El mundo se está convirtiendo en un lugar muy injusto. O quizás ya lo era pero es ahora cuando, al ver de cerca la ilusión y la energía de mi hija, soy un poco más consciente de toda esta locura.

Hemos salido a las calles, hemos gritado hasta desgañitarnos, pidiendo que cese la violencia contra las mujeres. Y la única respuesta que recibimos como moneda de cambio es que a los asesinatos machistas se suman las vidas de hijos e hijas, menores, sesgadas por la rabia, la avaricia, el egoísmo.

Amanecí la mañana de Reyes abrazada a mi pequeña, un día más, pero especial al fin y al cabo. En su mirada solo podía leer los nervios y las ganas por disfrutar a tope de toda una jornada de sorpresas y regalos, de compartir con sus primas y sus tíos y abuelos. Tras desenvolver los primeros paquetes ponemos las noticias, un nuevo asesinato, en esta ocasión una madre y su pequeña, Ciara, tenía tan solo tres años, la edad de mi hija.

Joder, a esa criatura la ha matado su padre, su maldito padre. La ha asfixiado al igual que ha hecho a la que había sido su pareja. Les ha arrancado la vida mientras descansaban juntas en la cama. Joder, es que si asesinar a una persona es horrible cuánto peor es robarle el último aliento a una niña de tres años completamente inocente.

Se me llevan los demonios y la rabia. En mi cabeza no dejo de pensar en esa noche en la que Ciara estaría soñando con los Reyes Magos, probablemente nerviosa como cualquier personita de su edad, imaginando cada regalo bajo el árbol. Seguro que ella no entendería por qué sus padres se estaban divorciando, seguro que sería una niña feliz junto a su madre y su abuela. Ni la justicia puede pagar de ninguna manera que un asesino sin escrúpulos se lleve dos vidas de un plumazo.

Porque si cualquier asesinato machista es un golpe más a esa lacra que no conseguimos paliar, cada filicidio nos demuestra que la maldad de un asesino no tiene límites. Son capaces de llevarse todo por delante, sin excusas ni nada que los frene, ni siquiera ese amor incondicional que un hijo tiene hacia sus padres. Es algo tan atroz que va por completo contra natura.

No voy a decir nada nuevo, toda persona en sus cabales siente de una manera horrible el asesinato de cualquier niño, pero siendo madre todo se intensifica porque sabes y ves a diario su inocencia, sus ganas de vivir y aprender. ¿Cómo puede alguien querer matar a un niño? ¿Cómo son capaces de utilizar la violencia contra un ser que no sabe lo que es la maldad?

¡Malditos ellos! Por anteponer sus aires de grandeza y sus ganas de demostrar su poder poniéndole las manos encima a sus propios hijos. Por no ver más allá de su odio y dejar caer toda su violencia sobre seres indefensos, que confiaban en ellos, que incluso los admiraban como padres. Malditos sean por romper familias a base de golpes, pastillas, puñaladas… Malditos ellos y su falta de escrúpulos, porque además de asesinos machistas son parricidas que no merecen ni un poco de compasión.

Hoy vuelvo a mirar a mi hija y pienso una vez más en Ciara, y un poco en los tantísimos casos similares que hemos conocido en los últimos años. No hay derecho y jamás habrá sentencia justa contra tantos asesinos.

Dejadnos en paz a nosotras, dejad en paz a nuestros hijos e hijas.

Mi Instagram: @albadelimon

Fotografía de portada