Mamá, mira Melchor, yo conozco a ese señor

 

Me hace mucha gracia la gente que se cree que los niños pequeños no se enteran de nada.

Bueno, es que, hasta hace no mucho, yo era la gente. Era una de esas personas que piensan que todo les cuela y que son fáciles de engañar. ERA. Luego tuve hijos y se me pasó.

En realidad, no se me pasó de inmediato. En plan: uy, te ha salido un bebé por la vagina, ya lo sabes todo sobre la infancia y el cerebro infantil. Qué más quisiera. A mí lo que me pasó es que me convertí en madre y desde entonces la vida y mis propios hijos no han dejado de darme lecciones.

Como por ejemplo la de las navidades pasadas, cuando creí que a mi hijo de cuatro añitos le había explotado la magia de la Navidad en toda la cara.

Yo ya le había dicho a mi marido que me parecía arriesgado llevar al niño a la misma cabalgata en la que él iba a participar como Rey Mago. No lo terminaba de ver. Pero él insistió en que no se iba a dar cuenta ni de coña y que le hacía ilusión verlo y mimimimimimi. Es lo que tiene aparearse con un friki de los Reyes Magos…

A mí me daba rollo porque vivimos en una localidad pequeña, por lo que el desfile de Sus Majestades es como muy íntimo y cercano. Al final incluso hacen una pequeña recepción para los niños y les dan caramelos y un juguetito, cortesía de una cadena de supermercados. Sin embargo, acabé por darle la razón porque, a ver, ‘es un niño pequeño, no se va a enterar de nada. Los niños ven lo que quieren ver y en la cabalgata lo que quieren ver es a los Reyes’.

 

Mamá, mira Melchor, yo conozco a ese señor

 

Total, que vamos a la calle principal, vemos que se acerca la comitiva, me pongo a mi hijo sobre los hombros y empieza a dar saltitos, todo emocionado. Cuando se va acercando la carroza en la que viene mi marido me fijo bien y pienso ‘qué va, no lo va a reconocer’. Si apenas lo reconocí yo. Entre el pelucón, la barba enorme y la cosa esa de pelo de dálmata que le tapaba hasta la barbilla es que casi no se le veía piel de la cara. Así que me relajé. Esperamos a que llegara a nuestra altura y eché a andar a su lado. Mi marido iba tan metidísimo en el papel, sonriendo y lanzando caramelos para todos lados, que ni nos vio.

Mi hijo seguía en mis hombros, todo contento, mirándolo todo y saludando a todos los personajes. ‘Pobre, no se entera de nada’, pensé.

Y, de pronto, el pobre e inocente de mi hijo me dice: ‘Mamá, mira Melchor, yo conozco a ese señor’. Me quedé paralizada durante unos segundos, pero entonces recordé que era imposible reconocerlo y le respondí: ‘Claro que lo conoces, ES EL REY MELCHOR. Lo viste también el año pasado’.

Y él: ‘No. Espera… Yo creo que es papá’.

¿Cóóóóóómoooo? ‘No, amor ¿cómo va a ser papá?, le dije intentando hacerme hueco entre la gente para alejarme de la carroza. Y el niño: ‘porque lleva sus botas’.

A mí ya me estaba dando un amago de infarto, pero es que el niño se puso a gritar ‘¡papi, papi!’ y su padre, que de la emossión debía de ir en la puta parra, se giró para buscarnos, nos encontró entre el reducido público y levantó la mano todo happy de la life para devolverle el saludo.

 

Mamá, mira Melchor, yo conozco a ese señor

 

O sea, no solo se plantó el disfraz calzado con sus malditas Chirucas de… no sé ¿1998? Las verdes con la suela y los cordones de color naranja fosforito, con un puto parche de cinta americana en la puntera de la bota derecha. No. Es que encima, el niño le llama ‘Papi’ y va él y le responde.

Menos mal que los chavales inocentes, aunque sea un poquitín, sí que son. Porque de otra manera no iba a ser tan fácil como lo fue convencerlo de que los Reyes Magos no pueden acudir a todas las cabalgas del mundo y por eso piden ayuda a algunos papás para sustituirlos. Qué suerte tuvimos nosotros de que ese año al verdadero Baltasar le tocara venir a nuestro pueblo…

 

La mujer de Melchor

 

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