, de algodón, sin aros y con broche a la espalda, poco se habla de lo complicado que es enganchar esos puñeteros corchetes y empieza con ellos el show de las tallas. Es un código extraño, de letras y números ¿A, B, C, D? ¿85,90,95,100,105? Ensayo error, sujetadores 1 – cris 0.

Forma, ahora busco forma, y me encuentro con el megalodón de los sujetadores, la bestia por excelencia, ha hecho más daño que la mismísima epilady. Una vez que salen, no hay vuelta atrás, si, hablo de los aros, ese invento del infierno que dan forma, solo si están colocados de una forma perfecta en su talla ideal, si no es una tortura medieval que se clava en el pecho y las costillas, muchas veces es necesario disimular el dolor, porque nos puede pasar donde y cuando sea, no hay hilo y aguja que lo arregle, si el aro sale, es muerte súbita del sujetador.

Un momento, no sólo los aros dan forma, también la copa, copa con armazón, las que llenan el cajón, solo con meter tres sujetadores, ¿qué tiene que decir de esto Marie Kondo? 

Llegamos a la época en la que decidí lucir mi gran “pechonalidad” al puro estilo de Pamela Anderson, sin cirugía, pero con un maravilloso push up, que viene a ser un cojín que sube las tetas hasta la garganta, y rellena la mitad del suje. En mi caso mucho + mucho es = demasiado, para poder tragar saliva tenía que separarlas, no había camisa sobre la faz de la tierra que cerrara los botones en condiciones sin que fuera 300 tallas más grande.

Viajando por la vida y entre sujetadores llegué al sujetador de lactancia, bueno, feo y caro, por lo menos el que yo decidí comprar, pero comodísimo, el más cómodo sin duda, si no fuera por el lamentable estado de mis pezones siendo madre primeriza.

Ahora tengo uno bonito para ocasiones especiales, ya me entendéis y los demás de algodón simples cómodos y poco llamativos, huyendo de los aros siempre.

Probablemente llegue el día que decida que me puedo liberarme de tremenda arma letal, pero aún no es el momento.

¡Libres domingos y domingas!

Cristina Traeger.