Maldita, maldita, maldita la hora en la que me compré un succionador. Me cago en el momento que vi la oferta en una publi de Instagram y me dije: eh, ¿por qué no?

No paraba de leer cosas sobre ellos, de escuchar hablar maravillas en todas partes. Me pudo la curiosidad y me hice con uno que llegó a mi casa en una cajita muy mona. Aunque, para mono, el aparatito de marras. Con ese tacto tan sedoso y suave. Con esa boquilla que prometía orgasmos maravillosos. Quién me iba a decir a mí que iba a meter un juguete sexual en mi mesilla, con lo tradicional que yo soy. Sin embargo, ahí estaba el cacharrito, bien acomodado entre los calcetines. Yo estaba conforme con mi vida sexual. No conforme, estaba bien, satisfecha. Llevo tiempo con mi pareja, nos conocemos y sabemos lo que nos gusta y lo que no.

El succionador sería un complemento, no una necesidad ni mucho menos. Eran más mis ganas de saber de primera mano si el hype estaba justificado, que cualquier otra cosa. Y que estaba de oferta y me salió superbarato, eso también.

 

Así que mi chico y yo incorporamos el succionador a nuestros momentos de cama y, al principio, muy bien. Qué orgasmos tan rápidos e intensos me daba el dichoso aparatito. Empezamos usándolo antes de entrar en faena, como para ayudarme a mí a obtener más fácilmente los orgasmos que luego tendría ya con la penetración o como fuese. Pero, una vez pasada la novedad, comenzamos a usarlo en las ocasiones en que yo no había llegado a correrme antes que mi pareja. En plan que, una vez que él terminaba, tirábamos de juguete para quedarme yo completamente satisfecha.

 

 

Hasta aquí, pues venga, bien. El problema viene cuando me doy cuenta de que mi chico se ha… relajado. Quiero decir, desde que Manolo (que el tío le ha puesto hasta nombre y todo) llegó a nuestra cama, mi novio pasa de esforzarse. Si durante el polvo me corro, muy bien. Si no lo hago, le da igual. Se levanta, se va al baño y suelta: ‘calienta, Manolo, que sales’. Ya ni siquiera es él quien lo saca, ni me colabora ni hostias. Es que ni siquiera está en la misma habitación mientras Manolo me da lo que a él ya se ve que le da pereza.

 

Maldita la hora en la que me compré un succionador

 

Las primeras veces ni siquiera me di cuenta, pero ahora ya está la movida tan asentada, que pareciera que siempre hemos funcionado así. Y no me da la gana. Por lo que no me queda otra que desterrar a Manolín y decirle a mi novio que se espabile si no quiere que lo sustituya del todo.

Aunque tampoco es que lo vaya a tirar a la basura… que al final le he cogido cariño.

 

Anónimo

 

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