Mi madre siempre cuenta que se enamoró de mi padre la primera vez que puso un pie en su casa, con solo 15 años. La invitó su mejor amiga, hoy su cuñada, y se prendó por el hermano mayor de esta.

Ella dice que, al principio, la ignoró. Él lo niega. Probablemente, comenzó viéndola como una cría hasta que la curiosidad, el despertar sexual o un sutil e ingenuo juego de seducción persistente la erigieron como algo más. Iniciaron un largo noviazgo durante 10 años, hasta que se casaron. Dos años después me tuvieron a mí, y uno más tarde a mi hermano.

Siempre he visto a mis padres como una “pareja faro”, es decir, un referente de amor romántico. Es un concepto que aprendí en este artículo y que alude a parejas duraderas en las que se dan una serie de condiciones. Su matrimonio ha resistido el paso del tiempo, las crisis económicas o el abandono del hogar por parte de los hijos. La vida no ofrece certezas más allá de hechos científicos irrefutables, pero, para mí, tan real es que el agua hierve a 100ºC como que mis padres seguirán juntos hasta que uno de los dos fallezca. He crecido con esa idea.

Faro que no funciona, naufragio a la vista

A medida que creces, se forma tu personalidad, aprendes y afianzas tus valores personales, te das de bruces contra la realidad: no era una relación tan idílica como tú pensabas. Los gritos, la ley del hielo o la desigualdad en las tareas domésticas y de crianza estaban normalizadas, pero no eran normales.

Por si todavía me quedaran ganas de romantizar su relación, ellos se encargan de que no lo haga. Me ven como la adulta que soy y, por extensión, como confidente válida. Necesitan desahogo, y siempre será mejor airear trapos sucios con alguien que conoce bien a la otra parte. Se intuyen comprendidos, así que, de cuando en cuando, ambos acuden a mí para quejarse del otro: “Tu madre, que no se conforma a nada, que se pasa el día relatando, siempre está en conflicto, yo estoy harto…” y “Tu padre, que qué cascarrabias se está poniendo, no se le puede decir nada…”.

No los culpo por ello. Es más, escucho a ambos del modo más neutro y asertivo que puedo, pero cada vez más convencida de que no se aguantan. Se quieren, pero cada vez discuten más. El ambiente en la casa, a veces, es irrespirable. Supongo que creerán que les compensa más aguantar que rehacer sus vidas más allá de los 60 años.

El peso de la costumbre y los roles influyen más de lo que imaginamos. Mis padres discutieron en una ocasión y se llevaron varios días sin hablarse, hasta que limaron asperezas. La razón por la que se sentaron a hablar fue porque a mi madre le daba pena que él tuviera que hacer solo tareas como lavarse la ropa.

Creo que las mujeres de su generación (la del baby-boom) soportan una carga mayor. Dentro de su propia cultura y educación, mi padre desaprendió y asumió muchos roles que rehusaron sus amigos. No hicieron lo mismo los padres de algunas de mis amigas, cuyas relaciones también me parecían “faro”. Tan cansada está mi mejor amiga de que su madre se queje de lo explotada que la tiene su padre en la casa que un día fue contundente:

—Mamá, sepárate. Cuanto antes. Mi padre no va a cambiar y tú no te mereces esto.

A su modo, fue bonito

Estoy en un momento lejano a romantizar la relación de mis padres, como hacía antes, pero tampoco juzgo lo que comparten y han compartido desde la óptica de una generación diferente. Con sus luces y sombras, sí lograron transmitir respeto, cariño y admiración mutua. Lo hicieron lo mejor que pudieron y supieron.

Recuerdo gritos, peleas y días enteros sin hablarse, pero también las risas que compartieron, los continuos gestos de afecto, los apelativos cariñosos, las palabras de aliento y esos abrazos en los que se convertían en un pilar simbólico en la vida del otro, y en la vida común. Todo sigue estando, aunque quizás venido a menos.

En su momento, lograron transmitirme la esencia de una relación sana, aunque en los términos del tiempo que los vio nacer y no en los de hoy día. Y me enseñaron lo complejas que son las relaciones, que nada es lo que parece y que, desde fuera, solo se puede escuchar sin juzgar. Si siguen juntos o no el tiempo lo dirá. Que vivan su historia como tengan que hacerlo, sin la losa de tener que ser un faro ni para mí ni para nadie.

A. A.